jueves, 27 de noviembre de 2014

ENTREVISTA III



“En pocos lugares te encontrarías más segura que aquí”, me dijo sonriendo y mientras ya deslizaba el extremo de flecos del látigo sobre mis pechos y luego mi vientre”.

>>Reconozco que aquella sensación me resultó tremendamente agradable, muy placentera. Lo movía arriba y abajo, sobre mis pezones, desde la base del cuello hasta el pubis. Contuve el aliento y cuando expulsé el aire en breves y contenidos soplos me miró sonriendo con cara de satisfacción.

“¿Qué tal?”, me preguntó.
“Bien”, pero casi prefiero que me bajes.
>>El muy cerdo, sin embargo, en lugar de bajarme me lo colocó entre las piernas y yo como una tonta las separé y mi sexo, al sentir las caricias y, contrariando todos mis buenos propósitos, comenzó a palpitar a la vez que se humedecía y se dilataba. Me lo golpeó. Primero con golpecitos suaves que me provocaban cosquillas y me obligaron a contraerme y juntar las piernas. Él mismo me las separó de nuevo y, aunque los golpes incrementaron su intensidad, tuve que morderme materialmente la lengua para no chillar de placer, aunque mi cuerpo volvió a irse hacia adelante arqueando la espalda.
“Resultas jodidamente sexy en esa postura”, comentó, muy excitado. “Si no fuera porque te tengo reservadas otras sorpresas te clavaría ahora mismo la polla hasta que te asomara por la boca”.
>>Esas palabras y el tono en que las pronunció volvieron a inquietarme.

“¿Me bajas ya?, Sebas. Comienzo a cansarme”.

>>En ese momento retiró el látigo, lo empuñó por los flecos de plumas y solo vi cómo lo elevaba sobre su hombro derecho, porque cerré los ojos mientras gritaba:

“No, por favor, no me pegues”.

>>Oía cómo cortaba el aire. Contuve la respiración y mis venas saltaban a más de cien latidos por minuto.
>>Ni dos segundos tardó en descargar con suma violencia un tremendo golpe, estallando la fusta contra uno de los listones de la espaldera a escasos dedos de mí y yo, como si emergiese de una terrible pesadilla, abrí de nuevo los ojos y, cagadita de miedo, le increpé:

“Eres un bruto. Acabas de darme un susto de muerte”.

>>Y entonces se acercó para soltarme las esposas, me besó mientras me palpaba entre las piernas y sonriendo por lo húmeda que había conseguido ponerme, me coló dos dedos en la vagina y, mientras yo chillaba “ay” porque me los había metido a lo bruto, me dedicó dentro tiernas caricias que me obligaron a gemir. Pero cuando menos lo deseaba los sacó para cargarme en sus poderosos brazos con la intención -supuse- de llevarme al dormitorio.
>>Sentía sus dedos mojados en mis nalgas pero no le dije ni pío.
PAULA- Vaya, Penélope, después de todo no se portó tan mal como me estaba temiendo.
PENÉLOPE- Espera. No creas que quedó ahí la cosa.
Ardía en ascuas porque me siguiera contando. En ese momento se acercó el camarero de los rizos a nosotras -no sé si porque consideraba que llevábamos demasiado tiempo en el bar sin consumir o por contemplarnos de cerca- a preguntarnos si nos apetecía algo de beber.
-Para mí un gin-tonic con mucho hielo -le dije.
-¿Y a la señorita?
-Sería tan amable de traerme un vaso de agua.
PAULA-Pe, creo que le gustas.
PENÉLOPE- Pues a mí me parece que tú también le gustas.
PAULA- Podríamos montarnos un trío.
PENÉLOPE -Sería una experiencia curiosa -dice, y reímos las dos.
PAULA -Hablando en serio -le susurro en voz baja-, creo que piensa que somos pareja.
PENÉLOPE -Tampoco tendría nada de extraño.
PAULA -Por supuesto que no.
PENÉLOPE- Paula, cielo, creo que nos estamos despistando del tema que nos ha traído aquí, ¿no te parece?
PAULA- Cuando estoy contigo me doy cuenta de que me despisto con suma facilidad. Pero no importa, dime lo que quieras y al ritmo que desees, no nos apura nadie.
PENÉLOPE- Había creído entenderte que precisabas entregar en plazo la entrevista y no me gustaría que considerases que pierdes el tiempo por mi culpa.
PAULA- Eso no sucederá de ninguna de las maneras.
PENÉLOPE- Muchas gracias. Eres muy amable conmigo. Como te iba diciendo, mientras Sebas me conducía por el pasillo comencé a acariciarlo y darle besos y más besos. Le lamía el cuello, le mordisqueaba el lóbulo de la oreja. Me mostraba de lo más cariñosa. Aquella extraña situación que habíamos vivido en su “sala de juegos”, como la llamaba él, me había puesto a cien, qué digo a cien, a mil. Oh, dios, lo deseaba como imagino que desea un oasis alguien que se muere de sed.
PAULA- Puede que más. Y si, según me has contado, cuando un hombre te excita, te enamoras y lo amas tan locamente, no quiero imaginarme lo bien que se sentiría ese cabrón.
PENÉLOPE- En ese momento te juro que lo quería más que a mi vida.
PAULA- Eres un encanto, Pe.
Y mi mano se apoya en la suya que descansa sobre la mesa. En un gesto instintivo, entrelazamos los dedos y ella aprieta cuanto puede. Nos miramos. Me parece que le brillan los ojos. A mí me aletean mariposas en la boca del estómago y siento una especia de hormigueo en la entrepierna que me asusta. Pero entonces, como si se arrepintiese de su impulsiva reacción suelta de nuevo nuestras manos y yo le digo:
PAULA- ¿Qué te parece si te invito a comer y sigues contándome tu excitante reencuentro con Sebas?
PENÉLOPE- Estupendo. Pero espera que le haga una llamada a mi chico por si ha comprometido planes para hoy.
Mientras lo llama siento que se me descontrolan los nervios temiendo que lo que le diga nos impida comer juntas. “Paula, pero ¿qué te sucede?, ¿cómo eres tan pava?”, me pregunto, no acertando a comprender alguna de mis tontas reacciones.
PAULA- ¿Qué te ha dicho?
La muy pilla tarda un momento en responderme como si hubiera adivinado lo nerviosa que estoy. Luego se ríe y responde:
PENÉLOPE- Cuando te apetezca, nos vamos.
La invito a un italiano donde le informo que preparan una pasta riquísima.
PENÉLOPE- Ideal -dice- me encanta la pasta.
PAULA- Pues yo soy muy buena con los espaguetis. Un día de estos los preparo y te vienes, ¿te parece bien una comida solo para chicas en mi humilde refugio?
PENÉLOPE- Ni dudes que acepto esa invitación si no me lo impiden compromisos previos, que en todo caso siempre podrían cancelarse.
Ahora sí juntamos las cuatro manos encima de la mesa y nos las estrechamos como dos chicas que se quieren mucho. No deja de sorprenderme la habilidad de esta deliciosa criatura para resultar tan complaciente y encantadora. Una vez más vuelvo a repetirme que no me extraña que los hombres se vuelvan locos por salir y acostarse con ella.





No hay comentarios:

Publicar un comentario