“En
pocos lugares te encontrarías más segura que aquí”, me dijo
sonriendo y mientras ya deslizaba el extremo de flecos del látigo
sobre mis pechos y luego mi vientre”.
>>Reconozco
que aquella sensación me resultó tremendamente agradable, muy
placentera. Lo movía arriba y abajo, sobre mis pezones, desde la
base del cuello hasta el pubis. Contuve el aliento y cuando expulsé
el aire en breves y contenidos soplos me miró sonriendo con cara de
satisfacción.
“¿Qué
tal?”, me preguntó.
“Bien”,
pero casi prefiero que me bajes.
>>El
muy cerdo, sin embargo, en lugar de bajarme me lo colocó entre las
piernas y yo como una tonta las separé y mi sexo, al sentir las
caricias y, contrariando todos mis buenos propósitos, comenzó a
palpitar a la vez que se humedecía y se dilataba. Me lo golpeó.
Primero con golpecitos suaves que me provocaban cosquillas y me
obligaron a contraerme y juntar las piernas. Él mismo me las separó
de nuevo y, aunque los golpes incrementaron su intensidad, tuve que
morderme materialmente la lengua para no chillar de placer, aunque mi
cuerpo volvió a irse hacia adelante arqueando la espalda.
“Resultas
jodidamente sexy en esa postura”, comentó, muy excitado. “Si no
fuera porque te tengo reservadas otras sorpresas te clavaría ahora
mismo la polla hasta que te asomara por la boca”.
>>Esas
palabras y el tono en que las pronunció volvieron a inquietarme.
“¿Me
bajas ya?, Sebas. Comienzo a cansarme”.
>>En
ese momento retiró el látigo, lo empuñó por los flecos de plumas
y solo vi cómo lo elevaba sobre su hombro derecho, porque cerré los
ojos mientras gritaba:
“No,
por favor, no me pegues”.
>>Oía
cómo cortaba el aire. Contuve la respiración y mis venas saltaban a
más de cien latidos por minuto.
>>Ni
dos segundos tardó en descargar con suma violencia un tremendo
golpe, estallando la fusta contra uno de los listones de la espaldera
a escasos dedos de mí y yo, como si emergiese de una terrible
pesadilla, abrí de nuevo los ojos y, cagadita de miedo, le increpé:
“Eres
un bruto. Acabas de darme un susto de muerte”.
>>Y
entonces se acercó para soltarme las esposas, me besó mientras me
palpaba entre las piernas y sonriendo por lo húmeda que había
conseguido ponerme, me coló dos dedos en la vagina y, mientras yo
chillaba “ay” porque me los había metido a lo bruto, me dedicó
dentro tiernas caricias que me obligaron a gemir. Pero cuando menos
lo deseaba los sacó para cargarme en sus poderosos brazos con la
intención -supuse- de llevarme al dormitorio.
>>Sentía
sus dedos mojados en mis nalgas pero no le dije ni pío.
PAULA-
Vaya, Penélope, después de todo no se portó tan mal como me estaba
temiendo.
PENÉLOPE-
Espera. No creas que quedó ahí la cosa.
Ardía
en ascuas porque me siguiera contando. En ese momento se acercó el
camarero de los rizos a nosotras -no sé si porque consideraba que
llevábamos demasiado tiempo en el bar sin consumir o por
contemplarnos de cerca- a preguntarnos si nos apetecía algo de
beber.
-Para
mí un gin-tonic con mucho hielo -le dije.
-¿Y a
la señorita?
-Sería
tan amable de traerme un vaso de agua.
PAULA-Pe,
creo que le gustas.
PENÉLOPE-
Pues a mí me parece que tú también le gustas.
PAULA-
Podríamos montarnos un trío.
PENÉLOPE
-Sería una experiencia curiosa -dice, y reímos las dos.
PAULA
-Hablando en serio -le susurro en voz baja-, creo que piensa que
somos pareja.
PENÉLOPE
-Tampoco tendría nada de extraño.
PAULA
-Por supuesto que no.
PENÉLOPE-
Paula, cielo, creo que nos estamos despistando del tema que nos ha
traído aquí, ¿no te parece?
PAULA-
Cuando estoy contigo me doy cuenta de que me despisto con suma
facilidad. Pero no importa, dime lo que quieras y al ritmo que
desees, no nos apura nadie.
PENÉLOPE-
Había creído entenderte que precisabas entregar en plazo la
entrevista y no me gustaría que considerases que pierdes el tiempo
por mi culpa.
PAULA-
Eso no sucederá de ninguna de las maneras.
PENÉLOPE-
Muchas gracias. Eres muy amable conmigo. Como te iba diciendo,
mientras Sebas me conducía por el pasillo comencé a acariciarlo y
darle besos y más besos. Le lamía el cuello, le mordisqueaba el
lóbulo de la oreja. Me mostraba de lo más cariñosa. Aquella
extraña situación que habíamos vivido en su “sala de juegos”,
como la llamaba él, me había puesto a cien, qué digo a cien, a
mil. Oh, dios, lo deseaba como imagino que desea un oasis alguien que
se muere de sed.
PAULA-
Puede que más. Y si, según me has contado, cuando un hombre te
excita, te enamoras y lo amas tan locamente, no quiero imaginarme lo
bien que se sentiría ese cabrón.
PENÉLOPE-
En ese momento te juro que lo quería más que a mi vida.
PAULA-
Eres un encanto, Pe.
Y mi
mano se apoya en la suya que descansa sobre la mesa. En un gesto
instintivo, entrelazamos los dedos y ella aprieta cuanto puede. Nos
miramos. Me parece que le brillan los ojos. A mí me aletean
mariposas en la boca del estómago y siento una especia de hormigueo
en la entrepierna que me asusta. Pero entonces, como si se
arrepintiese de su impulsiva reacción suelta de nuevo nuestras manos
y yo le digo:
PAULA-
¿Qué te parece si te invito a comer y sigues contándome tu
excitante reencuentro con Sebas?
PENÉLOPE-
Estupendo. Pero espera que le haga una llamada a mi chico por si ha
comprometido planes para hoy.
Mientras
lo llama siento que se me descontrolan los nervios temiendo que lo
que le diga nos impida comer juntas. “Paula, pero ¿qué te
sucede?, ¿cómo eres tan pava?”, me pregunto, no acertando a
comprender alguna de mis tontas reacciones.
PAULA-
¿Qué te ha dicho?
La muy
pilla tarda un momento en responderme como si hubiera adivinado lo
nerviosa que estoy. Luego se ríe y responde:
PENÉLOPE-
Cuando te apetezca, nos vamos.
La
invito a un italiano donde le informo que preparan una pasta
riquísima.
PENÉLOPE-
Ideal -dice- me encanta la pasta.
PAULA-
Pues yo soy muy buena con los espaguetis. Un día de estos los
preparo y te vienes, ¿te parece bien una comida solo para chicas en
mi humilde refugio?
PENÉLOPE-
Ni dudes que acepto esa invitación si no me lo impiden compromisos
previos, que en todo caso siempre podrían cancelarse.
Ahora
sí juntamos las cuatro manos encima de la mesa y nos las estrechamos
como dos chicas que se quieren mucho. No deja de sorprenderme la
habilidad de esta deliciosa criatura para resultar tan complaciente y
encantadora. Una vez más vuelvo a repetirme que no me extraña que
los hombres se vuelvan locos por salir y acostarse con ella.
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