lunes, 1 de diciembre de 2014

Entrevista a Penélope


ENTREVISTA VI
>>Te juro que ya no sabía qué decir ni qué hacer. Me temblaban hasta los dientes y solo sentía ganas de llorar.
PAULA- Pobre Pe, qué cabrón.
PENÉLOPE- Al final optaría por abrazarlo en silencio como una boba y dedicarle caricias que lo excitaran, pretendiendo que se olvidase lo antes posible de lo que me estaba diciendo.
“Vamos”, me ordena tomándome de la mano para sacarme de la cama. “Necesitamos una buena ducha. En este negocio es importante la higiene, porque no todos los tíos, por mucha pasta que ganen, son tan aseados como este menda, aunque algunas me consideréis un poco guarro”.
>>Yo caminaba como una corderita asustada detrás de él. Entramos al baño, abrió el grifo, me indicó que probase la temperatura del agua -qué amable el muy asqueroso, pensé- y cuando la notaba tibia y le dije que vale, me ayudó a colocarme sobre el receptáculo que ocupaba de pared a pared. Vertía champú sobre mi cabeza y espuma de gel sobre clavículas y hombros para luego extenderlo y enjabonarme a conciencia mientras vertía chorros intermitentes de agua sobre mí. En ningún momento me permitió que me ocupase de mi propia higiene, como si estuviera lavando a una niña. Y cuando alcanzó mi sexo, se detuvo más que en otras zonas -sonriendo, diciéndome maldades, picardías-, sin duda con la única intención de conseguir excitarme en un momento en que creo que comprendió que representaba incluso para él una tarea difícil.

Oyendo la delicadeza con que me estaba describiendo aquel baño, se me vinieron a la mente frases cínicas sobre la manera de bañarla aquel capullo, pero comprendí que no era momento oportuno para mis ocurrencias y guardé un prudente silencio.
PENÉLOPE- A su cuerpo no le dedicó tantos cuidados. Salimos. Me secó con una gran toalla blanca. Y tras secarse, arrojó su toalla y la mía a la bañera del jacuzzi y me abrazó. Con una ternura que de nuevo me desconcertaba.
PAULA- Por lo que veo era un cerdo pero, como decías, muy hábil manejando mujeres.
PENÉLOPE- Sí que lo es. De hecho, tras los abrazos me besó, introduciéndome despacio la lengua y acariciándome el paladar. Poco después tomaba mi cara entre sus manos y mirándome con una amplia sonrisa, me dijo “no sabes lo divina que estás con el pelo húmedo y esta carita tuya tan rica”, me cargó en brazos y me llevó de nuevo a la cama.
>>A esas alturas creo que ya me había olvidado de la desagradable conversación y solo deseaba de veras que me penetrase. Y él, intuyéndolo -el muy golfo- me abrió las piernas y sin borrar la pícara sonrisa de su mirada, me penetró y comenzó a follarme con el estilo salvaje que, sin duda, domina y yo necesitaba esa noche, llamándome putilla, diciendo que me iba a convertir en una auténtica reina y que nunca había echado mejores polvos con nadie que conmigo.
>>Yo jadeaba recibiéndolo sus penetraciones con mi dulce sonrisa, cerrando los ojos, acariciando sus endurecidos músculos... A veces se me escapaban las lágrimas de gozo, recreándome en el intenso placer que me proporcionaba.
>>De otro modo no hubiese podido alcanzar el éxtasis esa maldita noche.
>>Cuando terminamos, me acogió entre sus brazos y, aunque había prometido no parar de follarme hasta que amaneciera, nos quedamos dormidos.
PAULA- ¿Te permitió acudir a clase?



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