viernes, 12 de diciembre de 2014

ENTREVISTA XIII

PAULA- Lo habíamos dejado ayer en el justo momento en que tu primo iba a sacarte de excursión.
PENÉLOPE- Veo que no te olvidas.
PAULA- Tomo apuntes.
Los tomo. Pero en este caso le estaba mintiendo, llevaba en mi cabecita cada frase y cada palabra que habíamos intercambiado, de tanto repetirlas.
PENÉLOPE- La última advertencia de abuela fue para pedirle a Rafa que no corriese en la bici y él como respuesta le estampó un sonoro beso en la cara y simplemente le dijo, “adiós abuela”. Yo también la besé.
>>Se colocó a la espalda una mochila que colgaba del manillar y me sentó sobre la barra al estilo amazona con las dos piernas colgando hacia su izquierda. Al darse impulso para el primer pedaleo sentí cómo su cuerpo se acercaba al mío y me invadió una ola de satisfacción muy parecida a la que acababa de experimentar en la cocina unos minutos antes.
“¿Qué llevas en la mochila?”, le pregunté.
“Sorpresa”.
“No llevarás merienda para que nos quedemos porque no he avisado a abu”.
“He dicho sorpresa y las sorpresas cuando se anuncian dejan de ser sorpresas”.
“Te gusta jugar conmigo, ¿eh?”.
“Y ¿a quién no?”.
“Eres un golfo”.
>>Mientras circulamos por el pueblo se mantiene con las dos manos en el manillar y pedalea a un ritmo que pudiera considerarse entre lento y muy lento, pero en cuanto nos alejamos un poco comienza a acelerar. Yo le suplico que no corra y entonces se ríe de mí y pedalea mucho más rápido, sin importarle que le chille muerta de miedo. Creo que pretende que la amenaza del peligro a caernos por aquellos caminos, me excite.
PAULA- ¿Y lo consiguió?
PENÉLOPE- En cierta medida me parece que sí. De todos modos cuando finalizaron los tramos cuesta abajo redujo la marcha. Luego nos adentramos en una senda de tierra preciosa en la que las ramas de los árboles apenas dejaban que penetrasen los rayos de sol, conduciendo con una sola mano mientras con la otra me tocaba, disimuladamente, como por descuido...
PAULA- No me dirás que no se atrevía.
PENÉLOPE- No se trataba de eso. El muy pillo intuye que con esas maniobras cochinas me genera más ansias. Unas veces me la posa en las rodillas y la asciende un poquito, pero para situarla de nuevo sobre el manillar, o me estrecha por la cintura y me besa en la mejilla y cuando vuelve a su posición me roza las tetas.
>>Reconozco que esos jueguecitos me estaban poniendo muy caliente. Y además me contaba chistes verdes o insinuaba picardías con las que la tonta de mí dudaba si pretendía tomarme el pelo o excitarme más aún, o las dos cosas. Cuando me acercó su boca y dijo:
“Pe, me encanta cómo hueles”, y acto seguido me besó en el cuello, me encogí de hombros y pensé que iba a desmayarme de lo contenta que me puse.
“¿Adónde vamos?”, le pregunté.
“Enseguida lo verás”.
>>Giró a la derecha y nos adentramos en una pequeña pradera también rodeada de árboles que iba a morir a la misma orilla del río.
“¿Te gusta?”, me preguntó en cuanto bajamos de la bicicleta.
“Es muy bonito, no lo conocía”.
“Si es que necesitas a tu primo para que te lo enseñe todo”, dijo mientras me daba un azote en el culo.
“Rafa, imbécil, me has hecho daño”, le dije yo intentando golpearle a mi vez.
>>No lo conseguí porque alcanzó mi muñeca en el aire, me atrajo hacia él y, cuando estábamos muy juntos, me ciñó por la cintura, me puse de puntillas y me besó.
>>Nuestro primer beso. Nunca lo podré olvidar y eso que te juro, Paula, que lo he intentado miles de veces. Pero es que los estremecimientos que recorrieron mi cuerpo mientras sus labios rozaban los míos son indescriptibles por maravillosos y si digo que me sentía flotando mecida por un coro de ángeles puede que lo consideres cursi. Cuando terminó de besarme, repitió los azotes, pero ahora despacio, como juguetonas caricias.
PAULA- Oh, Penélope, cursi no, realmente bonito. De alguna manera nos ha sucedido a todas con nuestro primer beso de amor. Aunque a mí no me lo dieron con catorce años.
PENÉLOPE- Bueno, ya había cumplido los quince, pero no creo que importe mucho un año más o menos para sentir lo que sentí.
>>Cuando finalizaron besos y azotes me soltó el pelo para extendérmelo cuidadosamente sobre los hombros, se sacó la camiseta y me dijo:
“Anda, quítate el vestido, vamos a bañarnos”.
“Ni loca, Rafa. Esa agua tiene que estar como el hielo”, le dije, “báñate tú”.
>>Me apetecía mucho bañarme con él pero me daba un poquito de vergüenza que me viera desnuda.
“Ya estamos con la Penélope miedica”, comentó mientras se bajaba en un solo ademán vaqueros y calzoncillos.
>>Me puse colorada. Nunca se la había visto. Ni a Rafa ni a ningún otro chico. Se la miré y me pareció muy grande y además, a medida que se desnudaba y luego insistía para que me desnudase yo, le crecía y se elevaba apuntando hacia mí.
>>Pero me fui quitando el vestido despacio mientras me quejaba, “va a estar muy fría, ya verás”.
“No te preocupes que entraremos rápido en calor. Vamos” y mientras me acerco con gesto cobarde hacia la orilla, me pregunta:
“¿Y las bragas?”
“No pienso quitarlas para bañarme”
“¿Qué quieres, regresar con ellas empapadas?”.
>>Imaginaba que empapadas era muy posible que llegaran de todas todas, pero es que bajármelas sí que me daba mucha vergüenza. De hecho cuando ya nos encontrábamos a un paso uno del otro y me había insistido varias veces para que me las quitara sin que lo obedeciese, él mismo se encargó de hacerlo. No le opuse reparos, para qué lo vamos a negar. Entre otras cosas porque cuando sus dedos alcanzaron la zona más sensible de mis nalgas, me excité porque me las bajaba con una lentitud que yo nunca había utilizado para quitármelas, acariciando mis muslos y pantorrillas como si lo hiciera sin intención.
>>En cambio para meterme en el agua me resistí. Soy muy friolera. Tras mojarme solo hasta el tobillo, le dije:
“Está friísima, Rafi”.
>> Él ya se había mojado hasta la cintura y, estirando los brazos y sonriendo, me animaba:
“No seas tonta, que está muy buena”.
>>Pero la simple de mí continuaba introduciendo el pie y sacándolo, cuando se acercó autoritario:
“Dame la mano”.
“Pero no me salpiques, ¿vale?, y despacio, me da un poquito de miedo”
“Todo te da miedo, eres una miedosa”
>>Y mientras pronunciaba esas palabras, el muy sinvergüenza me atrajo hacia él y me hundió de golpe todo el cuerpo.
>>Yo braceaba y pateaba y, cuando podía, le gritaba:
“Eres un asqueroso, me las vas a pagar, déjame”, casi al borde del llanto.

...

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