ENTREVISTA
XIII
PAULA-
Lo habíamos dejado ayer en el justo momento en que tu primo iba a
sacarte de excursión.
PENÉLOPE-
Veo que no te olvidas.
PAULA-
Tomo apuntes.
Los
tomo. Pero en este caso le estaba mintiendo, llevaba en mi cabecita
cada frase y cada palabra que habíamos intercambiado, de tanto
repetirlas.
PENÉLOPE-
La última advertencia de abuela fue para pedirle a Rafa que no
corriese en la bici y él como respuesta le estampó un sonoro beso
en la cara y simplemente le dijo, “adiós abuela”. Yo también la
besé.
>>Se
colocó a la espalda una mochila que colgaba del manillar y me sentó
sobre la barra al estilo amazona con las dos piernas colgando hacia
su izquierda. Al darse impulso para el primer pedaleo sentí cómo su
cuerpo se acercaba al mío y me invadió una ola de satisfacción muy
parecida a la que acababa de experimentar en la cocina unos minutos
antes.
“¿Qué
llevas en la mochila?”, le pregunté.
“Sorpresa”.
“No
llevarás merienda para que nos quedemos porque no he avisado a abu”.
“He
dicho sorpresa y las sorpresas cuando se anuncian dejan de ser
sorpresas”.
“Te
gusta jugar conmigo, ¿eh?”.
“Y
¿a quién no?”.
“Eres
un golfo”.
>>Mientras
circulamos por el pueblo se mantiene con las dos manos en el manillar
y pedalea a un ritmo que pudiera considerarse entre lento y muy
lento, pero en cuanto nos alejamos un poco comienza a acelerar. Yo le
suplico que no corra y entonces se ríe de mí y pedalea mucho más
rápido, sin importarle que le chille muerta de miedo. Creo que
pretende que la amenaza del peligro a caernos por aquellos caminos,
me excite.
PAULA-
¿Y lo consiguió?
PENÉLOPE-
En cierta medida me parece que sí. De todos modos cuando finalizaron
los tramos cuesta abajo redujo la marcha. Luego nos adentramos en
una senda de tierra preciosa en la que las ramas de los árboles
apenas dejaban que penetrasen los rayos de sol, conduciendo con una
sola mano mientras con la otra me tocaba, disimuladamente, como por
descuido...
PAULA-
No me dirás que no se atrevía.
PENÉLOPE-
No se trataba de eso. El muy pillo intuye que con esas maniobras
cochinas me genera más ansias. Unas veces me la posa en las rodillas
y la asciende un poquito, pero para situarla de nuevo sobre el
manillar, o me estrecha por la cintura y me besa en la mejilla y
cuando vuelve a su posición me roza las tetas.
>>Reconozco
que esos jueguecitos me estaban poniendo muy caliente. Y además me
contaba chistes verdes o insinuaba picardías con las que la tonta de
mí dudaba si pretendía tomarme el pelo o excitarme más aún, o las
dos cosas. Cuando me acercó su boca y dijo:
“Pe,
me encanta cómo hueles”, y acto seguido me besó en el cuello, me
encogí de hombros y pensé que iba a desmayarme de lo contenta que
me puse.
“¿Adónde
vamos?”, le pregunté.
“Enseguida
lo verás”.
>>Giró
a la derecha y nos adentramos en una pequeña pradera también
rodeada de árboles que iba a morir a la misma orilla del río.
“¿Te
gusta?”, me preguntó en cuanto bajamos de la bicicleta.
“Es
muy bonito, no lo conocía”.
“Si
es que necesitas a tu primo para que te lo enseñe todo”, dijo
mientras me daba un azote en el culo.
“Rafa,
imbécil, me has hecho daño”, le dije yo intentando golpearle a mi
vez.
>>No
lo conseguí porque alcanzó mi muñeca en el aire, me atrajo hacia
él y, cuando estábamos muy juntos, me ciñó por la cintura, me
puse de puntillas y me besó.
>>Nuestro
primer beso. Nunca lo podré olvidar y eso que te juro, Paula, que lo
he intentado miles de veces. Pero es que los estremecimientos que
recorrieron mi cuerpo mientras sus labios rozaban los míos son
indescriptibles por maravillosos y si digo que me sentía flotando
mecida por un coro de ángeles puede que lo consideres cursi. Cuando
terminó de besarme, repitió los azotes, pero ahora despacio, como
juguetonas caricias.
PAULA-
Oh, Penélope, cursi no, realmente bonito. De alguna manera nos ha
sucedido a todas con nuestro primer beso de amor. Aunque a mí no me
lo dieron con catorce años.
PENÉLOPE-
Bueno, ya había cumplido los quince, pero no creo que importe mucho
un año más o menos para sentir lo que sentí.
>>Cuando
finalizaron besos y azotes me soltó el pelo para extendérmelo
cuidadosamente sobre los hombros, se sacó la camiseta y me dijo:
“Anda,
quítate el vestido, vamos a bañarnos”.
“Ni
loca, Rafa. Esa agua tiene que estar como el hielo”, le dije,
“báñate tú”.
>>Me
apetecía mucho bañarme con él pero me daba un poquito de vergüenza
que me viera desnuda.
“Ya
estamos con la Penélope miedica”, comentó mientras se bajaba en
un solo ademán vaqueros y calzoncillos.
>>Me
puse colorada. Nunca se la había visto. Ni a Rafa ni a ningún otro
chico. Se la miré y me pareció muy grande y además, a medida que
se desnudaba y luego insistía para que me desnudase yo, le crecía y
se elevaba apuntando hacia mí.
>>Pero
me fui quitando el vestido despacio mientras me quejaba, “va a
estar muy fría, ya verás”.
“No
te preocupes que entraremos rápido en calor. Vamos” y mientras me
acerco con gesto cobarde hacia la orilla, me pregunta:
“¿Y
las bragas?”
“No
pienso quitarlas para bañarme”
“¿Qué
quieres, regresar con ellas empapadas?”.
>>Imaginaba
que empapadas era muy posible que llegaran de todas todas, pero es
que bajármelas sí que me daba mucha vergüenza. De hecho cuando ya
nos encontrábamos a un paso uno del otro y me había insistido
varias veces para que me las quitara sin que lo obedeciese, él mismo
se encargó de hacerlo. No le opuse reparos, para qué lo vamos a
negar. Entre otras cosas porque cuando sus dedos alcanzaron la zona
más sensible de mis nalgas, me excité porque me las bajaba con una
lentitud que yo nunca había utilizado para quitármelas, acariciando
mis muslos y pantorrillas como si lo hiciera sin intención.
>>En
cambio para meterme en el agua me resistí. Soy muy friolera. Tras
mojarme solo hasta el tobillo, le dije:
“Está
friísima, Rafi”.
>>
Él ya se había mojado hasta la cintura y, estirando los brazos y
sonriendo, me animaba:
“No
seas tonta, que está muy buena”.
>>Pero
la simple de mí continuaba introduciendo el pie y sacándolo, cuando
se acercó autoritario:
“Dame
la mano”.
“Pero
no me salpiques, ¿vale?, y despacio, me da un poquito de miedo”
“Todo
te da miedo, eres una miedosa”
>>Y
mientras pronunciaba esas palabras, el muy sinvergüenza me atrajo
hacia él y me hundió de golpe todo el cuerpo.
>>Yo
braceaba y pateaba y, cuando podía, le gritaba:
“Eres
un asqueroso, me las vas a pagar, déjame”, casi al borde del
llanto.
...
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