ENTREVSITA
XIV
>>Aún
volvería a meterme la cabeza en el agua. Luego me soltó. Lo miré
con ganas de sacarle los ojos y caminando lo más rápido que me
permitía la corriente me acerqué de nuevo a la orilla y salí. Le
puse morritos y, como sonrió, le saqué la lengua.
“Y
pienso marcharme ahora mismo”, le dije.
>>Pero
tiritaba de frío y me quedé inmóvil al lado de la bicicleta,
abrazándome con mis propios brazos, castañeteando los dientes. No
dudaba que iba a salir en mi busca.
“Pero,
Pe, ¿por qué lloras?, estábamos jugando”, dijo mientras me
tomaba de los hombros para abrazarme”.
“Te
he dicho que me dejes”.
>>Me
separó los brazos y aunque los dejé que colgaran a ambos lados del
cuerpo le permití abrazarme. Estaba húmedo pero caliente y a medida
que frotaba las palmas de sus manos por mi espalda también yo iba
entrando en calor.
“Eres
un imbécil”, le dije.
>>Me
tomó de la barbilla y me preguntó:
“¿Me
perdonas?”
“No
sé”.
“Tendré
entonces que pedírtelo de rodillas”, dijo mientras descendía.
Apoyó las manos en mis nalgas y mirando hacia arriba volvió a
preguntarme, “¿me perdona la chiquilla más mimosa?”
“Te
perdono, pero no te tenía que perdonar”.
“Así
me gusta, que regrese la sonrisa a esos preciosos labios”.
>>Y
el muy golfo comenzó a besarme en el vientre y, en cuanto separé un
poquito las piernas, en el sexo que se me inflamaba como si fuese a
estallar. No esperaba esa sorpresa. Ni tampoco que me supiera tan
rica. Como no sabía qué hacer decidí apoyar mis manos en su cabeza
y se me escaparon varios gemidos. Cerré los ojos y contraje todos
los músculos de mi cuerpecito de anguila, como lo definió mientras
nos acercábamos al río. Su lengua exploraba la entrada de mi vagina
y acariciaba mi clítoris como si pretendiera derretirme. Mis manos
alcanzaron su nuca y presioné. Continuaba gimiendo mientras me
derretía.
>>Cuando
se incorporó de nuevo nos abrazamos tan fuerte como si
pretendiéramos rompernos. Ya no sentía frío. Los rayos de sol
impactaban directamente en mi espalda. Me soltó. Se acercó a la
mochila y sacó una manta de viaje y una toalla blanca pequeña como
las que se utilizan para lavarse las manos. Me reí de él.
“Vaya,
esa era la sorpresa que guardabas como si fuera un tesoro. Al menos
podías haber elegido una que nos sirviera para secarnos”.
“No
la traje con esa intención”:
>>Sin
embargo, la acercó a mis pechos y secó las hendiduras, ya casi
secas, y jugueteó con mis pezones. Luego extendió la manta a la
sombra de un roble, colocó la toalla en el centro y me indicó:
“Vamos,
siéntate”. Y mientras me sentaba, “el culo sobre la toalla”.
“¿Para
qué?”
“Por
si sangras”.
“Rafa,
tengo miedo, vas a hacerme daño”.
“Imagino
que eres virgen, Pe, no me digas que no sabes que hay que romper el
himen la primera vez que se hace. ¿No habláis de esas cosas las
chicas?”.
“Sí,
y Sandra, una compañera de clase me dijo que se lo había roto su
novio y duele”.
“Conmigo
no te va a doler”
“¿Por
qué lo dices tan seguro?”
“¿Piensas
que eres la primera a la que se lo rompo?”.
“No
necesitaba esa cochina explicación”.
>>Pero
se tendió encima de mí, separándome bien separadas las piernas
mientras me peinaba el pelo con las manos y no se cansaba de darme
besos en párpados, labios y cuello con caricias tan suaves como si
temiera romperme”.
“Te
quiero mucho Rafi”, le dije.
“Yo
también te quiero, Pe. Y buena prueba de ello es que lo de Rafi solo
te lo consiento a ti y cuando estemos a solas. Pero procura
relajarte, cariño, no te pongas tan tensa”.
>>Colocó
la puntita de su pene sobre mi vagina presionando y relajando la
presión como si se tratase de un divertido juego. Debo reconocer que
se esforzaba por agradarme. Creo que deseaba tanto como hacerme el
amor sentirse orgulloso y que no me arrepintiera nunca de haberme
entregado a él. Cuando lo introducía un poquito yo no podía evitar
contraerme. Pero lo volvía a retirar y cuando regresaba de nuevo
avanzaba otro poco mientras acariciaba dulcemente mi cara y me comía
a besos.
“Rodéame
con tus piernas”.
>>Lo
obedecí y me fue penetrando con tanta ternura que me entraron ganas
de darle las gracias. Muy despacio y sin parar de acariciarme.
>>
Cuando lo tuve completamente dentro, suspiré porque me alcanzaba una
sensación de plenitud maravillosa. Mis brazos ciñeron su espalda.
“¿Te
ha dolido?”, me preguntó.
>>Yo
moví la cabeza en el sentido que esperaba su lado vanidoso y
continuó moviéndose como si los dos formáramos parte de un mismo
cuerpo. Se me escaparon varios gemidos y entonces se apoyó en su
codos separando su cara de la mía. No dejaba de mirarme fijamente a
los ojos y comenzó a moverse a un ritmo más y más rápido. Aunque
a veces se detenía sonriendo para decirme cosas del estilo:
“Eres
la muñeca más divina que he tenido nunca entre los brazos, Pe”.
...
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