ENTREVSITA
XXI
Hoy
llego muy nerviosa a nuestro encuentro en el bar. Me he adelantado
varios minutos. He elegido la mesa de la esquina, pero colocándome
de espaldas a la barra como si pretendiera esconderme.
Después
de una última noche en que habré dormido tres o cuatro horas y a
intervalos, dándole vueltas a las dudas que rondan por mi cabeza,
sigo manteniendo las mismas dudas acerca de continuar o no con esta
entrevista.
Penélope
ha resaltado sus carnosos labios con un lipstick fucsia discreto
porque no necesita más y luce su precioso cuerpo bajo un sencillo
vestido de tirantes. Parece de buen humor, pues me ha pellizcando en
la cintura al sorprenderme mientras ojeo notas en mi bloc. Como
respingo, me abraza y me da un cariñoso beso en la mejilla.
“Oh,
esto es trampa”, pienso, pero lo único que puedo decirle es:
PAULA-
Me alegro de que comiences el día tan alegre.
PENÉLOPE-
También me gusta terminarlo alegre.
Solicito
la presencia del camarero para pedirlo un té para ella y un cortado
para mí.
PENÉLOPE-
Hoy verde no, me lo pones negro. -me interrumpe.
PAULA-
Y ese cambio.
PENÉLOPE-
Me han dicho que el negro es más excitante.
PAULA-
¿Para qué precisas excitaciones extras tú?
Sonríe con su sonrisa de siempre.
PENÉLOPE-
Ese es un secreto.
A
estas alturas, cuando solo llevamos juntas unos minutos ya mi
confusión ha alcanzado niveles de caos y, tras darle un sorbo a mi
café, decido recurrir a mis notas.
PAULA-
¿Cumplió su promesa la prima Montse?
Ahora
es ella quien toma mis manos sin abandonar su bonita sonrisa.
PENÉLOPE-
El sábado comenzaban las fiestas en el pueblo cabecera de comarca.
Es un pueblo grande, precioso, rodeado de montañas, con piscinas,
camping y lleno de turistas todo el verano. Son famosas por la
cantidad de gente que acude. Yo no había ido nunca y cuando Rafa me
anunció que su padre le dejaba el coche y pensaba llevarme, no me lo
podía ni creer.
“Solo nos falta el permiso de abuela”, le dije.
“Tranquila.
Yendo conmigo seguro que te lo concede”.
“¿Se
lo pides tú?”
“Si
quieres...”
“Y
casi le dices que Montse viene con nosotros”.
“No
te preocupes de lo que le diga ¿Desconfías de mi poder de
persuasión?”
>>Me
colgué de su cuello y, aunque nos encontrábamos en plena calle, le
estampé dos sonoros besos en la cara.
>>Las
únicas recomendaciones de la abuela fueron que no corriese mucho y
que no regresáramos muy tarde.
>>Rafa
le dijo que consideraba preferible que me quedase a dormir el resto
de la noche con su hermana.
PAULA-
Y tu abuela, claro, accedió.
PENÉLOPE-
Con ella le sucedía como conmigo, siempre consiguió cuanto se
propuso. Nos tenía tomada la medida.
PAULA-
Sobre todo a ti.
PENÉLOPE-
No seas mala pécora, o no te sigo contando.
PAULA-
Ah, ¿no? ¿Ahora que llega lo interesante? Eres traviesa.
PENÉLOPE-
Contigo nunca lo soy.
PAULA-
No lo diría yo tan segura. Por cierto, voy a pedirme un gin-tonic
-le dije- ¿Te apetece? Está riquísimo.
PENÉLOPE-
Bueno, puede que me ayude, ¿por qué no?
Y
llamé intencionadamente al camarero de los rizos, que en menos de
dos segundos ya se encontraba atendiéndonos.
“Veo
que la señorita va adquiriendo los buenos hábitos de su amiga”,
dijo dirigiéndose a Pe, que se puso colorada.
Nos
sirvió un platillo de aceitunas con los gin-tonics.
PAULA-
Imagino que esa fiesta resultó bastante más agradable que la de tu
pueblo.
PENÉLOPE-
Mucho mejor. Nos lo pasamos de cine. Allí no le importaba tomarme de
la mano o del hombro o la cintura y eso que nos cruzamos con chicos
que nos conocían. Y por la noche en la plaza, aunque estaba
abarrotada de gente y casi nadie bailaba, me invitó a bailar y
bailamos acaramelados como dos amantísimos novios.
PAULA-
O sea que quiso compensarte por la fiesta en que solo bailó con
Palmira.
PENÉLOPE- Nos divertimos muchísimo. Subimos a los coches de
choque, a la noria, bailamos, como te dije... Con cualquier excusa nos gastábamos bromas, compró
nubes de algodón que íbamos comiendo por la feria entre risas, y
cuando me ceñía de la cintura colaba su mano bajo mi camiseta y le gustaba buscarme las
cosquillas y entonces yo le daba un azote cariñoso en el culo y
le llamaba bobo para terminar entre sus brazos más contenta que unas pascuas.
PAULA-
Por lo que dices parece que te trató como a una auténtica
princesita.
PENÉLOPE-
Oye, rica, como a una reina. A su lado no solo me sentía muy muy
feliz sino también una chica mayor. Te aseguro que soy una
dormilona y ni a las cinco de la mañana cuando sugirió ir a
tomarnos la última copa al bar frente al que habíamos aparcado el
coche, tenía ni pizca de sueño. Tomamos cerveza (siguiendo mis
instrucciones por una vez, sin alcohol) y emprendimos viaje de
regreso. Pero no creas que terminamos la fiesta.
PAULA-
Me lo estaba imaginando.
...
No hay comentarios:
Publicar un comentario