lunes, 23 de marzo de 2015


...
Sin decir palabra y despacio –eso sí, temblando de miedo- regresé a mi postura original para facilitarle que continuara dando rienda suelta a sus íntimos deseos. Que por otro lado no digo que me disgustaran lo más mínimo. Únicamente cuando comprobé cómo aquel líquido de aspecto lechoso se le desbordaba de la boca y corría hacia sus mejillas y párpados, le dije:

-Permite que me levante por una toalla y te limpio.

Él giró la cabeza a derecha e izquierda para decirme que no, y esas negaciones me provocaron tales cosquillas que, sin pensarlo, apoyé mis manos en su nuca y lo atraje hacia mí con el ímpetu de una leona, restregándome en sus labios y presionando también en su nariz. Trastornada, sin control alguno de mis impulsos, cuando siempre había presumido de controlarlos (en opinión de algunas amigas, incluso demasiado). Durante unos segundos me sentí una reina sádica castigando a su vasallo. Con pies y manos atados a los barrotes de la cama, no le quedaba escapatoria, pero ni se me ocurrió pensar que dificultaba la entrada de aire a sus pulmones hasta que sacó la lengua y su pecho se contraía y elevaba espasmódicamente y creí percibir sus jadeos, y me asusté.

-Oh, Dios mío, perdona –le dije, retirándome hacia atrás- no sé qué ha podido sucederme. ¿Te encuentras mal?
Me dijo que no, también ahora moviendo únicamente la cabeza, aunque en este caso porque sus afanes por recuperar el ritmo de respiración le impedían articular palabras. Con su rostro mudando entre los colores de la amapola y la orquídea.
-Lo siento, cariño, de veras –le dije, acariciando su rostro.
Luego me tendí a su lado y lo besé sin dejar de acariciarlo con tanta ternura como si lo quisiera de veras.
Sólo entonces me dijo:
-Penélope, bonita, no tienes por qué preocuparte. Me has llevado al éxtasis y a punto has estado de llevarme un poco más allá. Eres una chiquilla adorable.
Creo que, aun valorando mis pudorosas inhibiciones, acabé rebasando con amplitud el límite de lo que yo misma hubiese considerado lícito, incluso en aquellos momentos en que me entrego a las fantasías sexuales más disparatadas.

Pero esa noche también descubrí, que por muy tímida que seas –y yo lo soy- la excitación dispone de una magia que en segundos te puede convertir en la chica más osada y valiente.
Volveríamos a dormirnos. Ya con las primeras luces del alba introduciéndose a través de los claros de la persiana y, aunque parezca mentira, abrazados como dos tortolitos muy enamorados. Mi cabeza escondida en el hoyo que se le formaba entre hombro, clavícula y pecho, que aún olían ligeramente a mi propia orina.
Por la mañana nos despedimos como nos habíamos despedido la primera noche. Con un beso en los labios e intercambiando tiernas sonrisas.
¡Vaya estreno!, pensé, mientras iba bajando las escaleras.
Ya no me merecía la pena pasarme por casa ni deseaba exponerme a las preguntas indiscretas y las bromas de Raquel.
En una cafetería a medio camino de la tienda de flores, pedí un chocolate a un camarero tan joven como yo –ansiaba una taza de chocolate bien caliente-, churros, un zumo de naranja y el periódico, y, apoyada en la amplia cristalera que mira a la calle, me entretuve ojeando noticias en las que no me concentraba y recibiendo miradas indiscretas del camarero, hasta que mi reloj marcó las diez menos diez.
No descubro ningún secreto si afirmo que a lo largo de aquella nueva tarde me palpitaría con fuerza el corazón cada vez que se abría la puerta, con la esperanza de que quien la empujaba fuese el profe. Y no solo debía palpitarme el corazón, pues la asquerosa de mi jefa se atrevió a decirme cuando me dirigía al almacén por una cesta de flores:
-Pero ¿qué te sucede Penélope? Pareces escocida. Endereza esas piernas y camina como una persona.
No le respondí. Prefería ignorar su estúpido comentario aunque hizo también alusiones poco discretas a mi cara de sueño, y es cierto que una sensación a medias entre la plenitud y un ligero escozor aún me incomodaba en la zona púbica. Puede que también me pusiera un poquito nerviosa porque, aunque visité el servicio varias veces para humedecerla y limpiarme bien, según avanzaban las horas me picaba un poquito más...





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domingo, 22 de marzo de 2015




...


Creo que se le estaba desbordando la imaginación, o quizá se pasó la tarde consultando libros de técnicas sadomasoquistas, o aquella droga estimulante de color azul le provocaba alucinaciones, pues reconozco que me propuso prácticas que no he visto ni en las pelis más cochinas ni oído de lenguas tan viperinas y viciosas como la de Raquel o alguna de las amigas poco recomendables con que se reúne a veces.

No accedí a todas ellas, ni a pesar de sus ruegos y promesas ni del último cóctel que me había servido cuando se levantó por el vibrador obligándome a darle dos buenos sorbos mientras lo sostenía y lo inclinaba sobre mi boca con sus propias manos como si pretendiera emborracharme (derramando incluso el líquido por la comisura de mis labios), ni de la pena que me embargaba ante su cuerpo desnudo tendido sobre la cama, atado de manos y pies y suplicando con voz de pordiosero lo que nunca imaginé que se le pudiera suplicar a una chica.

-Oh, no lo hagas, por favor, concédeme al menos un minuto para que pueda ir al baño a limpiarme –le supliqué cuando pidió que acercara mis genitales (mi delicioso coñito, fueron sus palabras) a su boca.
Pero me advirtió que ni se me ocurriera, que ya me limpiaba él. En un tonillo de voz que a ver quién es la guapa que se atreve a negarse. Y aunque con un tremendo apuro atenazando todo mi cuerpo, me fui acercando hasta colocar mis rodillas dobladas a ambos lados de su cabeza, por temor a que se enfadara conmigo.
-Así me gusta, que obedezcas como una niña buena.
-Si vuelves a llamarme niña, me enfado.
-Perdona, preciosa –me dijo con un tono más dulce-. Solo se trata de un apelativo cariñoso.
-Hay otros apelativos cariñosos que puedes utilizar conmigo.
-Tomo nota.
-Seguro que como profe de lengua sabrás encontrar aquellos que agraden a una chica como yo.
-Nunca he conocido a una chica como tú.
-No seas mentiroso, seguro que te has acostado con más de una.

Por primera vez en la noche, el hecho de tenerlo debajo de mí atado de pies y manos me concedía una cierta confianza. Aunque, oyendo sus tiernas promesas de rectificación, decidí continuar obedeciendo sus indicaciones de la manera más dócil posible.

Cuando mi vello púbico rozó su barbilla, sacó la lengua y comenzó a lamer mi vulva empapada -no sólo a causa de la excitación-, como un dóberman sediento de varios días. “¿Esa es tú manera de limpiarme?”, le iba a preguntar, pero casi me provoca la risa el simple pensamiento de la pregunta. Tampoco pude llamarle cochino porque, aparte de la vergüenza que sentía reclinada en aquella extraña postura, reconozco que muy pronto empecé a derretirme de gusto. Me gustaba incluso que saborease los restos de mi pis y se relamiera. Apoyé las manos en sus mejillas y eché la cabeza hacia atrás, mirando al techo porque no me atrevía a mirarle a los ojos.
Cuando ya me tenía igual de húmeda pero perfectamente limpia, rodeó mis genitales con sus dientes y, aunque pensaba que me los iba a morder, no dije nada. Mordió, pero sin causarme daño, succionando hasta que los introdujo en su boca y allí, completamente suyos, me los estuvo acariciando con la punta de la lengua que entraba y salía de mí o se recreaba ensanchándome, hasta que mi clítoris se retrajo y las intensas sacudidas de mi útero y vagina precipitaron que una fuerza desconocida se desatara en lo más profundo de mi ser y me corriera en irrefrenables espasmos, inundándole la boca de líquido.

-Oh, perdóname, por favor –le dije, casi llorando- no sabía que iba a sucederme esto, perdóname –y me aparté, quedando sentada sobre su pecho.
-¡¿Perdonarte?! –exclamó, casi chillando-. Penélope, ¡eres divina!, hacía mucho tiempo que no me encontraba con una chica fuente.
-¿Qué significa eso?
-Ya te lo explicaré, ahora regresa adonde estabas, quiero seguir saboreando tu delicioso coño.
Imaginaba su significado. Lo que no sabía era que se tratase de una suerte privativa de unas pocas privilegiadas como yo. Algo que ahora sé pero que muy bien, gracias al habilidoso profe...



sábado, 21 de marzo de 2015


EMOCIONES ÍNTIMAS.


Imagino que mi hipófisis provocó una descarga exagerada de endorfinas. Pero, gracias a Dios, estaba redescubriendo la auténtica lujuria.
Mi madre tenía por costumbre leerme pasajes de la Biblia cuando yo era niña mientras porfiaba para que comiese la merienda que siempre me negaba a terminar, y de pronto acudió a mi memoria una de aquellas imágenes y sus consejos sobre las tentaciones de la carne y sus peligros, “nadie camina sobre las brasas sin que sus pies se quemen”, y aunque ese recuerdo encendiera algunos colores en mi rostro, chillé como una auténtica loca: “¡Oh, cielos!, ¡soy inmune!”.
-¿Eres…

Una de mis muñecas soltó el pañuelo que la sujetaba y, aunque a la mañana siguiente comprobaría una rozadura tan marcada que es posible que saliera sangre, entonces tampoco me dolió e incluso con aquella mano libre arañé sus nalgas a lo salvaje, hasta que lo obligué a gritar y nuestras respectivas pelvis chocaron con el ímpetu de dos trenes que circulan en dirección contraria por la misma vía.
A los pocos segundos él mismo me soltó la otra y lo abracé y le dije al oído que me mantuviera los pies atados, que ni se le ocurriera moverse de encima de mí.
Pero se movió.
Desobedeciendo todas mis indicaciones comenzó a liberarme los tobillos.
-¿Por qué lo has hecho? –le pregunté, con la voz más mimosa que me he oído nunca.
-Ahora quiero que me ates tú.
-¡Pero qué dices…! –exclamé verdaderamente sorprendida.
-Es lo justo.
-No considero justo atar a nadie.
-Sólo quiero que compruebes lo que se siente desde la posición de dominio.
-Te equivocas. A mí no me interesa en absoluto conocer lo que se siente dominando a otros.
-Entonces, te lo solicito como un favor –y añadió una dulce caricia en mis labios.

Me daba mucha vergüenza complacer sus caprichos, que en casi todos los casos me parecieron extravagancias o simples groserías. Pensé negarme. A todas y cada una. Pero cuando tras anudarle tobillos y muñecas –creo que sin demasiada firmeza, vamos, que hubiera podido zafarse si hubiera querido- a los barrotes de la cama, me pidió con su voz de profe a la que no sabía negarme, que me colocara sobre la cama con cada uno de mis pies a sus costados, un súbito hormigueo me recorrió piernas y estómago. Una sensación muy placentera, aun en contra de todas mis previsiones. Lo que no esperaba (¡lo juro!) es que el muy cochino fuese a pedirme lo que me pidió. Pero después de unos instantes de duda, sin haber acudido al baño nada más que a lavarme desde primeras horas de la noche y notablemente excitada con sus argucias y bien elegidos piropos, me resultó menos difícil complacerlo y que el esfínter de mi uretra se relajara y el pis acumulado durante tantas horas en mi vejiga cayera sobre su rostro mientras se relamía como un perro y las inmaculadas sábanas de seda sobre las que ya entonces me entraron serias dudas de que volviera a reclinarse su dulce esposa, se fueron cubriendo de feos lamparones amarillos.
-Agáchate –me pidió.
Y yo, dócil y sumisa, me agaché...



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viernes, 13 de marzo de 2015



         
EMOCIONES ÍNTIMAS (Continuación)


Se incorporó. Mis ojos se habían acostumbrada a la oscuridad y pude distinguirlo en la penumbra, excitado, con su pene tan firme como al inicio de la noche cuando iniciamos el primero de nuestros polvos, y le rogué, casi suplicando:

-Ven, acércate, quiero sentirte dentro, que me penetres, pero tú.
Ignoraba su reacción. Manso como un corderito procedió a tumbarse sobre mí, apoyando los codos en la cama en su estilo para no causarme daño. Pero cuando nuestros cuerpos se fundieron en uno solo, oí cómo susurraba a mi oído:
-¡Susana!, putilla, dime, Susanita ¿con quién follas esta noche?
¡Dios, santo! Se dirigía a su mujer. ¿Qué sospechaba?
-Contigo, cariño -me atreví a responderle adoptando un tono cómplice y mimoso en la voz- sólo me gusta hacerlo contigo.
-¡Mientes, zorra! –dijo visiblemente irritado.

Pero el juego me había convertido en una chica valiente y no me importó seguir comportándome como si fuera ella. Jadeaba. Respondía a sus insultos con demandas fingidas de perdón y prometiendo no volver a engañarlo en el futuro con nadie. Jadeábamos los dos. Y sus manos rodearon mi cuello, tensando sobre él el collar de perlas, y sus dientes mis pezones, y sus acometidas se volvieron tan violentas y desesperadas que los barrotes de la cama comenzaron a crujir amenazando con desplomarse.

Creo que sus fieras acometidas me causaron daño, verdadero daño físico. Si soportaba los dolores, colaborando incluso, y le consentí y le rogué que no parase, que siguiera castigándome como me merecía por comportarme como una putilla y ponerle los cuernos con otros hombres, es porque había aceptado interpretar a su infiel esposa y soy buena interpretando, y porque pocas veces en mi vida se habían desatado dentro de mi alma tantas emociones, y tantos placeres a lo largo y profundo de mi cuerpo, ni por supuesto tantas ganas de que alguien me hiciese el amor hasta que no quedara ni una pizca de ganas ni deseo en mi cerebro ni en mis enrojecidos genitales.



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miércoles, 11 de marzo de 2015


NUEVAS EMOCIONES

Yo agitaba las caderas desesperadamente, elevaba el culito y chillaba o me mordía los labios mientras me llamaba idiota y prometía que si lograba sobrevivir a mi aventura con el refinado profesor nunca jamás volvería a fiarme de nadie. El muy cerdo puso música a un volumen casi inaudible. Pensé en música clásica, pero muy pronto sonaron los primeros compases y el inquietante lalalalala de la banda sonora de La Semilla del Diablo. A continuación volvió a acercarse a la cama. Se sentó a mis pies, comprobó con una de sus manos la firmeza de los nudos que sujetaban mis tobillos y al momento percibí la punta del artilugio que manejaba rozando el incipiente vello de mis piernas sin depilar desde quince días antes, abiertas y estiradas como las de un crucificado.

-Oh, no me hagas esto –le rogué procurando recuperar un poco de calma.
Se inclinó hacia mí. Noté que respiraba con dificultad. Olía a perfume. Un aroma penetrante y místico que identifiqué con el pachuli o la corteza húmeda de algún árbol exótico.
A pesar del miedo que empezaban a inspirarme las argucias con que preparaba lo que llegué a imaginar un ritual de orden sádico, ansiaba el tacto de sus dedos -imagino que debido a la tonta suposición de que eso me proporcionaría alguna pista sobre sus verdaderas intenciones-. Pero se cuidó muy mucho de que nuestras pieles establecieran el mínimo contacto.
-Eres un miserable –le dije con un hilillo de voz.

Lo que imaginé una sierra parecida a la que utilizaba el médico para cortar el yeso que inmovilizaba la tibia que me había fracturado cuando con catorce años me quedé sin frenos en la bicicleta bajando una pronunciada pendiente que terminaba en curva, se aproximaba a mis muslos. Di un respingo como si acabara de quemarme la llama de una cerilla. Si hubiese podido habría juntado las piernas. Percibí un ligero roce en el vello del pubis, y entonces el muy canalla dibujó una leve caricia a la altura de mis labios mayores y, con una voz casi amistosa, susurró:
-No tienes que temer, cariño. Disfruta.
Inspiré y expiré todo lo despacio que pude.
Introduciendo sus dedos desgarró las braguitas de su esposa que acababa de ponerme, sin molestarse en bajármelas siquiera.
Me dolió tanto como si fueran mías.
-Desátame, por favor –le suplicaba con lágrimas en los ojos-, haré lo que me pidas.
-Lo harás igualmente.

Las sienes me estallaban, de tensión y de miedo. Y, cuando ya no hubiera soportado otro segundo aquella incertidumbre, buscó mi clítoris y colocó sobre él la sierra eléctrica que portaba en una de sus manos. Mis músculos, mis débiles músculos se contrajeron como si fuera a saltar a la otra orilla de un río. Pero la textura rugosa y el tacto suave (no de sierra, gracias a Dios), me proporcionaron cierta tranquilidad. El muy golfo lo mantuvo allí mientras mi respiración volvía a acelerarse. Luego lo giró varias veces en ambas direcciones y me lo fue introduciendo en la vagina, pero despacio, con la delicadeza y el mimo de sus primeras caricias.
Cuando me oía sollozar, se detenía, y cuando yo callaba –sólo suspirando- lo llevaba un poquito más adentro, pero sin lastimarme.
-Si me lo pides me voy –dijo de pronto en una de las pausas.
-Eres un asqueroso.

Creo que el propio miedo había incrementado mi excitación. Nunca nadie me había masturbado con un consolador y a medida que las sensaciones placenteras se apoderaban de todo mi cerebro me iba relajando para permitirle que actuara a su ritmo y a su gusto –que era el mío-.

Le dije cosas que no digo por muy cachonda que esté. Yo misma llegué a pensar que actuaba bajo los efectos de una droga. Aquel maravilloso pene de látex era aún más largo que el de ya mi querido profe y él me lo metió muy adentro, hasta que alcanzó el cuello del útero, y puede que lo traspasara. Entonces lo hizo palpitar en la punta a un ritmo cada vez más rápido. Yo cerré los ojos y me llevé las manos a la boca para no escandalizarme con los gritos de histérica que me salían sin ningún control. Pero el muy cochino, cuando había logrado conducirme cerca del éxtasis –vaya, cuando me tenía caliente como a una zorrita- lo retiró, preguntándome si me gustaba y, aunque ansiosa, le respondí que mucho, lo arrojó al suelo sin importarle mis jadeos ni la tiritona, provocados por la miserable situación de abandono a que me condenaba sin ningún motivo...

martes, 10 de marzo de 2015

EMOCIONES...

Me sorprendió que me esperase de pie a la puerta del baño. Serio. Mirándome a los ojos como si me odiara. Tomó una de mis manos y con la palma de la otra suya me estampó un sonoro azote en el culo.
-¿Por qué me pegas? –le pregunté, mimosa aún.
-Te lo mereces –dijo, y me azotó de nuevo. Más fuerte.

El profe comenzaba a perder sus buenos modales. Me entraron serias dudas cuando me pellizcó los pechos sin otros motivos que los que impulsan a un sádico, y yo sólo dije, ay. El alboroto en que se habían enmarañado mis neuronas no me facilitaba mejores respuestas. En cambio, cuando volvió a llevarme a empellones hasta la cama y me acostó empujando para que cayera de espaldas, hipé, sorprendida.
Quise recriminarle su violenta actitud pero mi lengua se había inmovilizado.
Es muy listo, vaya si lo es. Cuando observó que se me saltaban las lágrimas, inició de nuevo las caricias -tiernas y dulces-, y sus labios humedecieron los míos como el agua de una fuente.

-Sólo jugabas, ¿verdad? – le pregunté.
Y entonces me quitó las braguitas y me puso con delicadeza unas de su esposa que eran una auténtica preciosidad, en tul de encaje negro transparente con volantes de organza ciñendo el culito. Si intuyo entonces el uso que pensaba darles, me las hubiera quitado para llevármelas como merecida recompensa.
Aunque suene increíble –incluso a mí- comencé a excitarme de nuevo. Él -no es necesario que lo diga-, continuaba empalmado.
Cuando me tenía vestida a su gusto, tensó entre sus manos varios pañuelos de fina seda y me solicitó que le permitiera atarme manos y pies a los barrotes de la cama. Mi corazón, como la gatita a la que persigue un perro, comenzó a saltar a lo loco. Además, me seguía confundiendo que mientras formulaba preguntas sin esperar mi respuesta y me exponía sus lascivas intenciones, no dejaba de acariciarme en la zona interior de los muslos, en las ingles, en el pubis…, con una ternura que me derretía y, aunque hubiera querido decirle que no, como estaba muy contenta desde el detalle de vestirme la carísima lencería de su esposa, únicamente pude decirle que sí.

-Pero no me hagas daño, ¿vale?
-Eso depende.
-¿De qué depende? –dije, como si no me faltaran ganas de seguirle el juego.
-De cómo te comportes. De lo buena niña que seas.
-Soy buena.
-¿Cómo de buena?
-Muy, muy buena.
Ya me había inmovilizado, cuando dijo:
-Eso tendré que decidirlo yo.

El tonillo autoritario de esa última respuesta unido al recuerdo de los azotes en el culo, activaron algunos de mis miedos y de pronto reparé en que me encontraba en la casa de un extraño, alguien a quien no había visto en mi vida, que las apariencias engañan y debajo de ese porte de elegante caballero muy bien podría esconderse un peligroso pervertido. Me entraron serias dudas acerca de si el numerito de las flores y la esposa en el extranjero, no obedecería exclusivamente a una sutil estrategia para ligarme. “¡Dios mío!”, exclamé, sin articular palabra, “no hay en el mundo nadie más simple e ingenua que la inocente Penélope”. Comencé a sudar, ardía y mis brazos y piernas se agitaron golpeando contra el colchón como si esos estúpidos movimientos pudieran librarme de algún peligro. Le dije:
-Por favor, desátame, no me gusta este juego.

Pero entonces apagó la luz. La figura del fantasma en que se había encarnado comenzó a moverse y se acercó al espacio donde se encontraba la cómoda. Las venas de mi cuello latían como disparos. Comprobé cómo tiraba de uno de los cajones y transcurridos apenas dos segundos oí el sonido de lo que me pareció el motor a pilas de una pequeña sierra eléctrica...
CONTINUARÁ...

sábado, 7 de marzo de 2015


EMO...
Procuraba relajarme, inspirando hondo, expulsando el aire con fuerza. Pero me dolía. No mucho, aunque puede que los nervios incrementaran la sensación de dolor, pues me siguió penetrando despacio, muy despacio, y a medida que me penetraba y yo me mordía la lengua para no chillar, el dedo índice de su mano derecha alcanzó mi inflamado clítoris y entonces suspiré y dejó de dolerme.

Se había percatado del momento justo en que recobraba mis sensaciones placenteras. Por otro lado, nada difícil, oyendo mis gemidos y viendo cómo mi cuerpo se acomodaba al suyo, procurando mantenerse firme cuando salía de dentro de mí y acercando mi culito a su pelvis cuando entraba de nuevo.
-Me encanta cómo te entregas –dijo- y cómo te estremeces-. Y de pronto comenzó a golpear como una verdadera bestia, como nunca me había golpeado en ninguno de nuestros polvos anteriores, consiguiendo que mis nalgas emitieran sonidos tan escandalosos como si me estuviese azotando con un látigo. Imaginé que la pastilla azul contendría alguna droga estimulante.
-Oh, Alex, sigue.
Ciñó sus manos a los huesos de mis caderas y me golpeó aún más fuerte.
-Así, cielo, no pares –le dije pensando que sería incapaz de mantener el impetuoso ritmo, aunque después de una media hora, casi me arrepentía de mi súplica, pues ya había experimentado dos riquísimos orgasmos y se me agotaban todas las energías que había acumulado durante meses y meses para una ocasión como aquella. De hecho, tuve que volver a decirle:
-No puedo más- y me dejé caer de bruces sobre la cama.

Él se acostó sobre mí, sin sacarme su miembro, que se mantenía duro gracias a lo que entonces consideré un milagro y las habilidades de un hombre que sabía tratar a las mujeres con una pericia inalcanzable para la mayoría de los machos de la tierra.
-¿Qué te parece ahora el chaval de dieciocho?
Oh, deseaba jactarse. Mi broma de la noche anterior había herido su orgullo.
-Bien, muy bien. Ahora sí –le dije, con tonillo irónico, aunque pronto rectifiqué-. Bueno, no, no creo que nadie de dieciocho años ni de ninguna otra edad pueda hacer conmigo lo que me estás haciendo tú. Lo que me sorprende es que lo haya podido resistir, que aún siga viva. Menos mal que hemos terminado.
-¿Te alegras de haber terminado?
-Me alegro y no me alegro. Comprende que me tienes completamente destrozada, por dentro y por fuera. Imagino tu esposa lo contenta…
-¡No menciones a mi esposa!
-Perdóname.
Seré estúpida”. Lo había ofendido con ese comentario que reconozco fuera de lugar dadas las circunstancias.


Ignoro lo que me sucedió. Percibí cómo se incorporaba para tenderse a mi derecha y me pedía que le retirase el preservativo. Lo hice. Muy amorosa, aunque casi llorando por culpa de mi metedura de pata.
Luego tomé mis braguitas de encaje en rosa con lacito que había vestido por la mañana al dictado de mi inconsciente cuando mis razonadas conclusiones me indicaban que no volvería a ver en mi vida al maduro y caballeroso profe y, tras solicitarle permiso, me dirigí al baño. Necesitaba lavarme y también cubrirme mis partes íntimas –sin otros motivos que la certeza de que nuestras raciones de sexo por esa noche ya nos habrían saciado.
Tras envolver el condón en un trozo de papel higiénico y depositarlo en la papelera, me lavé, vestí las bragas y regresé al dormitorio, convencida de que dormiríamos plácidamente, al menos hasta la salida del sol...



jueves, 5 de marzo de 2015


EMOCIONES ÍNTIMAS

Cuando ya habíamos descabezado un breve sueño, en cambio, se levantó inesperadamente, abrió una puerta del vestidor y se acercó de nuevo a la cama mostrándome una preciosa y delicada combinación de su esposa. Dijo:
-Es de seda. La compramos en Roma en nuestro viaje de novios. Me gustaría que la vistieses para mí.
-Oh, por favor –le dije- no me pidas eso.

Pero tan amable solicitud excitó aún más todos y cada uno de mis excitados órganos sensoriales. Me incorporé y, sonriendo, le permití que me la vistiera.
Me quedaba amplia de arriba pero se adaptaba a mi culito como una segunda piel y en uno de los espejos del vestidor comprobamos que me hacía muy mona, muy sexy.
-Estás monísima, pero ¡vaya cara que tienes! –dijo.
-¿Qué cara tengo?
-Cara de chica a la que acaban de follar.
-Oh, mira que eres golfo.

Se me había corrido el rímel y el carmín me embadurnaba el inicio de ambas mejillas desde la comisura de los labios -¡por su culpa!-, y con aquellas enaguas de tirantes y el collar de perlas adornando mi escote y el pelo despeinado, sí que mi cara resultaba cuando menos un poquito gamberra. Pero yo misma, sin que me lo indicara nadie, busqué una toallita desmaquilladora para limpiarme los churretones que ensuciaban mis lindas mejillas y luego apliqué otra y otra capa de rímel en las pestañas, la brocha de rubor en el centro de los pómulos –consiguiendo tonalidades más vivas aún-, me pinté los labios exagerando el sexy arco de cupido de mi labio superior y perfilé de nuevo las líneas de los ojos para que esas coquetas maniobras me ayudaran a recobrar una imagen de chica bien despierta, no de recién follada, según el profe.

Mientras yo me ponía guapa de nuevo, lo observé sacando del cajón de la mesita una caja de preservativos, un tubo que confundí con los de pasta de dientes y un blíster con pastillas azules que entonces no identifiqué pero ahora no me cabe ninguna duda que se trataban de Viagra. Entró al baño e imagino que se tomó una. No querría que volviera a repetirle mi broma comparándolo con chicos de dieciocho, y eso explica también su increíble potencia cuando yo ya me encontraba rendida, al borde del desmayo y él era capaz de mantener una erección mucho más firme que al inicio de la noche.
Al acercarnos de nuevo a la cama y percatarme que el tubo -de la misma marca que los condones-, no contenía pasta dentrífica, le pregunté:
-¿Y esto?
-Lubricante, y de los buenos.
-Oye, ¿acaso piensas que a mis años preciso que me lubriquen?
-Puede que lo piense y lo acabes pensando tú.
-A ver, a ver, ¿qué quieres decir? No estarás planeando penetrarme por detrás.
-Esta noche es de sorpresas y las sorpresas si se explican pierden su carácter de sorpresa.
-Pero es que no me gustaría que me penetrases por ahí.
-¿Cómo lo sabes?
-Lo intuyo. Y a propósito, no me has dicho nada de mi nuevo look, ¿te gusta?
-Estás monísima.

Ciñó mi cintura, me estrechó con fuerza, tiró hacia arriba de mí para izarme y crujieron mis huesecitos mientras me besaba con una especie de rabia que hasta entonces no había empleado. Reconozco que no supe cómo reaccionar y me quedé un poco entre sorprendida y tonta, permitiéndole que me estrechara cómo y cuánto le apeteciese.
Luego giró mi cuerpo ciento ochenta grados y con una de sus manos en mi pelvis y la otra en la nuca dobló mi cuerpo para que apoyase los brazos en el borde de la cama mientras uno de sus pies se introducía entre mis piernas hasta que casi me obliga a abrirme en espagat.
Las descargas de dopamina en mi núcleo accumbens (donde se encuentra el centro del placer, según estudios de mi carrera) debían encontrarse en niveles máximos.
A pesar de sus amenazantes insinuaciones, me dije, “seguro que quiere repetir conmigo la experiencia de la otra noche cuando me puso a cuatro patas, y tanto me había gustado”. Pero acercó sus dedos húmedos y gelatinosos a mi orificio anal, comenzó a frotarlo y las caricias me resultaban tan deliciosas que, cuando quise impedirle (¡lo juro!) que me penetrara por ese sitio, ya era tarde.
Aún procuré mantenerme tranquila. Y hasta cierto punto lo conseguí. Aunque solo mientras la puntita suave del condón que protegía el glande de su pene penetró en mi ano y yo contraje con fuerza los glúteos.
-Relájate, preciosa –me dijo mientras me acariciaba en la zona del pubis, presionando para que nuestros cuerpos acortaran distancias...

CONTINUARÁ

martes, 3 de marzo de 2015


EMOCIONES ÍNTIMAS

   Si alguien me insinúa una propuesta parecida aun manteniendo una relación estable, lo hubiera tachado de imbécil, en cambio con la de mi ligue de aquellos dos días, comencé a sentirme muy bien. Atrevida incluso. 
   Elegí el lápiz del carmín más vivo para mis sensuales labios y para los ojos sombras oscuras. Me apliqué una línea negra sobre las pestañas superiores con un pincel, procediendo a conciencia, convencida de no detenerme hasta que consiguiera la imagen deseada. La alargué hacia arriba –puede que demasiado-, pero con pulso firme y varias aplicaciones para que tomase color. Cuando me pareció que me agrandaba y elevaba el ojo, guiñé al espejo y sonreí. Con el mismo entusiasmo me apliqué en el párpado de abajo. Nunca había rizado mis pestañas, pero sólo por el gusto de utilizar el rizador de la esposa de mi ligue -juraría que de oro-, decidí rizarlas, con unos resultados muy positivos. Cargando bien la máscara en la raíz iba subiendo y ladeando una, dos…cuatro o cinco veces, hasta conseguir volumen en ellas, un increíble efecto de pestañas postizas.
   Nunca hubiera imaginado mis habilidades de maquilladora. Me veía muy guapa aunque con un ligero aire de vampiresa.
   Iba a dejarlo ahí. Pero ya que a mi deseado profe le gustaba verme pintada, y consciente de los muchos motivos que me asistían para complacerlo, apliqué con brocha una base de maquillaje en las mejillas y sobre los huesos de los pómulos un colorete de rubor en rosa, que había oído que iba muy bien a pieles tan blancas como la mía. Intuía que tanta pericia de chica guapa iba a ponerlo a cien, pero a esas alturas ya lo único que me importaba era insuflarle ánimos lo más vivos posibles y que me los devolviera con creces.
   Cuando me presenté a la puerta del baño, él se secaba con una toalla de grandes dimensiones, envuelto en una nube de vaho. Me miró muy sorprendido. No lo podía ocultar. En silencio se me acercó, tomó mis brazos entre sus manos mientras caía la toalla al suelo y desde la distancia volvió a mirarme con unos ojos que brillaban como si los estuviera iluminando una poderosa luz.
-Vaya, estás preciosa –dijo alargando las sílabas intencionadamente. Observé cómo sin establecer el mínimo contacto ninguna otra zona de nuestros cuerpos, su pene se elevaba majestuoso como un príncipe.
-¿Permites que te diga una travesura?
-Cómo no te lo voy a permitir.
-No te lo tomes a mal, pero pareces una traviesa y encantadora putilla.
-Oh, no me digas cosas tan feas.
-Te lo digo como uno de los piropos más sinceros, porque con esta seductora imagen se la levantarías al hombre más frío e insensible, incluyendo a impotentes o gays.
-Me encanta cómo sabes conseguir que hasta las obscenidades más cochinas suenen en tu boca como deliciosos halagos.
   Aquella noche me quedaría a pasarla enterita con él. Dormimos juntos e hicimos varias veces el amor. Hasta que me quedé dormida de puro agotamiento. En un principio con la misma ternura, con las sabias maneras que empleaba para acariciarme, para decirme bonitas palabras mientras me poseía, o explorar mi cuerpo con la astucia de un niño moderadamente tímido pero muy curioso. Sin importarle que sus labios se tiñeran de carmín, porque luego me los pasaba por el abdomen, las piernas o los senos para cubrirme de manchitas rojas a mí.
   Aunque en honor a la verdad, mi penúltimo orgasmo sólo lo consiguió con su lengua y sus dedos medio e índice. No voy a quejarme porque disfruté mucho más de lo que imaginaba. “¿Y el chaval de dieciocho?”, le pregunté en broma. No parecía que le gustara demasiado mi observación. Pero nos estrechamos en un cálido abrazo y le susurré al oído, “me encanta todo lo que me haces”.
-En realidad, ¿cuánto tiempo llevabas sin que te echaran un polvo, chiquilla?
-Uuuuumh.
-No irás a decirme que se trata de tu primera vez.
-Casi –le respondí, poniendo boquita de mimos. Sabía que ese tipo de confesiones les encantan a los tíos.
-No me extraña entonces que andes por ahí tan ávida de sexo.
-No ando por ahí –protesté.
-No te preocupes, me gusta. Nadie podría recibir en estos momentos un regalo más rico y valioso que el que estoy recibiendo yo. Me conmueve desflorar a una chiquilla tan candorosa, bonita e ingenua como tú.
Rocé con mi vientre en el suyo y colocando mis manos sobre sus nalgas procuré aproximarme todo lo posible porque ansiaba sentirlo cerca, aunque se hallara relajado, para mi gusto en exceso.
-Siento desilusionarte. Y ya que mencionas las flores –le susurré- he tenido un novio.
-No lo estropees.
-No, éramos unos críos y apenas salimos dos meses.
-En esas condiciones acepto.
   No consideraba que procediera contarle ninguna otra de mis bonitas relaciones. Y me quedé dormida abrazada a su cintura, con mi cabecita loca llena de grillos sobre su brazo derecho que me ceñía como si nos quisiéramos tanto que ni una fiera tormenta ni un huracán, ni siquiera un tsunami lograrían separarnos aquella noche...


viernes, 27 de febrero de 2015

ORGASMO FEMENINO

ORGASMO FEMENINO 

PAULA- ¿Qué es el orgasmo para ti, Penélope?
PENÉLOPE- Un misterio.
PAULA-¿Como algo difícil de entender o algo inexplicable?
PENÉLOPE- Inexplicable porque no existen palabras suficientes para definir la sensación más maravillosa y placentera que puede experimentar el ser humano.

PAULA-Siendo así (y estoy completamente de acuerdo contigo), ¿cómo se justifican las represiones, censuras y demás ridículas defensas que se le han colocado, sobre todo por lo que respecta a la mujer?
PENÉLOPE- Necesitaríamos una tarde para explicarlo e incurrir en derivaciones psicoanalíticas que ni proceden ni vienen al caso.
>>Sólo quiero apuntar algo que ya sabes: muy especialmente en nuestra "cultura católico-cristiana" siempre han gozado de un cierto "prestigio" el sacrificio y el dolor y se ha penalizado el placer. Si seguimos por ese camino entraríamos en el campo de las neurosis (de las que el masoquismo no es más que un síntoma como lo es su otra cara de la moneda: el sadismo) y las neurosis individuales suelen convertirse si se les presta la "ayuda" necesaria en neurosis sociales o colectivas.
>>Cerrado este capítulo, sí quisiera apuntar que a las mujeres también se les ha reprimido su acceso al placer sexual como una forma cruel de sometimiento y control por parte del hombre.

PAULA- A quienes consideran el sexo como algo material, como algo que deshumaniza, ¿qué les dices?
PENÉLOPE- Que no existe experiencia más “mística” que una buena relación sexual. En el orgasmo precisamente se produce una comunión entre cuerpo y espíritu (quien quiera puede llamarlo alma) una exaltación tan intensa, sublime y gozosa de nuestra condición humana que sólo podría definirse con las palabras que utilizaban en sus arrebatos de éxtasis los místicos (léase la poesía de santa Teresa de Jesús).
PAULA- Mirando al futuro, tú que eres una mujer que has disfrutado y disfrutas con el sexo, ¿qué consejos darías a las mujeres para conseguir maravillosos orgasmos?
PENÉLOPE- En principio todos los orgasmos son maravillosos. En cuanto a los consejos no soy quien, pero mi mejor consejo es no recibir ni dar consejos al respecto. Y sobre todo no seguir pautas. Únicamente dejarse llevar.
PAULA- ¿A eso te refieres cuando hablas del amor en el acto sexual?
PENÉLOPE- Exactamente. Si amas a la pareja con la que te acuestas (me refiero al instante en que hacéis el amor, no antes ni después necesariamente), confiarás en ella y como consecuencia podrás abandonarte sin precauciones en sus brazos y entregarte con todos tus sentidos. También podrás sentir gratitud por lo que se te da, y generosidad para entregarle al otro todo lo bueno que posees. Amar, según Fromm "es fundamentalmente dar". Él defiende con sólidos argumentos la importancia del amor en el sexo. El problema para algunos radica en el sentido que le conceden a la palabra AMOR.
>>Pocas cosas proporcionan tanto placer como conseguir que disfrute el hombre o la mujer con quien compartes una experiencia tan íntima y gozosa.

PAULA- Otra ambición de muchas mujeres son los orgasmos múltiples que, por lo que conozco, a ti no te resulta muy difícil conseguir.
PENÉLOPE- Valdría la respuesta de entregarte sin condiciones, sin buscar nada. Y, a propósito, no creo que varios orgasmos en un mismo polvo tengan que resultar más placenteros que uno solo. De ahí la importancia que cada mujer viva su sexualidad a su manera, sin perseguir modelos ni estereotipos que puedan valer para otras y no tienen por qué resultar válidas para ella.
>>Lo importante es sentirse a gusto, disfrutar y no plantearse metas ni objetivos. Las relaciones sexuales no deben convertirse en una competición por parte de ninguno de los participantes. Mi experiencia me dice que no funciona.
PAULA- Imagino que como casi todas las mujeres habrás mantenido relaciones sin alcanzar el orgasmo.
PENÉLOPE- Sí, pero también en eso existen diferencias notables. Hay relaciones en las que no alcanzas el clímax y son un auténtico fiasco. Pero otras -yo las he vivido- sin llegar al orgasmo resultan muy placenteras. Hay intercambio de caricias, ternura, pasión y muchos de los ingredientes deseables en una relación de pareja y por los motivos que sea, ese día -o noche- no alcanzas el orgasmo y no obstante te encuentras feliz con tu chico y disfrutas con lo conseguido y también muy mucho comprobando que has conseguido que él goce, porque hacer que gocen quienes están con nosotros no solo es beneficioso para ellos sino que refuerza nuestra confianza y nuestro ego (te demuestras a ti misma que tienes cosas valiosas que "sirven" a los demás y los hace felices) y eso es algo grande que proporciona mucha satisfacción.

PAULA- No pretendía que nos impartieras una clase sobre orgasmo, sino solamente conocer alguna de tus opiniones o experiencias -ni más ni menos válidas que las de otras mujeres- porque considero importante compartir entre nosotras las sensaciones que nos hacen felices y tantas veces escondemos. Por ello te agradezco que hayas entendido mi intención y que nos dejes -yo así lo entiendo, al menos- como tu mensaje, lo IMPORTANTE que es el sexo en nuestra vida, lo IMPORTANTE que es disfrutar con nuestra sexualidad y lo IMPORTANTE que es para conseguirlo encontrar una pareja en quien confíes y abandonarte y entregarte a ella sin defensas, "a pecho descubierto".
PENÉLOPE- Me gusta la expresión.

Sonreímos y la invito a tomarnos una copa.

miércoles, 25 de febrero de 2015


LA MASTURBACIÓN.

PAULA- Pe, me gustaría antes de proseguir con tu historia formularte una pregunta íntima.
PENÉLOPE- Las que me has hecho lo son.
PAULA- Conocemos tu primera relación sexual. También la primera vez que te masturbaron. Pero me gustaría saber si antes te habías masturbado tú misma.
PENÉLOPE- ¿Piensas que disfrutaría el sexo como lo disfruto si no hubiera sido así?
PAULA- Yo me limito a preguntar. De todos modos, en ese caso, ¿a qué edad comenzaste a proporcionarte placer?
PENÉLOPE- Muy jovencita. No habría cumplido aún los doce años.
PAULA- ¿Surgió de manera espontánea o estimulada por conversaciones picantes con amigas?
PENÉLOPE- No recuerdo haber hablado con mis amigas del tema a esa edad. Sencillamente creo que un buen día (mejor, una buena noche porque siempre me ha gustado hacerlo por la noche, en la cama y poco antes de dormir) comencé a tocarme en ciertos sitios, comprobé que me agradaba y me seguí acariciando.
PAULA- También has hablado de lo religiosa que es tu madre. ¿Te generaron algún sentimiento de culpa sus enseñanzas?
PENÉLOPE- Mamá sigue al pie de la letra (?) los preceptos de su religión. Yo la consideraba muy mística entonces, pero salvo algunos comentarios despectivos hacia el sexo, nunca le oí mencionar temas sexuales. Ni para formarme ni para reprimirme. Afortunadamente. Papá no lo hubiera permitido. Él sí es un hombre de pensamiento libre y en su condición de psiquiatra conoce y valora la importancia de satisfacer adecuadamente tus instintos sexuales en la formación de la personalidad.
PAULA- Que tú, en tu condición de psicóloga, imagino que apoyas.
PENÉLOPE- Coincidimos ambos con Freud. Mamá le dejaba a él la tarea de "formarme" en ciertas cuestiones, y se lo agradezco. Mi padre es un gran hombre y muy inteligente.
PAULA- Se nota que lo quieres.

PENÉLOPE- Lo quiero. Mucho. Y valoro sus enseñanzas. Pero con once años (puede que debido a que me consideraban muy niña)  no disponía yo aún ni de formación ni de principios establecidos sobre esos temas. Simplemente creo que fui una chica con suerte, porque comencé a satisfacerme muy temprano (aunque 11 es una edad bastante común), a disfrutar de mi cuerpo, y estoy convencida de que es algo que ha influido en que hoy siga disfrutando en mis contactos sexuales como pienso que se debe disfrutar.
PAULA- ¿Descubriste pronto tu punto G?
PENÉLOPE- No lo descubrí hasta que no me lo "descubrieron". Yo me satisfacía acariciándome entre las piernas, las caras internas de los muslos, cualquier zona que notaba sensible... Según me iba excitando humedecía los dedos con saliva y recorría con suavidad mis labios mayores. Y cuando me sentía más excitada, comenzaba a estimularme en el clítoris hasta que llegaba al orgasmo. Pero nunca me introduje objetos, ni siquiera un dedito en la vagina, hasta que me los introdujeron.
PAULA- ¿Actuabas así por algún motivo especial?
PENÉLOPE- Simplemente porque eso era lo que me gustaba e imagino que cuando estaba muy caliente lo que menos se me ocurría era experimentar ya que conocía "caminos seguros". De todos modos, por si no lo sabes, te diré que , según Kinsey, el 85% de las jovencitas (puede que incluya a todas las mujeres en general -no lo recuerdo ahora-) se masturban con la estimulación externa del clítoris.
PAULA- O sea que por lo que te oigo, recomiendas la masturbación a los adolescentes.
PENÉLOPE- Yo no recomiendo nada, Pau.
PAULA- Me refiero en tu condición de psicóloga.
PENÉLOPE- En estos momentos estamos hablando como mujeres. No te veo como una paciente.
PAULA- Por fortuna, no.
Reímos.
PENÉLOPE- De todos modos creo que poca gente (me refiero a personas adultas) ignora hoy el papel que juega la masturbación en una chica -o chico- en edades tempranas. No solo para proporcionarse placer que ya sería un motivo más que justificado, sino para el alivio de tensiones -incluida la sexual- o reafirmar su autoconfianza en futuras relaciones. También ayuda a sentirse menos sola. En este sentido sí creo que formadores y padres deberían informar adecuadamente y nunca reprimir las primeras manifestaciones relacionadas con el sexo de sus hijos, por muy niños o niñas que fueran.
PAULA- Pues eso es todo en cuanto a mi interés por tus masturbaciones.

PENÉLOPE- ¿Satisfecha, entonces?
PAULA- Satisfecha. Si me lo permites, solo una última pregunta. ¿Te sigues masturbando?
PENÉLOPE- Ni lo dudes. Lógicamente en las épocas en que mantengo una intensa vida sexual con chicos, menos, pero siempre, siempre.
PAULA- Como una actividad complementaria, vamos.

PENÉLOPE- La masturbación no solo me parece complementaria, sino diferente a las relaciones con una pareja. No voy a decir que no tengan nada que ver. Pero para mí, acariciarme yo y proporcionarme placeres de índole tan íntima cobra un sentido y una comunicación conmigo misma que pocas veces he encontrado con un hombre (no digo mejor ni peor), por cariñoso que sea o enamorados que estemos.

martes, 24 de febrero de 2015

 JUGUETES ERÓTICOS

PAULA- Hoy, Penélope, me gustaría conocer algunas opiniones tuyas sobre los juguetes eróticos. Lo primero, ¿te gusta jugar?

PENÉLOPE- Me encanta jugar. A las chicas siempre nos ha gustado jugar. Y a los chicos también. El juego no solo nos divierte o alboroza, sino que también nos ayuda a descubrir nuevas sensaciones.

-¿Tu juguete preferido?
-Las manos y la lengua de mi amante. 
-Me refería a juguetes eróticos artificiales.
-No siento preferencia por ninguno. Mejor dicho, siento preferencia por todos. Depende del momento y la situación. El mérito que atribuyo a los juguetes eróticos es su capacidad para despertar tus fantasías. Y esas fantasías que despiertan son las que los convierten en maravillosos, o no.

-¿Los prefieres para situaciones íntimas a solas o para compartir con tu pareja?
-También depende. Lo que procuro es que no se conviertan en "sustitutos" de un amante. Solo en su complemento. Si lo introduces en la relación con tu chico y eso ayuda a potenciar tus ganas y tu satisfacción, maravilloso. Si se convierte en un obstáculo (a veces sucede), procuro evitarlo. Y ahí tampoco veo demasiadas diferencias con los mágicos momentos en que te apetece gratificarte a solas. Hablo de mí, pero hay noches -o mañanas- en que me ha apetecido acariciarme simplemente con los dedos, cerrar los ojos y dejarme llevar por el deseo. En otras ese deseo me suplica la "compañía" de algún "cariñoso" objeto y yo se la doy.

-¿Sueles comprarlos tú o los recibes como regalo de tus amantes?
-Los he comprado, pero si alguien me gusta prefiero que me los regale porque eso me ayuda a que cuando lo utilice lo asocie con él.
-Y ¿puedes contarme cuál es el que más satisfacción (en todos los sentidos) te ha proporcionado de los últimos que has recibido?
-Me hizo una especial ilusión un sensible womanizer que me regaló Alex, mi chico, al regreso de nuestro viaje de novios. Como te decía, pienso que influyó el momento y la persona para que valore ese regalo aunque reconozco que mi clítoris también se siente muy agradecido con las tiernas caricias que le proporciona.
-¿Alguna vez te ha hecho sentir "culpable" (me refiero a esa rara sensación de que estás privando a tu chico de algo que le gustaría) el gratificarte con un -generalicemos- "consolador".
-Nunca, la verdad, Paula, nunca jamás. Pienso que nuestra sexualidad es eso, nuestra, y debemos disfrutarla cómo, cuando y con quien nos apetezca. A la única persona a la que debemos "fidelidad" en el sentido en que estamos hablando, es a nosotras mismas.
-Muchas gracias, Penélope. Continuaremos con nuestras conversaciones.
-Cuando quieras, Pau.

viernes, 20 de febrero de 2015

  


EMO...
-Te has comido todo lo que te he servido en el plato como la buena chica que eres. Ahora es a mí a quien me toca comerte.
-¿Enterita? Mira que aunque estoy flaca -bromeé- la carne que rodea los huesos tiene mucha sustancia.
-¿Por dónde quieres que empiece?
-Por donde tú quieras.
-Antes, ven, tengo algo para ti- dijo, y tomándome de la mano me condujo a su dormitorio y me acercó a una cómoda, de cuyo uno de sus cajones sacó un estuche que contenía un precioso collar de perlas. Me lo colocó en torno al cuello delante del espejo y comentó:
-Son de nácar. Auténticas como tú.
-Pero profe, cielo, no tienes por qué hacerme regalos, y además yo nunca he sido de collares.
-Este quiero que lo luzcas para mí.

La verdad es que el collar me quedaba divino e incluso desnuda confería a mi cuerpo un toque de elegancia y distinción que resultaba muy sexy. Tanto que, aunque no soy nada presumida, me gustaba mirarme. Estampé en su boca un beso de sentida gratitud y le dije:
-Lo luciré esta noche como deferencia exclusiva a mi apasionado profe, después…
-Chssss –dijo, colocando su dedo índice en mis labios. No hablemos ahora de después. Disfruta este momento. Y tomando mi mano izquierda en su mano derecha me condujo hasta el tocador de su esposa y me pidió:
-Siéntate –apoyando sus dos manos en mis hombros como ayuda para sentarme en el cómodo sillón estilo Luis XVI- Quiero que te pintes
-Pero si no me pinto casi nunca. Se puede decir que no sé ni pintarme.
-Seguro que sabes. Eres una niña muy lista.
-¿Por qué me llamas niña?
-¿Sólo lista?
-Solo lista.
-Vale ¿Te apetece que te prepare un Cosmopolitan?
-Creo que no me vendría nada mal para seguirte el ritmo esta noche.
-Entonces mejor que te prepare uno doble y con dosis extra de cointreau.
-Oh, ¿tanta entrega me vas a exigir?
-Imagina. Me he pasado la mañana durmiendo –bueno, y soñando contigo-. A mediodía han venido a darme un masaje…
-¿De chica?
-Dos chicas. Y antes de recogerte en la tienda me he relajado media hora en el jacuzzi. Ahora me encuentro como un chaval de dieciocho años. Así que prepárate.
-Según me lo pones no me queda otro remedio que aceptar ese Cosmopolitan doble. Vas a convertir en una viciosa a una chica tan formal como yo.
-Tienes cara de niña buena -otra vez insistiendo en lo de niña, que no le quise reprochar porque su voz ya me sonaba entre excitante y dulce- pero en tu mirada veo mucha picardía.
-Pues no soy nada traviesa.
-Ah, ¿no?

Comprobé a través del espejo cómo la sonrisa iluminaba sus labios mientras me colocaba mi linda melena detrás de las orejas para apoyarla sobre uno de los hombros. Me besó en la nuca.
-Un poco traviesa sí que eres.
-¿Tú cómo lo sabes?
Sus manos me acariciaron el cuello y los hombros y luego las descendió pecho abajo hasta rozarme los pezones, tan suave como una caricia involuntaria.
-¿Y las clases? –le pregunté para disimular la intensa excitación que me estaba provocando.
Ni me miró. Sus manos abandonaron mi cuerpo y continuaron abriendo cajones y sacando pinceles, lápices, máscaras para ojos, delicadas cajitas de maquillaje o colorete y hasta cachivaches de los que desconocía su uso e iba colocando sobre la plancha de mármol del tocador.
-Llamé al colegio diciendo que me había subido la fiebre. En realidad la temperatura de mi cuerpo se encuentra desde ayer elevada como mínimo uno o dos grados.
-Vaya con el profe. Y yo que te consideraba un auténtico caballero.
-Lo soy.
-Pero algo golfillo y después hablas de mí.
-Todos tenemos un lado oscuro.
-Yo no.
-Eres demasiado joven. Quizás no te ha dado tiempo a descubrirlo, pero descuida que esta noche puede que lo descubramos entre los dos.

Ese tipo de advertencia me estremeció, como si planeara someterme a alguna prueba límite o embarazosa por las dificultades. “Vaya, seré boba”, me dije, “lo único que pretende es excitarme”. De hecho, la extraña conversación continuaba excitándome.
No considero necesario aclarar que todos los cosméticos que se mostraban ante mis ojos eran de las mejores marcas.
-Una condición –le dije.
-Tú dirás.
-Que no te quedes aquí mirando mientras me pinto.
-De acuerdo. Prepararé nuestros cócteles y me sumerjo unos minutos en el jacuzzi. Cuando termines de ponerte guapa guapa, pasas para que te vea.
Y, tras recorrer suavemente mis clavículas con sus manos, desapareció...