jueves, 22 de enero de 2015

SEXI ENT.


SEXIENTREVISTA XXXV
>>Yo ya entonces era una chica precavida.
PAULA- No en todos los sentidos.
PENÉLOPE- En los que importa. A pesar de lo excitadísima que estaba.
>>Aunque debíamos recorrer apenas quince quilómetros no quería sorpresas desagradables. Mi primo me sonrió, volvió a besarme, colando sus manos bajo mi jersey para estremecerme con sensuales caricias en cintura y costado, y dijo:
“Yo estoy muy bien aquí. Podemos buscar algún sitio que nos guste. Pero también te aseguro que controlo. Han pasado más de dos horas desde que nos bebimos la última botella de champán”.
“¿Estás despejado?”.
“Completamente”.
“Bueno, entonces arranca porque me estoy quedando fría”.
>>Me acurruqué contra su hombro. Con la mano derecha me hizo una dulce carantoña. Recuerdo que la temperatura seguía rondando los cero grados. A la entrada del pueblo hay un pequeño bosque de encinas. Rafa se adentró en un camino de tierra y se detuvo bajo el primero de los árboles con la intención de que hiciésemos el amor. Nada deseábamos más después de haber compartido tanta diversión y tanto cariño a lo largo de la noche.
>>No habíamos aparcado cuando comenzó a nevar. Copos de nieve grandes como cerezas iban cayendo sobre nosotros.
“Tengo mucho frío, Rafi”.
>>Me abrazó con fuerza y me besó por toda la cara como si pretendiera con eso ayudarme a combatir el intenso frío. Luego me bajó los vaqueros y las braguitas, pero le pedí que no me quitara el jersey.
PAULA- Según lo cuentas tiene toda la pinta de un polvo de lo más romántico, en un bosque de encinas, al crepúsculo y bajo un precioso manto de nieve.
PENÉLOPE- Si no hubiera sido la temperatura... Creo que él sentía tanto frío como yo aunque quisiera hacerse el valiente desprendiéndose de toda su ropa. Se pasó a mi plaza y mientras reclinaba el respaldo del asiento hacia atrás me obligó a echarme de bruces. Hurgándome bajo la camiseta encontró mis pechos y cuando se cansó de acariciarlos, abrió la puerta de mi lado.
“Oh, Rafa, cierra, que me congelo”, le dije.
>>Se rió. Había cogido un puñado de nieve y en cuanto volvió a cerrarla lo colocó sobre mi culete.
“¿Qué haces? Estás loco”, chillé contrayendo las nalgas por la impresión.
>>Sin embargo, a medida que me lo restregaba y lo iba acercando a mi entrepierna comenzó a gustarme y cuando lo colocó a la misma entrada de mi vagina ya me moría de gusto.
“Está friísima”, le comenté.
>>La única que hablaba era yo. Y de pronto se me escapó la risa.
“¿De qué te ríes?”
“De nada”.
>>Me había venido a la memoria la lasciva mirada del portero de la discoteca y me atreví con la fantasía de haberle puesto los cuernos a Rafa con aquel tío grande como un castillo, de cabeza rapada y unos brazos que amenazaban con explotar las mangas de la chaqueta de su uniforme y al que estaba segura de que le hubiera encantado follarme.
“¿Te está haciendo ahora efecto el hachís?”
“No sé”, y volvió a escapárseme la risa. El hecho de que en mi postura no tuviera que verle la cara a mi primo me ayudaba bastante a imaginarme al forzudo vigilante abordándome en la disco una de las veces que me dirigía al baño y llevarme a un reservado donde me bajaba con violencia los vaqueros y las bragas y en un solo gesto me sacaba la camiseta y el jersey y tras levantarme con sus poderosas manos sosteniendo por el dorso de mis muslos me penetraba a lo bestia con su polla que también quise imaginar aún más grande que la de Rafa. Yo me derretía de gusto abrazada a su cuello, desnuda y recibiendo con todo mi cuerpo en el aire sus violentas embestidas mientras mi novio se bebía solo nuestra botella de champán. A mi regreso no le sorprendería que hubiera tardado más tiempo del razonable sino la cara de felicidad que se me había puesto.
“Te vas a dejar de reír”, me amenazó Rafa, como si le molestase que me riera.
“¿No te gusta que me ría?”.
“Me gusta pero no entiendo de qué te ríes”.
>>Me seguía acariciando, buscándome con su endurecido miembro que aún con algunos copitos de nieve humedeciendo mis labios mayores entró en mí con el ímpetu del rayo de una tormenta. Chillé como una escandalosa.
“¿Porqué no te ríes ahora?”
“Eres un maldito cochino”, le dije y, aunque no lo pretendía, me reí. Sin duda el canuto me había puesto muy imaginativa, muy cachonda y muy alegre. Los copitos de nieve se derritieron. Me había izado tomándome de las caderas y yo me abracé al respaldo, abandonada, como si me hubiese partido en dos pero gozando como una perrita viciosa. El intercambiarlo en mi fantasía con el vigilante de seguridad incrementaba mi excitación. Me entraron tentaciones de decírselo o dirigirle alguna expresión como si fuera aquel bruto de casi dos metros de alto y unos músculos como los del increíble Hult quien me estaba penetrando con tantísimo deseo pero preferí optar por una opción que consideraba más acertada.
“¡Oh, Rafi!”, suspiré, “sigue”.
>>Me indicó que elevara el culo un poco más y en esa postura deliciosa aunque algo forzada para mí, me continuó follando con el ansia de casi cuatro meses sin vernos y el estímulo de una noche preciosa juntos, aunque no ignoraba que en cuanto a él cabían muchas posibilidades de que se hubiera acostado con otras chicas en ese tiempo. Pero no me importaba. Solo quería sentirlo muy dentro de mí, golpeándome, llegándome a un fondo donde las sensaciones más maravillosas que pueden sentirse siendo mujer me inundaban de gozo. Y en cambio cerrando los ojos para imaginar que era el portero de la disco quien me lo estaba haciendo. Como allí no podía oírnos nadie, gemí y chillé tan escandalosamente como la primera vez que me metió su endurecida polla. Pidiéndole lo que nunca me había atrevido a pedirle. Descarada gracias al canuto y la ayuda fantasiosa .del tío que me había mirado con verdadera lujuria. Creo que incluso suplicándole que me golpeara más fuerte hasta que nos corrimos a un tiempo y entonces me abandoné, flojita y acurrucada sobre el asiento del coche pero rogándole que me abrigara con sus brazos y piernas.

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