martes, 17 de febrero de 2015


EMOCIONES

A la tarde siguiente, sin embargo y como imaginé en las pocas horas de desvelo recreando cada segundo de aquella noche, el guapísimo y apasionado profe apareció a última hora por la floristería.
Aunque me encontraba sola, se acercó con sigilo, me tomó del brazo con la delicadeza que hubiese tomado un ramo de flores y me susurró al oído, “te paso a recoger cuando salgas”. Sin tiempo para responderle, más insegura que el día anterior, quizás porque ya no podía buscarme excusas sobre los motivos para encontrarnos ni sobre cuáles eran nuestros verdaderos deseos y nuestras intenciones, me encogí de hombros. Azorada, pero permitiendo a mi exaltado corazón que diera los saltitos de loca que yo no me atrevía.
Si ya me había resultado difícil controlar los nervios desde que a primeras horas de la mañana me propuse en la ducha, “no voy a volver a verlo, no voy a volver a verlo”, no digo nada desde que recibí su ansiada visita. Se me encogió el estómago, me aletearon mariposas, no paraba de moverme, cada cinco minutos miraba el reloj… Recordé que menos mal que a mediodía me había sentado en el sofá mirando la tele y, aunque no soy de las que duermen la siesta, a los dos segundos me quedé dormida hasta que mi compañera de piso me despertó:
-Penélope, ¿no piensas volver hoy al trabajo?
-¿Qué hora es? –dije un poco alarmada.
-Las cuatro y media.
-Oh, Dios.
Mi horario de tarde comienza a las cinco.
Pero después de la visita del profe agradecí con toda el alma ese sueño, porque imaginaba que tampoco iba a dormir demasiadas horas la próxima noche y no acostumbro a pasarme dos noches seguidas en vela por gratificantes que sean las compensaciones que recibo.
Para colmo una de las clientas habituales de la tienda, me dijo mientras la atendía:
-Penélope, ¿qué le sucede?, ¿no se encuentra bien?
-Me encuentro perfectamente, gracias.
-Es que la veo un poco pálida.
-Soy pálida.
-Más pálida que de costumbre. No habrá dormido lo que se debe dormir a su edad.
-Lo cierto es que no –le mentí, ¡vaya cotilla!-. Me entretuve leyendo hasta tarde y cuando me paso de cierta hora, me cuesta conciliar el sueño.
-Pues yo, hija, si abro un libro en la cama, no he pasado la primera hoja y ya se me cierran los ojos.
Qué suerte”, pensé, pero no dije nada.
Para acabar de complicarlo, media hora antes del cierre, apareció el marido de mi jefa, un tipo gordo y rijoso que no me había gustado desde el día que lo conocí pero que, en cambio, recibía una impresión muy diferente de mi aspecto.
-Hola, Penélope, guapa, ¿la señora?
-Acaba de salir a tomarse un café. Pero dijo que regresaba enseguida.
-Y usted tan hermosa como siempre. Que digo, mucho más.
Si me hubiera leído los pensamientos se habría callado, pero así, el muy cretino continuó.
-Ya le habrá salido novio.
-Todavía no.
-Pues será porque no quiere, porque con lo guapa que es, estoy seguro de que los pretendientes hacen cola a la puerta de su casa.
No quise responderle, pero tampoco eso lo desanimó.
-Además hoy la veo a usted más atractiva. Le favorecen esas faldas tan cortas.
La falda que llevaba puesta no subía ni tres dedos por encima de las rodillas, pero el muy cerdo no había dejado de mirarme las piernas desde que entró. Es uno de esos tíos verdes que te desnudan con la mirada.
Como seguía sin interrumpirlo nadie, aún tuvo la osadía, de acercárseme hasta que olí su asqueroso aliento, para decirme:
-Hace usted muy bien, diga que sí. Yo de eso entiendo -y el muy cretino me guiñó un ojo-. Hay que mostrar las armas de que dispone uno. Y esas piernas suyas son una auténtica bomba.
Menos mal que en ese preciso instante apareció su mujer y el muy cínico, se dirigió hacia ella abriendo los brazos para estamparle dos besos y decirle:
-Bueno, cariño, aquí me tienes –y dirigiéndose a mí-: Penélope, ¿me permite que me la lleve hoy unos minutos antes?
-Pueden irse tranquilos cuando quieran –les dije. No sabían bien el alivio que representaba para mí y más aquella tarde en que me hubiera muerto de vergüenza si el profe acude a recogerme con ellos delante.
La jefa colgó su bolso, me impartió dos o tres prescindibles consejos y se marcharon, aunque el muy cretino aún se dirigió a mí desde la puerta:
-Adiós, Penélope, guapa. Y recuerde lo que le he dicho. Tiene que buscarse un buen un novio.
-Argi, no le digas esas cosas a la chiquilla, no ves que le sacas los colores.
-Las mujeres necesitáis siempre un hombre al lado que os proteja.
-No seas machista, Argi –y dirigiéndose a mí-: No le haga caso, Penélope, le encantan las bromas.
Qué sabrán ellos lo que es una broma...



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