EMOCIONES...
A
punto estuve, de que se me saltaran las lágrimas.
Algo tímida aún
me abracé a sus piernas, firmes y poderosas como las columnas de un
templo antiguo. Resultaba muy agradable ceñirse a unas piernas así.
Y también muy provocador que actuara como un experimentado amante
con la ingenua criatura a quien regala su experiencia de iniciación,
susurrando a mi oído palabras tan provocativas, tan sucias que sólo
su recuerdo me produce cierto sonrojo, aunque aquella noche me
encantaba oírlas.
Me
puse muy nerviosa sentada sobre su cama mientras él se mantenía
erguido y desnudo ante mí. Los latidos de mi escandaloso y pobre
corazón sonaron con el estrépito de un rifle. Aunque incluso en
películas había visto hombres atractivos desnudos, un cuerpo tan
hermoso –lo digo sin soberbia- no tiene una la suerte de
contemplarlo cada día. Y mucho menos con un miembro viril que sólo
con mirarlo sería capaz de trastornar a la chica más templada. Me
daba un poquito de miedo. No porque sea una tonta pensando que iba a
hacerme daño con él –que podría-, sino porque me pareció tan
bello, provocativo y arrogante que desconfiaba de mis fuerzas para
situarme a su altura. Cuando me pidió que se lo besara se me
encendieron como tantas veces en la noche los colores, miré al
suelo, a sus poderosas piernas, al vello negro de su pubis, y la mano
me temblaba como a una pobre ancianita.
Me
faltaba aire –a pesar de las considerables dimensiones de mi boca-
y los dos creímos que me iba a desmayar.
Digo
que los dos porque tras mis tímidos besos, se colocó de rodillas y,
acariciando mi carita de niña buena, me sonrió con la sonrisa más
dulce del mundo.
-¿Tienes
miedo?
-¿Por
qué habría de tener miedo?
-Eso
me preguntaba yo. ¿Entonces?
-Estoy
un poquito nerviosa.
-Penélope,
¿no lo has hecho nunca?, ¿nunca has echado un polvo?, ¿nunca…
Bajé
la cabeza, entre pudorosa y avergonzada.
-¡¿Eres
virgen?!
-No,
no soy virgen.
-Vaya,
no me digas que algún hijo de puta ha abusado de ti.
Unas
estúpidas lágrimas de las que no controlo cuando estoy nerviosa
humedecieron mis párpados.
-¿Te
han violado? –volvió a preguntarme como si no saliera de su
asombro.
-No,
gracias a Dios no me ha violado nadie. Simplemente soy una llorona y
a veces se me escapan las lágrimas por muy contenta que esté. Creo
que no esperaba encontrarme un hombre tan atractivo y cariñoso en
esta época de mi vida y me has emocionado.
-Me
alegro.
-Deduzco
que llevas tiempo sin hacerlo.
-En
eso sí que aciertas.
-No
te preocupes, no te preocupes. Te compensaré.
-Anda,
bobo.
Y
sin detener las caricias que deleitaban y derretían mi cara, me besó
y me estuvo besando más tiempo del que nunca me habían besado. Con
ternura. Con apasionada ternura...
No hay comentarios:
Publicar un comentario