lunes, 23 de marzo de 2015


...
Sin decir palabra y despacio –eso sí, temblando de miedo- regresé a mi postura original para facilitarle que continuara dando rienda suelta a sus íntimos deseos. Que por otro lado no digo que me disgustaran lo más mínimo. Únicamente cuando comprobé cómo aquel líquido de aspecto lechoso se le desbordaba de la boca y corría hacia sus mejillas y párpados, le dije:

-Permite que me levante por una toalla y te limpio.

Él giró la cabeza a derecha e izquierda para decirme que no, y esas negaciones me provocaron tales cosquillas que, sin pensarlo, apoyé mis manos en su nuca y lo atraje hacia mí con el ímpetu de una leona, restregándome en sus labios y presionando también en su nariz. Trastornada, sin control alguno de mis impulsos, cuando siempre había presumido de controlarlos (en opinión de algunas amigas, incluso demasiado). Durante unos segundos me sentí una reina sádica castigando a su vasallo. Con pies y manos atados a los barrotes de la cama, no le quedaba escapatoria, pero ni se me ocurrió pensar que dificultaba la entrada de aire a sus pulmones hasta que sacó la lengua y su pecho se contraía y elevaba espasmódicamente y creí percibir sus jadeos, y me asusté.

-Oh, Dios mío, perdona –le dije, retirándome hacia atrás- no sé qué ha podido sucederme. ¿Te encuentras mal?
Me dijo que no, también ahora moviendo únicamente la cabeza, aunque en este caso porque sus afanes por recuperar el ritmo de respiración le impedían articular palabras. Con su rostro mudando entre los colores de la amapola y la orquídea.
-Lo siento, cariño, de veras –le dije, acariciando su rostro.
Luego me tendí a su lado y lo besé sin dejar de acariciarlo con tanta ternura como si lo quisiera de veras.
Sólo entonces me dijo:
-Penélope, bonita, no tienes por qué preocuparte. Me has llevado al éxtasis y a punto has estado de llevarme un poco más allá. Eres una chiquilla adorable.
Creo que, aun valorando mis pudorosas inhibiciones, acabé rebasando con amplitud el límite de lo que yo misma hubiese considerado lícito, incluso en aquellos momentos en que me entrego a las fantasías sexuales más disparatadas.

Pero esa noche también descubrí, que por muy tímida que seas –y yo lo soy- la excitación dispone de una magia que en segundos te puede convertir en la chica más osada y valiente.
Volveríamos a dormirnos. Ya con las primeras luces del alba introduciéndose a través de los claros de la persiana y, aunque parezca mentira, abrazados como dos tortolitos muy enamorados. Mi cabeza escondida en el hoyo que se le formaba entre hombro, clavícula y pecho, que aún olían ligeramente a mi propia orina.
Por la mañana nos despedimos como nos habíamos despedido la primera noche. Con un beso en los labios e intercambiando tiernas sonrisas.
¡Vaya estreno!, pensé, mientras iba bajando las escaleras.
Ya no me merecía la pena pasarme por casa ni deseaba exponerme a las preguntas indiscretas y las bromas de Raquel.
En una cafetería a medio camino de la tienda de flores, pedí un chocolate a un camarero tan joven como yo –ansiaba una taza de chocolate bien caliente-, churros, un zumo de naranja y el periódico, y, apoyada en la amplia cristalera que mira a la calle, me entretuve ojeando noticias en las que no me concentraba y recibiendo miradas indiscretas del camarero, hasta que mi reloj marcó las diez menos diez.
No descubro ningún secreto si afirmo que a lo largo de aquella nueva tarde me palpitaría con fuerza el corazón cada vez que se abría la puerta, con la esperanza de que quien la empujaba fuese el profe. Y no solo debía palpitarme el corazón, pues la asquerosa de mi jefa se atrevió a decirme cuando me dirigía al almacén por una cesta de flores:
-Pero ¿qué te sucede Penélope? Pareces escocida. Endereza esas piernas y camina como una persona.
No le respondí. Prefería ignorar su estúpido comentario aunque hizo también alusiones poco discretas a mi cara de sueño, y es cierto que una sensación a medias entre la plenitud y un ligero escozor aún me incomodaba en la zona púbica. Puede que también me pusiera un poquito nerviosa porque, aunque visité el servicio varias veces para humedecerla y limpiarme bien, según avanzaban las horas me picaba un poquito más...





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