jueves, 5 de marzo de 2015


EMOCIONES ÍNTIMAS

Cuando ya habíamos descabezado un breve sueño, en cambio, se levantó inesperadamente, abrió una puerta del vestidor y se acercó de nuevo a la cama mostrándome una preciosa y delicada combinación de su esposa. Dijo:
-Es de seda. La compramos en Roma en nuestro viaje de novios. Me gustaría que la vistieses para mí.
-Oh, por favor –le dije- no me pidas eso.

Pero tan amable solicitud excitó aún más todos y cada uno de mis excitados órganos sensoriales. Me incorporé y, sonriendo, le permití que me la vistiera.
Me quedaba amplia de arriba pero se adaptaba a mi culito como una segunda piel y en uno de los espejos del vestidor comprobamos que me hacía muy mona, muy sexy.
-Estás monísima, pero ¡vaya cara que tienes! –dijo.
-¿Qué cara tengo?
-Cara de chica a la que acaban de follar.
-Oh, mira que eres golfo.

Se me había corrido el rímel y el carmín me embadurnaba el inicio de ambas mejillas desde la comisura de los labios -¡por su culpa!-, y con aquellas enaguas de tirantes y el collar de perlas adornando mi escote y el pelo despeinado, sí que mi cara resultaba cuando menos un poquito gamberra. Pero yo misma, sin que me lo indicara nadie, busqué una toallita desmaquilladora para limpiarme los churretones que ensuciaban mis lindas mejillas y luego apliqué otra y otra capa de rímel en las pestañas, la brocha de rubor en el centro de los pómulos –consiguiendo tonalidades más vivas aún-, me pinté los labios exagerando el sexy arco de cupido de mi labio superior y perfilé de nuevo las líneas de los ojos para que esas coquetas maniobras me ayudaran a recobrar una imagen de chica bien despierta, no de recién follada, según el profe.

Mientras yo me ponía guapa de nuevo, lo observé sacando del cajón de la mesita una caja de preservativos, un tubo que confundí con los de pasta de dientes y un blíster con pastillas azules que entonces no identifiqué pero ahora no me cabe ninguna duda que se trataban de Viagra. Entró al baño e imagino que se tomó una. No querría que volviera a repetirle mi broma comparándolo con chicos de dieciocho, y eso explica también su increíble potencia cuando yo ya me encontraba rendida, al borde del desmayo y él era capaz de mantener una erección mucho más firme que al inicio de la noche.
Al acercarnos de nuevo a la cama y percatarme que el tubo -de la misma marca que los condones-, no contenía pasta dentrífica, le pregunté:
-¿Y esto?
-Lubricante, y de los buenos.
-Oye, ¿acaso piensas que a mis años preciso que me lubriquen?
-Puede que lo piense y lo acabes pensando tú.
-A ver, a ver, ¿qué quieres decir? No estarás planeando penetrarme por detrás.
-Esta noche es de sorpresas y las sorpresas si se explican pierden su carácter de sorpresa.
-Pero es que no me gustaría que me penetrases por ahí.
-¿Cómo lo sabes?
-Lo intuyo. Y a propósito, no me has dicho nada de mi nuevo look, ¿te gusta?
-Estás monísima.

Ciñó mi cintura, me estrechó con fuerza, tiró hacia arriba de mí para izarme y crujieron mis huesecitos mientras me besaba con una especie de rabia que hasta entonces no había empleado. Reconozco que no supe cómo reaccionar y me quedé un poco entre sorprendida y tonta, permitiéndole que me estrechara cómo y cuánto le apeteciese.
Luego giró mi cuerpo ciento ochenta grados y con una de sus manos en mi pelvis y la otra en la nuca dobló mi cuerpo para que apoyase los brazos en el borde de la cama mientras uno de sus pies se introducía entre mis piernas hasta que casi me obliga a abrirme en espagat.
Las descargas de dopamina en mi núcleo accumbens (donde se encuentra el centro del placer, según estudios de mi carrera) debían encontrarse en niveles máximos.
A pesar de sus amenazantes insinuaciones, me dije, “seguro que quiere repetir conmigo la experiencia de la otra noche cuando me puso a cuatro patas, y tanto me había gustado”. Pero acercó sus dedos húmedos y gelatinosos a mi orificio anal, comenzó a frotarlo y las caricias me resultaban tan deliciosas que, cuando quise impedirle (¡lo juro!) que me penetrara por ese sitio, ya era tarde.
Aún procuré mantenerme tranquila. Y hasta cierto punto lo conseguí. Aunque solo mientras la puntita suave del condón que protegía el glande de su pene penetró en mi ano y yo contraje con fuerza los glúteos.
-Relájate, preciosa –me dijo mientras me acariciaba en la zona del pubis, presionando para que nuestros cuerpos acortaran distancias...

CONTINUARÁ

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