martes, 3 de marzo de 2015


EMOCIONES ÍNTIMAS

   Si alguien me insinúa una propuesta parecida aun manteniendo una relación estable, lo hubiera tachado de imbécil, en cambio con la de mi ligue de aquellos dos días, comencé a sentirme muy bien. Atrevida incluso. 
   Elegí el lápiz del carmín más vivo para mis sensuales labios y para los ojos sombras oscuras. Me apliqué una línea negra sobre las pestañas superiores con un pincel, procediendo a conciencia, convencida de no detenerme hasta que consiguiera la imagen deseada. La alargué hacia arriba –puede que demasiado-, pero con pulso firme y varias aplicaciones para que tomase color. Cuando me pareció que me agrandaba y elevaba el ojo, guiñé al espejo y sonreí. Con el mismo entusiasmo me apliqué en el párpado de abajo. Nunca había rizado mis pestañas, pero sólo por el gusto de utilizar el rizador de la esposa de mi ligue -juraría que de oro-, decidí rizarlas, con unos resultados muy positivos. Cargando bien la máscara en la raíz iba subiendo y ladeando una, dos…cuatro o cinco veces, hasta conseguir volumen en ellas, un increíble efecto de pestañas postizas.
   Nunca hubiera imaginado mis habilidades de maquilladora. Me veía muy guapa aunque con un ligero aire de vampiresa.
   Iba a dejarlo ahí. Pero ya que a mi deseado profe le gustaba verme pintada, y consciente de los muchos motivos que me asistían para complacerlo, apliqué con brocha una base de maquillaje en las mejillas y sobre los huesos de los pómulos un colorete de rubor en rosa, que había oído que iba muy bien a pieles tan blancas como la mía. Intuía que tanta pericia de chica guapa iba a ponerlo a cien, pero a esas alturas ya lo único que me importaba era insuflarle ánimos lo más vivos posibles y que me los devolviera con creces.
   Cuando me presenté a la puerta del baño, él se secaba con una toalla de grandes dimensiones, envuelto en una nube de vaho. Me miró muy sorprendido. No lo podía ocultar. En silencio se me acercó, tomó mis brazos entre sus manos mientras caía la toalla al suelo y desde la distancia volvió a mirarme con unos ojos que brillaban como si los estuviera iluminando una poderosa luz.
-Vaya, estás preciosa –dijo alargando las sílabas intencionadamente. Observé cómo sin establecer el mínimo contacto ninguna otra zona de nuestros cuerpos, su pene se elevaba majestuoso como un príncipe.
-¿Permites que te diga una travesura?
-Cómo no te lo voy a permitir.
-No te lo tomes a mal, pero pareces una traviesa y encantadora putilla.
-Oh, no me digas cosas tan feas.
-Te lo digo como uno de los piropos más sinceros, porque con esta seductora imagen se la levantarías al hombre más frío e insensible, incluyendo a impotentes o gays.
-Me encanta cómo sabes conseguir que hasta las obscenidades más cochinas suenen en tu boca como deliciosos halagos.
   Aquella noche me quedaría a pasarla enterita con él. Dormimos juntos e hicimos varias veces el amor. Hasta que me quedé dormida de puro agotamiento. En un principio con la misma ternura, con las sabias maneras que empleaba para acariciarme, para decirme bonitas palabras mientras me poseía, o explorar mi cuerpo con la astucia de un niño moderadamente tímido pero muy curioso. Sin importarle que sus labios se tiñeran de carmín, porque luego me los pasaba por el abdomen, las piernas o los senos para cubrirme de manchitas rojas a mí.
   Aunque en honor a la verdad, mi penúltimo orgasmo sólo lo consiguió con su lengua y sus dedos medio e índice. No voy a quejarme porque disfruté mucho más de lo que imaginaba. “¿Y el chaval de dieciocho?”, le pregunté en broma. No parecía que le gustara demasiado mi observación. Pero nos estrechamos en un cálido abrazo y le susurré al oído, “me encanta todo lo que me haces”.
-En realidad, ¿cuánto tiempo llevabas sin que te echaran un polvo, chiquilla?
-Uuuuumh.
-No irás a decirme que se trata de tu primera vez.
-Casi –le respondí, poniendo boquita de mimos. Sabía que ese tipo de confesiones les encantan a los tíos.
-No me extraña entonces que andes por ahí tan ávida de sexo.
-No ando por ahí –protesté.
-No te preocupes, me gusta. Nadie podría recibir en estos momentos un regalo más rico y valioso que el que estoy recibiendo yo. Me conmueve desflorar a una chiquilla tan candorosa, bonita e ingenua como tú.
Rocé con mi vientre en el suyo y colocando mis manos sobre sus nalgas procuré aproximarme todo lo posible porque ansiaba sentirlo cerca, aunque se hallara relajado, para mi gusto en exceso.
-Siento desilusionarte. Y ya que mencionas las flores –le susurré- he tenido un novio.
-No lo estropees.
-No, éramos unos críos y apenas salimos dos meses.
-En esas condiciones acepto.
   No consideraba que procediera contarle ninguna otra de mis bonitas relaciones. Y me quedé dormida abrazada a su cintura, con mi cabecita loca llena de grillos sobre su brazo derecho que me ceñía como si nos quisiéramos tanto que ni una fiera tormenta ni un huracán, ni siquiera un tsunami lograrían separarnos aquella noche...


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