ENTREVISTA
XXIII
PAULA-
¿Eras tímida?
PENÉLOPE-
Tanto y más que ahora.
PAULA-
Ahora no me atrevería yo a calificarte de muy tímida.
PENÉLOPE-
Pues lo soy. Lo que sucede es que cuando me excito puedo
transformarme en la chica más valiente del mundo. Tú ¿no?
PAULA-
Reconozco que la excitación sexual es uno de los estímulos más
poderosos para nuestro ánimo. Yo también me he atrevido excitada
con cosas que ni en los sueños más disparatados me hubiera
imaginado capaz de hacer. Pero volviendo a tu prima...
PENÉLOPE-
Nos levantamos tarde. Dormí como un lirón. La tía Araceli nos
preparó un desayuno a base de zumo, mermelada casera, rosquillas...,
vamos, tan excesivo que ni con hambre de meses pensaba que pudiera
comerlo. En cambio, comí con tanta ansia que no dejé ni las migas.
Montse me miraba con extrañeza pero apenas hablamos durante el
desayuno. Cuando les dije que me iba, me acompañó hasta el pequeño
jardín que hay a la puerta de su casa pero mantuvo la delicadeza de
no mencionar lo sucedido en la noche. A punto de despedirnos apareció
mi primo, con cara de sueño y vestido únicamente con un pantalón
corto de fútbol.
“Pe,
¿ya te vas?”, me preguntó.
“Sí,
no quiero que abu se preocupe”.
“He
hablado con ella a primera hora de la mañana por teléfono, cariño”,
intervino mi tía Araceli desde la cocina, “y le he dicho que
dormíais como dos tortolitas”.
>>Ese
comentario me dejaba tranquila. Pero entonces el atrevido de Rafa
comenta, sin preocuparle que lo oiga su madre.
“Oye,
por cierto, puedes venir las noches que quieras a dormir con Montse”.
>>Completamente
ruborizada miré a mi prima y me entraron ganas de salir corriendo,
pero el muy pillo debía de haberle ofrecido algo valioso porque,
aunque andaban siempre como el perro y la gata, me contestó:
“A
mí, Pe, me hace mucha ilusión que vengas a dormir conmigo”, y me
guiñaba un ojo.
>>Sin
que desaparecieran los colores de mi cara enfilé el camino a casa de
la abuela sin mirar atrás y con pasos más rápidos que de costumbre
pero con una sensación palpitándome dentro que solo podía entender
como de inmensa felicidad. Me sentía la chica más afortunada de la
Tierra.
PAULA-
Perdona que te interrumpa, pero ¿has observado a esos dos tíos de
la barra?
PENÉLOPE-
¿Cuáles?
PAULA-
No te hagas la tonta, no te quitan los ojos de encima.
PENÉLOPE-
¿Por qué hablas siempre en singular?
Reconozco
que nos miran a las dos. Son altos, de unos treinta y pocos. Visten
camisas de traje que resaltan sus desarrollados bíceps. Las
chaquetas reposan en sus brazos y uno de ellos lleva gafas y un
maletín de cuero. Creo que se percatan de que hablamos de ellos
porque muy decididos deciden acercarse.
“Estamos
trabajando”, les digo con la cara muy seria. Pero como Penélope
sonríe a sus piropos que no son más que un cúmulo de topicazos
propios de tíos que pretenden ligar, deciden sentarse a nuestra mesa
sin importarles mi evidente desinterés.
Yo me
mantengo en silencio, procurando transmitirles que no me resulta muy
grata su compañía, pero mi seductora amiga les sigue la corriente e
incluso ríe alguna de sus gracias.
Resignándome
a dar por concluida la entrevista por hoy, recojo el bloc y el lápiz
en mi bolso y apuro el último trago de mi copa. Como me ven más
esquiva, centran ambos por unos segundos toda su atención en mí,
formulando comentarios elogiosos que no resultan violentos y con los
que puede que pretendan caerme simpáticos.
Observo
que además son elegantes y no parecen tan incultos como para
recurrir a las tópicas expresiones con que se nos aproximaron.
Nos
invitan a una copa, pero como yo ya he bebido tres que es mi tope y
además aún me mantengo en mis trece de transmitirles que me ha
incordiado su inesperada visita, rechazo su invitación. Aunque para
mí sorpresa Penélope acepta. Y no una coca-cola light, sino otro
gin-tonic.
“Guapa,
¿no te estarás excediendo?”, le digo yo con evidente mala uva
cuando tantas invitaciones similares me ha rechazado.
“No
seas aguafiestas, estoy seguro de que tu amiga es de las que sabe muy
bien lo que se hace”, dice uno de ellos que a continuación se
presenta dándonos sendos besos, primero a Penélope y luego a mí.
Se llama Álvaro. El de las gafas Héctor.
Reconozco
que cuando me pongo borde soy borde. Apenas respondo a sus preguntas
con monosílabos aunque ya he aceptado que no están nada mal, pero
sigo sin ofrecerles muestras de que me entusiasmen sus gracias. A
Penélope, en cambio, parece que le resultan muy divertidos. Cuando
Álvaro la toma de la muñeca con la tonta excusa de admirarle el
reloj ella consiente y sonríe a sus simples comentarios, más
propios de un adolescente. Héctor se dirige a mí en tono más
formal y reconozco que ese cambio de estrategia contribuye a que baje
un poco la guardia. Hasta comienzan a caerme simpáticos. Bueno, en
realidad creo que recurro con frecuencia a la excusa de la simpatía
cuando un tío me atrae. Lo que sucede es que están realmente buenos
y las palabras no suenan en tus oídos igual cuando te las dice un
chico bombón que uno feo, aunque se trate de estupideces.
“¿Por
qué no nos vamos a tomar algo a un sitio que conocemos? Os gustará”,
comentan.
Penélope
me mira, pero yo les respondo que no es buen momento, que estamos
ocupadas. Incluso me atrevo a decirles:
“Ya
nos habéis estropeado la tarde”.
Aunque
reconozco que suavizo mi tonillo de chica enojada.
“Pero
podemos arreglaros la noche”, responde Álvaro que, sin duda,
parece empeñado en ejercer las funciones de líder.
Yo
permanezco callada y Penélope, en contra de lo que me estaba
temiendo, les comenta con su dulce voz:
“Como
dice mi amiga, no llegáis en el mejor momento”.
Héctor,
que parece menos decidido pero más listo que Álvaro, responde:
“Os
entiendo, llegar en el momento oportuno es fundamental. Y estoy
seguro de que habrá otros momentos”.
Penélope
esboza su enésima sonrisa y yo me sorprendo a mí misma
respondiéndole:
“Nunca
se sabe”.
Creo
que me ruborizo al oírme. Se levantan, Álvaro le susurra algo al
oído a Penélope, nos despiden con otros dos cariñosos besos y
aseguran que volveremos a vernos muy pronto.
...
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