ENTREVISTA
VI
>>Te
juro que ya no sabía qué decir ni qué hacer. Me temblaban hasta
los dientes y solo sentía ganas de llorar.
PAULA-
Pobre Pe, qué cabrón.

“Vamos”,
me ordena tomándome de la mano para sacarme de la cama. “Necesitamos
una buena ducha. En este negocio es importante la higiene, porque no
todos los tíos, por mucha pasta que ganen, son tan aseados como este
menda, aunque algunas me consideréis un poco guarro”.
>>Yo
caminaba como una corderita asustada detrás de él. Entramos al
baño, abrió el grifo, me indicó que probase la temperatura del
agua -qué amable el muy asqueroso, pensé- y cuando la notaba tibia
y le dije que vale, me ayudó a colocarme sobre el receptáculo que
ocupaba de pared a pared. Vertía champú sobre mi cabeza y espuma de
gel sobre clavículas y hombros para luego extenderlo y enjabonarme a
conciencia mientras vertía chorros intermitentes de agua sobre mí.
En ningún momento me permitió que me ocupase de mi propia higiene,
como si estuviera lavando a una niña. Y cuando alcanzó mi sexo, se
detuvo más que en otras zonas -sonriendo, diciéndome maldades,
picardías-, sin duda con la única intención de conseguir excitarme
en un momento en que creo que comprendió que representaba incluso
para él una tarea difícil.
Oyendo
la delicadeza con que me estaba describiendo aquel baño, se me
vinieron a la mente frases cínicas sobre la manera de bañarla aquel
capullo, pero comprendí que no era momento oportuno para mis
ocurrencias y guardé un prudente silencio.
PENÉLOPE-
A su cuerpo no le dedicó tantos cuidados. Salimos. Me secó con una
gran toalla blanca. Y tras secarse, arrojó su toalla y la mía a la
bañera del jacuzzi y me abrazó. Con una ternura que de nuevo me
desconcertaba.
PAULA-
Por lo que veo era un cerdo pero, como decías, muy hábil manejando
mujeres.
PENÉLOPE-
Sí que lo es. De hecho, tras los abrazos me besó, introduciéndome
despacio la lengua y acariciándome el paladar. Poco después tomaba
mi cara entre sus manos y mirándome con una amplia sonrisa, me dijo
“no sabes lo divina que estás con el pelo húmedo y esta carita
tuya tan rica”, me cargó en brazos y me llevó de nuevo a la cama.
>>A
esas alturas creo que ya me había olvidado de la desagradable
conversación y solo deseaba de veras que me penetrase. Y él,
intuyéndolo -el muy golfo- me abrió las piernas y sin borrar la
pícara sonrisa de su mirada, me penetró y comenzó a follarme con
el estilo salvaje que, sin duda, domina y yo necesitaba esa noche,
llamándome putilla, diciendo que me iba a convertir en una auténtica
reina y que nunca había echado mejores polvos con nadie que conmigo.
>>Yo
jadeaba recibiéndolo sus penetraciones con mi dulce sonrisa,
cerrando los ojos, acariciando sus endurecidos músculos... A veces
se me escapaban las lágrimas de gozo, recreándome en el intenso
placer que me proporcionaba.
>>De
otro modo no hubiese podido alcanzar el éxtasis esa maldita noche.
>>Cuando
terminamos, me acogió entre sus brazos y, aunque había prometido no
parar de follarme hasta que amaneciera, nos quedamos dormidos.
PAULA-
¿Te permitió acudir a clase?
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