...
Sin
decir palabra y despacio –eso sí, temblando de miedo- regresé a
mi postura original para facilitarle que continuara dando rienda
suelta a sus íntimos deseos. Que por otro lado no digo que me
disgustaran lo más mínimo. Únicamente cuando comprobé cómo aquel
líquido de aspecto lechoso se le desbordaba de la boca y corría
hacia sus mejillas y párpados, le dije:
-Permite
que me levante por una toalla y te limpio.
Él
giró la cabeza a derecha e izquierda para decirme que no, y esas
negaciones me provocaron tales cosquillas que, sin pensarlo, apoyé
mis manos en su nuca y lo atraje hacia mí con el ímpetu de una
leona, restregándome en sus labios y presionando también en su
nariz. Trastornada, sin control alguno de mis impulsos, cuando
siempre había presumido de controlarlos (en opinión de algunas
amigas, incluso demasiado). Durante unos segundos me sentí una reina
sádica castigando a su vasallo. Con pies y manos atados a los
barrotes de la cama, no le quedaba escapatoria, pero ni se me ocurrió
pensar que dificultaba la entrada de aire a sus pulmones hasta que
sacó la lengua y su pecho se contraía y elevaba espasmódicamente y
creí percibir sus jadeos, y me asusté.
-Oh,
Dios mío, perdona –le dije, retirándome hacia atrás- no sé qué
ha podido sucederme. ¿Te encuentras mal?
Me
dijo que no, también ahora moviendo únicamente la cabeza, aunque en
este caso porque sus afanes por recuperar el ritmo de respiración le
impedían articular palabras. Con su rostro mudando entre los colores
de la amapola y la orquídea.
-Lo
siento, cariño, de veras –le dije, acariciando su rostro.
Luego
me tendí a su lado y lo besé sin dejar de acariciarlo con tanta
ternura como si lo quisiera de veras.
Sólo
entonces me dijo:
-Penélope,
bonita, no tienes por qué preocuparte. Me has llevado al éxtasis y
a punto has estado de llevarme un poco más allá. Eres una chiquilla
adorable.
Creo
que, aun valorando mis pudorosas inhibiciones, acabé rebasando con
amplitud el límite de lo que yo misma hubiese considerado lícito,
incluso en aquellos momentos en que me entrego a las fantasías
sexuales más disparatadas.
Pero
esa noche también descubrí, que por muy tímida que seas –y yo lo
soy- la excitación dispone de una magia que en segundos te puede
convertir en la chica más osada y valiente.
Volveríamos
a dormirnos. Ya con las primeras luces del alba introduciéndose a
través de los claros de la persiana y, aunque parezca mentira,
abrazados como dos tortolitos muy enamorados. Mi cabeza escondida en
el hoyo que se le formaba entre hombro, clavícula y pecho, que aún
olían ligeramente a mi propia orina.
Por
la mañana nos despedimos como nos habíamos despedido la primera
noche. Con un beso en los labios e intercambiando tiernas sonrisas.
¡Vaya
estreno!, pensé, mientras iba bajando las escaleras.
Ya
no me merecía la pena pasarme por casa ni deseaba exponerme a las
preguntas indiscretas y las bromas de Raquel.
En
una cafetería a medio camino de la tienda de flores, pedí un
chocolate a un camarero tan joven como yo –ansiaba una taza de
chocolate bien caliente-, churros, un zumo de naranja y el periódico,
y, apoyada en la amplia cristalera que mira a la calle, me entretuve
ojeando noticias en las que no me concentraba y recibiendo miradas
indiscretas del camarero, hasta que mi reloj marcó las diez menos
diez.
No
descubro ningún secreto si afirmo que a lo largo de aquella nueva
tarde me palpitaría con fuerza el corazón cada vez que se abría la
puerta, con la esperanza de que quien la empujaba fuese el profe. Y
no solo debía palpitarme el corazón, pues la asquerosa de mi jefa
se atrevió a decirme cuando me dirigía al almacén por una cesta de
flores:
-Pero
¿qué te sucede Penélope? Pareces escocida. Endereza esas piernas y
camina como una persona.
No
le respondí. Prefería ignorar su estúpido comentario aunque hizo
también alusiones poco discretas a mi cara de sueño, y es cierto
que una sensación a medias entre la plenitud y un ligero escozor aún
me incomodaba en la zona púbica. Puede que también me pusiera un
poquito nerviosa porque, aunque visité el servicio varias veces para
humedecerla y limpiarme bien, según avanzaban las horas me picaba un
poquito más...
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