sábado, 7 de marzo de 2015


EMO...
Procuraba relajarme, inspirando hondo, expulsando el aire con fuerza. Pero me dolía. No mucho, aunque puede que los nervios incrementaran la sensación de dolor, pues me siguió penetrando despacio, muy despacio, y a medida que me penetraba y yo me mordía la lengua para no chillar, el dedo índice de su mano derecha alcanzó mi inflamado clítoris y entonces suspiré y dejó de dolerme.

Se había percatado del momento justo en que recobraba mis sensaciones placenteras. Por otro lado, nada difícil, oyendo mis gemidos y viendo cómo mi cuerpo se acomodaba al suyo, procurando mantenerse firme cuando salía de dentro de mí y acercando mi culito a su pelvis cuando entraba de nuevo.
-Me encanta cómo te entregas –dijo- y cómo te estremeces-. Y de pronto comenzó a golpear como una verdadera bestia, como nunca me había golpeado en ninguno de nuestros polvos anteriores, consiguiendo que mis nalgas emitieran sonidos tan escandalosos como si me estuviese azotando con un látigo. Imaginé que la pastilla azul contendría alguna droga estimulante.
-Oh, Alex, sigue.
Ciñó sus manos a los huesos de mis caderas y me golpeó aún más fuerte.
-Así, cielo, no pares –le dije pensando que sería incapaz de mantener el impetuoso ritmo, aunque después de una media hora, casi me arrepentía de mi súplica, pues ya había experimentado dos riquísimos orgasmos y se me agotaban todas las energías que había acumulado durante meses y meses para una ocasión como aquella. De hecho, tuve que volver a decirle:
-No puedo más- y me dejé caer de bruces sobre la cama.

Él se acostó sobre mí, sin sacarme su miembro, que se mantenía duro gracias a lo que entonces consideré un milagro y las habilidades de un hombre que sabía tratar a las mujeres con una pericia inalcanzable para la mayoría de los machos de la tierra.
-¿Qué te parece ahora el chaval de dieciocho?
Oh, deseaba jactarse. Mi broma de la noche anterior había herido su orgullo.
-Bien, muy bien. Ahora sí –le dije, con tonillo irónico, aunque pronto rectifiqué-. Bueno, no, no creo que nadie de dieciocho años ni de ninguna otra edad pueda hacer conmigo lo que me estás haciendo tú. Lo que me sorprende es que lo haya podido resistir, que aún siga viva. Menos mal que hemos terminado.
-¿Te alegras de haber terminado?
-Me alegro y no me alegro. Comprende que me tienes completamente destrozada, por dentro y por fuera. Imagino tu esposa lo contenta…
-¡No menciones a mi esposa!
-Perdóname.
Seré estúpida”. Lo había ofendido con ese comentario que reconozco fuera de lugar dadas las circunstancias.


Ignoro lo que me sucedió. Percibí cómo se incorporaba para tenderse a mi derecha y me pedía que le retirase el preservativo. Lo hice. Muy amorosa, aunque casi llorando por culpa de mi metedura de pata.
Luego tomé mis braguitas de encaje en rosa con lacito que había vestido por la mañana al dictado de mi inconsciente cuando mis razonadas conclusiones me indicaban que no volvería a ver en mi vida al maduro y caballeroso profe y, tras solicitarle permiso, me dirigí al baño. Necesitaba lavarme y también cubrirme mis partes íntimas –sin otros motivos que la certeza de que nuestras raciones de sexo por esa noche ya nos habrían saciado.
Tras envolver el condón en un trozo de papel higiénico y depositarlo en la papelera, me lavé, vestí las bragas y regresé al dormitorio, convencida de que dormiríamos plácidamente, al menos hasta la salida del sol...



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