EMOCIONES ÍNTIMAS
Cuando
ya habíamos descabezado un breve sueño, en cambio, se levantó
inesperadamente, abrió una puerta del vestidor y se acercó de nuevo
a la cama mostrándome una preciosa y delicada combinación de su
esposa. Dijo:
-Es
de seda. La compramos en Roma en nuestro viaje de novios. Me gustaría
que la vistieses para mí.
-Oh,
por favor –le dije- no me pidas eso.
Pero
tan amable solicitud excitó aún más todos y cada uno de mis
excitados órganos sensoriales. Me incorporé y, sonriendo, le
permití que me la vistiera.
Me
quedaba amplia de arriba pero se adaptaba a mi culito como una
segunda piel y en uno de los espejos del vestidor comprobamos que me
hacía muy mona, muy sexy.
-Estás
monísima, pero ¡vaya cara que tienes! –dijo.
-Cara
de chica a la que acaban de follar.
-Oh,
mira que eres golfo.
Se
me había corrido el rímel y el carmín me embadurnaba el inicio de
ambas mejillas desde la comisura de los labios -¡por su culpa!-, y
con aquellas enaguas de tirantes y el collar de perlas adornando mi
escote y el pelo despeinado, sí que mi cara resultaba cuando menos
un poquito gamberra. Pero yo misma, sin que me lo indicara nadie,
busqué una toallita desmaquilladora para limpiarme los churretones
que ensuciaban mis lindas mejillas y luego apliqué otra y otra capa
de rímel en las pestañas, la brocha de rubor en el centro de los
pómulos –consiguiendo tonalidades más vivas aún-, me pinté los
labios exagerando el sexy arco de cupido de mi labio superior y
perfilé de nuevo las líneas de los ojos para que esas coquetas
maniobras me ayudaran a recobrar una imagen de chica bien despierta,
no de recién follada, según el profe.
Mientras
yo me ponía guapa de nuevo, lo observé sacando del cajón de la
mesita una caja de preservativos, un tubo que confundí con los de
pasta de dientes y un blíster con pastillas azules que entonces no
identifiqué pero ahora no me cabe ninguna duda que se trataban de
Viagra. Entró al baño e imagino que se tomó una. No querría que
volviera a repetirle mi broma comparándolo con chicos de dieciocho,
y eso explica también su increíble potencia cuando yo ya me
encontraba rendida, al borde del desmayo y él era capaz de mantener
una erección mucho más firme que al inicio de la noche.
Al
acercarnos de nuevo a la cama y percatarme que el tubo -de la misma
marca que los condones-, no contenía pasta dentrífica, le pregunté:
-¿Y
esto?
-Lubricante,
y de los buenos.
-Oye,
¿acaso piensas que a mis años preciso que me lubriquen?
-Puede
que lo piense y lo acabes pensando tú.
-A
ver, a ver, ¿qué quieres decir? No estarás planeando penetrarme
por detrás.
-Esta
noche es de sorpresas y las sorpresas si se explican pierden su
carácter de sorpresa.
-Pero
es que no me gustaría que me penetrases por ahí.
-¿Cómo
lo sabes?
-Lo
intuyo. Y a propósito, no me has dicho nada de mi nuevo look, ¿te
gusta?
-Estás
monísima.
Ciñó
mi cintura, me estrechó con fuerza, tiró hacia arriba de mí para
izarme y crujieron mis huesecitos mientras me besaba con una especie
de rabia que hasta entonces no había empleado. Reconozco que no supe
cómo reaccionar y me quedé un poco entre sorprendida y tonta,
permitiéndole que me estrechara cómo y cuánto le apeteciese.
Luego
giró mi cuerpo ciento ochenta grados y con una de sus manos en mi
pelvis y la otra en la nuca dobló mi cuerpo para que apoyase los
brazos en el borde de la cama mientras uno de sus pies se introducía
entre mis piernas hasta que casi me obliga a abrirme en espagat.
Las
descargas de dopamina en mi núcleo accumbens (donde se encuentra el
centro del placer, según estudios de mi carrera) debían encontrarse
en niveles máximos.
A
pesar de sus amenazantes insinuaciones, me dije, “seguro que quiere
repetir conmigo la experiencia de la otra noche cuando me puso a
cuatro patas, y tanto me había gustado”. Pero acercó sus dedos
húmedos y gelatinosos a mi orificio anal, comenzó a frotarlo y las
caricias me resultaban tan deliciosas que, cuando quise impedirle
(¡lo juro!) que me penetrara por ese sitio, ya era tarde.
Aún
procuré mantenerme tranquila. Y hasta cierto punto lo conseguí.
Aunque solo mientras la puntita suave del condón que protegía el
glande de su pene penetró en mi ano y yo contraje con fuerza los
glúteos.
-Relájate,
preciosa –me dijo mientras me acariciaba en la zona del pubis,
presionando para que nuestros cuerpos acortaran distancias...
CONTINUARÁ
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