...
Creo
que se le estaba desbordando la imaginación, o quizá se pasó la
tarde consultando libros de técnicas sadomasoquistas, o aquella
droga estimulante de color azul le provocaba alucinaciones, pues
reconozco que me propuso prácticas que no he visto ni en las pelis
más cochinas ni oído de lenguas tan viperinas y viciosas como la de
Raquel o alguna de las amigas poco recomendables con que se reúne a
veces.
No
accedí a todas ellas, ni a pesar de sus ruegos y promesas ni del
último cóctel que me había servido cuando se levantó por el
vibrador obligándome a darle dos buenos sorbos mientras lo sostenía
y lo inclinaba sobre mi boca con sus propias manos como si
pretendiera emborracharme (derramando incluso el líquido por la
comisura de mis labios), ni de la pena que me embargaba ante su
cuerpo desnudo tendido sobre la cama, atado de manos y pies y
suplicando con voz de pordiosero lo que nunca imaginé que se le
pudiera suplicar a una chica.
-Oh,
no lo hagas, por favor, concédeme al menos un minuto para que pueda
ir al baño a limpiarme –le supliqué cuando pidió que acercara
mis genitales (mi delicioso coñito, fueron sus palabras) a su boca.
Pero
me advirtió que ni se me ocurriera, que ya me limpiaba él. En un
tonillo de voz que a ver quién es la guapa que se atreve a negarse.
Y aunque con un tremendo apuro atenazando todo mi cuerpo, me fui
acercando hasta colocar mis rodillas dobladas a ambos lados de su
cabeza, por temor a que se enfadara conmigo.
-Así
me gusta, que obedezcas como una niña buena.
-Si
vuelves a llamarme niña, me enfado.
-Perdona,
preciosa –me dijo con un tono más dulce-. Solo se trata de un
apelativo cariñoso.
-Hay
otros apelativos cariñosos que puedes utilizar conmigo.
-Tomo
nota.
-Seguro
que como profe de lengua sabrás encontrar aquellos que agraden a una
chica como yo.
-Nunca
he conocido a una chica como tú.
-No
seas mentiroso, seguro que te has acostado con más de una.
Por
primera vez en la noche, el hecho de tenerlo debajo de mí atado de
pies y manos me concedía una cierta confianza. Aunque, oyendo sus
tiernas promesas de rectificación, decidí continuar obedeciendo sus
indicaciones de la manera más dócil posible.
Cuando
mi vello púbico rozó su barbilla, sacó la lengua y comenzó a
lamer mi vulva empapada -no sólo a causa de la excitación-, como un
dóberman sediento de varios días. “¿Esa es tú manera de
limpiarme?”, le iba a preguntar, pero casi me provoca la risa el
simple pensamiento de la pregunta. Tampoco pude llamarle cochino
porque, aparte de la vergüenza que sentía reclinada en aquella
extraña postura, reconozco que muy pronto empecé a derretirme de
gusto. Me gustaba incluso que saborease los restos de mi pis y se
relamiera. Apoyé las manos en sus mejillas y eché la cabeza hacia
atrás, mirando al techo porque no me atrevía a mirarle a los ojos.
Cuando
ya me tenía igual de húmeda pero perfectamente limpia, rodeó mis
genitales con sus dientes y, aunque pensaba que me los iba a morder,
no dije nada. Mordió, pero sin causarme daño, succionando hasta que
los introdujo en su boca y allí, completamente suyos, me los estuvo
acariciando con la punta de la lengua que entraba y salía de mí o
se recreaba ensanchándome, hasta que mi clítoris se retrajo y las
intensas sacudidas de mi útero y vagina precipitaron que una fuerza
desconocida se desatara en lo más profundo de mi ser y me corriera
en irrefrenables espasmos, inundándole la boca de líquido.
-Oh,
perdóname, por favor –le dije, casi llorando- no sabía que iba a
sucederme esto, perdóname –y me aparté, quedando sentada sobre su
pecho.
-¡¿Perdonarte?!
–exclamó, casi chillando-. Penélope, ¡eres divina!, hacía mucho
tiempo que no me encontraba con una chica fuente.
-¿Qué
significa eso?
-Ya
te lo explicaré, ahora regresa adonde estabas, quiero seguir
saboreando tu delicioso coño.
Imaginaba
su significado. Lo que no sabía era que se tratase de una suerte
privativa de unas pocas privilegiadas como yo. Algo que ahora sé
pero que muy bien, gracias al habilidoso profe...
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