ENTREVISTA
II
PAULA-
No seas mala pécora -sonreímos con ganas las dos-. Tomo noto para
que cuando dispongas de tiempo libre me enseñes tú. Por cierto,
¿llegó Sebas a forzarte para que hicieras algo que no querías?
PENÉLOPE-
Forzar no es la palabra. Aunque es un verdadero bruto sabe cómo
manejar a una chica. De pronto tomó unas esposas, me condujo hasta
la espaldera que cubría una pared y me levantó los brazos al tiempo
que me besaba. Con las manos en alto comenzó a comerme materialmente
la boca mientras restregaba su cuerpo al mío, rodeándome las
piernas con las suyas y presionando con su miembro en mi vientre. Me
lamía, me introducía la lengua, me mordisqueaba los labios y yo los
iba notando más y más calientes -imagino que rojos-, hinchados...
“Con lo grandes que ya los tengo”, pensé.
“¿Permites
que te las ponga?”, me preguntó con una voz complaciente que no
esperaba oírle en ese preciso momento.
“¿Vas
a hacerme daño?”.
“Por
supuesto que no, sólo quiero que tus muñecas perciban lo que se
siente y lo transmitan por aquí”, dijo mientras me pasaba una de
sus manos por cara, pechos, hasta llegar a lo que llamaba “mi
coñito”, donde se demoró antes de volver a apresarme.
“Estás
empapada, zorrita”.
“¿Quién
tiene la culpa?”
“Lo
viciosilla que eres”.
“No
seas malo”.
“Me
obligas. Pero todavía no has conocido de veras lo malo que soy”.
>>Me
dio un vuelco el corazón. No entendía, en cambio, cómo lo seguía
deseando como lo deseaba.
“Si
es como dices, te permitiré que me ates esas esposas”, le dije
procurando complacerlo. “Pero unos segundos solo, ¿vale?”
>>Me
respondió con una amplia sonrisa. Mis pies quedaban a un palmo del
suelo.
“Me
tira de los hombros, Sebas. Duele”.
“Qué
flojita. Necesitas darte o que te den unas buenas palizas en el
gimnasio. Pero puedes apoyar los pies en uno de los listones”.
>>Cuando
le hice caso
experimenté un ligero alivio, aunque
el cuerpo se me iba hacia adelante. Se lo advertí y entonces se
acercó para que lo apoyara en el suyo. Me bajó el top de un tirón
y mis pechitos brincaron. La punta de su lengua estimuló mis pezones
y se me pusieron duros como huesitos de cerezas. Acto seguido soltó
los botones de mi short, y top, short y tanga salieron a un único
impulso piernas abajo.
>>Yo
jadeaba. De miedo. Bueno, no me mires con esos ojos, Pau, reconozco
que también me había puesto caliente.
“Sebas”,
le pregunté, “¿por qué no me sueltas ya y nos vamos a tu
dormitorio?”
“Sólo
un segundo preciosa”, me susurró al oído el muy cabronazo.
“Olvida tu estúpido miedo”.
>>Yo
empezaba a sollozar suplicando que no me lastimara. Perdona, igual me
estoy excediendo en detalles que no tienen demasiada importancia
para ti.
PAULA-
No, no, Pe, me resulta muy interesante todo lo que me dices y creo
que nos conviene a las dos que largues por esa boquita cuanto te pase
por la cabeza.
PENÉLOPE-
¿Sin control?
PAULA-
Sin ningún control. Asociaciones libres totales.
PENÉLOPE-
Pero, ¿quién es la psicóloga?
Sonreímos
por enésima vez. Comienzo a sentir más que ternura hacia Penélope.
Me doy cuenta de que ya solo me dirijo a ella con un cariñoso Pe
-sin que nadie me lo haya sugerido- y me despierta una tremenda
empatía.
PAULA-
Hay pocos psicoanálisis más profundos que una novela.
PENÉLOPE-
Lo que me parece a mí es que tienes tú mucho peligro. Y volviendo a
lo que nos ocupa. Cuando lo veo acercarse al armario de los látigos
y que prueba uno golpeando la fusta en la palma de su mano, grité:
“¡No,
Sebas!, por favor”, y descendiendo el tono porque sabía que con él
no funcionan los tonillos autoritarios, “esto no es lo que habías
prometido”.
“Penélope,
bomboncito, descuida, no voy a dañar ese cuerpo tan precioso que de
algún modo ya me pertenece. Lo único que quiero es que te vayas
familiarizando con un mundo que -hazme caso- es ideal para una chica
como tú”.
“Pero
tengo miedo”.
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