miércoles, 26 de noviembre de 2014


ENTREVISTA II

PAULA- No seas mala pécora -sonreímos con ganas las dos-. Tomo noto para que cuando dispongas de tiempo libre me enseñes tú. Por cierto, ¿llegó Sebas a forzarte para que hicieras algo que no querías?
PENÉLOPE- Forzar no es la palabra. Aunque es un verdadero bruto sabe cómo manejar a una chica. De pronto tomó unas esposas, me condujo hasta la espaldera que cubría una pared y me levantó los brazos al tiempo que me besaba. Con las manos en alto comenzó a comerme materialmente la boca mientras restregaba su cuerpo al mío, rodeándome las piernas con las suyas y presionando con su miembro en mi vientre. Me lamía, me introducía la lengua, me mordisqueaba los labios y yo los iba notando más y más calientes -imagino que rojos-, hinchados... “Con lo grandes que ya los tengo”, pensé.
“¿Permites que te las ponga?”, me preguntó con una voz complaciente que no esperaba oírle en ese preciso momento.
“¿Vas a hacerme daño?”.
“Por supuesto que no, sólo quiero que tus muñecas perciban lo que se siente y lo transmitan por aquí”, dijo mientras me pasaba una de sus manos por cara, pechos, hasta llegar a lo que llamaba “mi coñito”, donde se demoró antes de volver a apresarme.
“Estás empapada, zorrita”.
“¿Quién tiene la culpa?”
“Lo viciosilla que eres”.
“No seas malo”.
“Me obligas. Pero todavía no has conocido de veras lo malo que soy”.
>>Me dio un vuelco el corazón. No entendía, en cambio, cómo lo seguía deseando como lo deseaba.
“Si es como dices, te permitiré que me ates esas esposas”, le dije procurando complacerlo. “Pero unos segundos solo, ¿vale?”
>>Me respondió con una amplia sonrisa. Mis pies quedaban a un palmo del suelo.
“Me tira de los hombros, Sebas. Duele”.
“Qué flojita. Necesitas darte o que te den unas buenas palizas en el gimnasio. Pero puedes apoyar los pies en uno de los listones”.
>>Cuando le hice caso
experimenté un ligero alivio, aunque el cuerpo se me iba hacia adelante. Se lo advertí y entonces se acercó para que lo apoyara en el suyo. Me bajó el top de un tirón y mis pechitos brincaron. La punta de su lengua estimuló mis pezones y se me pusieron duros como huesitos de cerezas. Acto seguido soltó los botones de mi short, y top, short y tanga salieron a un único impulso piernas abajo.
>>Yo jadeaba. De miedo. Bueno, no me mires con esos ojos, Pau, reconozco que también me había puesto caliente.
“Sebas”, le pregunté, “¿por qué no me sueltas ya y nos vamos a tu dormitorio?”
“Sólo un segundo preciosa”, me susurró al oído el muy cabronazo. “Olvida tu estúpido miedo”.
>>Yo empezaba a sollozar suplicando que no me lastimara. Perdona, igual me estoy excediendo en detalles que no tienen demasiada importancia para ti.
PAULA- No, no, Pe, me resulta muy interesante todo lo que me dices y creo que nos conviene a las dos que largues por esa boquita cuanto te pase por la cabeza.
PENÉLOPE- ¿Sin control?
PAULA- Sin ningún control. Asociaciones libres totales.
PENÉLOPE- Pero, ¿quién es la psicóloga?
Sonreímos por enésima vez. Comienzo a sentir más que ternura hacia Penélope. Me doy cuenta de que ya solo me dirijo a ella con un cariñoso Pe -sin que nadie me lo haya sugerido- y me despierta una tremenda empatía.
PAULA- Hay pocos psicoanálisis más profundos que una novela.
PENÉLOPE- Lo que me parece a mí es que tienes tú mucho peligro. Y volviendo a lo que nos ocupa. Cuando lo veo acercarse al armario de los látigos y que prueba uno golpeando la fusta en la palma de su mano, grité:
“¡No, Sebas!, por favor”, y descendiendo el tono porque sabía que con él no funcionan los tonillos autoritarios, “esto no es lo que habías prometido”.
“Penélope, bomboncito, descuida, no voy a dañar ese cuerpo tan precioso que de algún modo ya me pertenece. Lo único que quiero es que te vayas familiarizando con un mundo que -hazme caso- es ideal para una chica como tú”.
“Pero tengo miedo”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario