domingo, 22 de marzo de 2015




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Creo que se le estaba desbordando la imaginación, o quizá se pasó la tarde consultando libros de técnicas sadomasoquistas, o aquella droga estimulante de color azul le provocaba alucinaciones, pues reconozco que me propuso prácticas que no he visto ni en las pelis más cochinas ni oído de lenguas tan viperinas y viciosas como la de Raquel o alguna de las amigas poco recomendables con que se reúne a veces.

No accedí a todas ellas, ni a pesar de sus ruegos y promesas ni del último cóctel que me había servido cuando se levantó por el vibrador obligándome a darle dos buenos sorbos mientras lo sostenía y lo inclinaba sobre mi boca con sus propias manos como si pretendiera emborracharme (derramando incluso el líquido por la comisura de mis labios), ni de la pena que me embargaba ante su cuerpo desnudo tendido sobre la cama, atado de manos y pies y suplicando con voz de pordiosero lo que nunca imaginé que se le pudiera suplicar a una chica.

-Oh, no lo hagas, por favor, concédeme al menos un minuto para que pueda ir al baño a limpiarme –le supliqué cuando pidió que acercara mis genitales (mi delicioso coñito, fueron sus palabras) a su boca.
Pero me advirtió que ni se me ocurriera, que ya me limpiaba él. En un tonillo de voz que a ver quién es la guapa que se atreve a negarse. Y aunque con un tremendo apuro atenazando todo mi cuerpo, me fui acercando hasta colocar mis rodillas dobladas a ambos lados de su cabeza, por temor a que se enfadara conmigo.
-Así me gusta, que obedezcas como una niña buena.
-Si vuelves a llamarme niña, me enfado.
-Perdona, preciosa –me dijo con un tono más dulce-. Solo se trata de un apelativo cariñoso.
-Hay otros apelativos cariñosos que puedes utilizar conmigo.
-Tomo nota.
-Seguro que como profe de lengua sabrás encontrar aquellos que agraden a una chica como yo.
-Nunca he conocido a una chica como tú.
-No seas mentiroso, seguro que te has acostado con más de una.

Por primera vez en la noche, el hecho de tenerlo debajo de mí atado de pies y manos me concedía una cierta confianza. Aunque, oyendo sus tiernas promesas de rectificación, decidí continuar obedeciendo sus indicaciones de la manera más dócil posible.

Cuando mi vello púbico rozó su barbilla, sacó la lengua y comenzó a lamer mi vulva empapada -no sólo a causa de la excitación-, como un dóberman sediento de varios días. “¿Esa es tú manera de limpiarme?”, le iba a preguntar, pero casi me provoca la risa el simple pensamiento de la pregunta. Tampoco pude llamarle cochino porque, aparte de la vergüenza que sentía reclinada en aquella extraña postura, reconozco que muy pronto empecé a derretirme de gusto. Me gustaba incluso que saborease los restos de mi pis y se relamiera. Apoyé las manos en sus mejillas y eché la cabeza hacia atrás, mirando al techo porque no me atrevía a mirarle a los ojos.
Cuando ya me tenía igual de húmeda pero perfectamente limpia, rodeó mis genitales con sus dientes y, aunque pensaba que me los iba a morder, no dije nada. Mordió, pero sin causarme daño, succionando hasta que los introdujo en su boca y allí, completamente suyos, me los estuvo acariciando con la punta de la lengua que entraba y salía de mí o se recreaba ensanchándome, hasta que mi clítoris se retrajo y las intensas sacudidas de mi útero y vagina precipitaron que una fuerza desconocida se desatara en lo más profundo de mi ser y me corriera en irrefrenables espasmos, inundándole la boca de líquido.

-Oh, perdóname, por favor –le dije, casi llorando- no sabía que iba a sucederme esto, perdóname –y me aparté, quedando sentada sobre su pecho.
-¡¿Perdonarte?! –exclamó, casi chillando-. Penélope, ¡eres divina!, hacía mucho tiempo que no me encontraba con una chica fuente.
-¿Qué significa eso?
-Ya te lo explicaré, ahora regresa adonde estabas, quiero seguir saboreando tu delicioso coño.
Imaginaba su significado. Lo que no sabía era que se tratase de una suerte privativa de unas pocas privilegiadas como yo. Algo que ahora sé pero que muy bien, gracias al habilidoso profe...



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