SEXIENTREVISTA
XXXV
>>Yo
ya entonces era una chica precavida.
PAULA-
No en todos los sentidos.
PENÉLOPE-
En los que importa. A pesar de lo excitadísima que estaba.
>>Aunque
debíamos recorrer apenas quince quilómetros no quería sorpresas
desagradables. Mi primo me sonrió, volvió a besarme, colando sus
manos bajo mi jersey para estremecerme con sensuales caricias en
cintura y costado, y dijo:
“Yo
estoy muy bien aquí. Podemos buscar algún sitio que nos guste. Pero
también te aseguro que controlo. Han pasado más de dos horas desde
que nos bebimos la última botella de champán”.
“¿Estás
despejado?”.
“Completamente”.
“Bueno,
entonces arranca porque me estoy quedando fría”.
>>Me
acurruqué contra su hombro. Con la mano derecha me hizo una dulce
carantoña. Recuerdo que la temperatura seguía rondando los cero
grados. A la entrada del pueblo hay un pequeño bosque de encinas.
Rafa se adentró en un camino de tierra y se detuvo bajo el primero
de los árboles con la intención de que hiciésemos el amor. Nada
deseábamos más después de haber compartido tanta diversión y
tanto cariño a lo largo de la noche.
>>No
habíamos aparcado cuando comenzó a nevar. Copos de nieve grandes
como cerezas iban cayendo sobre nosotros.
“Tengo
mucho frío, Rafi”.
>>Me
abrazó con fuerza y me besó por toda la cara como si pretendiera
con eso ayudarme a combatir el intenso frío. Luego me bajó los
vaqueros y las braguitas, pero le pedí que no me quitara el jersey.
PAULA-
Según lo cuentas tiene toda la pinta de un polvo de lo más
romántico, en un bosque de encinas, al crepúsculo y bajo un
precioso manto de nieve.
PENÉLOPE-
Si no hubiera sido la temperatura... Creo que él sentía tanto frío
como yo aunque quisiera hacerse el valiente desprendiéndose de toda
su ropa. Se pasó a mi plaza y mientras reclinaba el respaldo del
asiento hacia atrás me obligó a echarme de bruces. Hurgándome bajo
la camiseta encontró mis pechos y cuando se cansó de acariciarlos,
abrió la puerta de mi lado.
“Oh,
Rafa, cierra, que me congelo”, le dije.
>>Se
rió. Había cogido un puñado de nieve y en cuanto volvió a
cerrarla lo colocó sobre mi culete.
“¿Qué
haces? Estás loco”, chillé contrayendo las nalgas por la
impresión.
>>Sin
embargo, a medida que me lo restregaba y lo iba acercando a mi
entrepierna comenzó a gustarme y cuando lo colocó a la misma
entrada de mi vagina ya me moría de gusto.
“Está
friísima”, le comenté.
>>La
única que hablaba era yo. Y de pronto se me escapó la risa.
“¿De
qué te ríes?”
“De
nada”.
>>Me
había venido a la memoria la lasciva mirada del portero de la
discoteca y me atreví con la fantasía de haberle puesto los cuernos
a Rafa con aquel tío grande como un castillo, de cabeza rapada y
unos brazos que amenazaban con explotar las mangas de la chaqueta de
su uniforme y al que estaba segura de que le hubiera encantado
follarme.
“¿Te
está haciendo ahora efecto el hachís?”
“No
sé”, y volvió a escapárseme la risa. El hecho de que en mi
postura no tuviera que verle la cara a mi primo me ayudaba bastante a
imaginarme al forzudo vigilante abordándome en la disco una de las
veces que me dirigía al baño y llevarme a un reservado donde me
bajaba con violencia los vaqueros y las bragas y en un solo gesto me
sacaba la camiseta y el jersey y tras levantarme con sus poderosas
manos sosteniendo por el dorso de mis muslos me penetraba a lo bestia
con su polla que también quise imaginar aún más grande que la de
Rafa. Yo me derretía de gusto abrazada a su cuello, desnuda y
recibiendo con todo mi cuerpo en el aire sus violentas embestidas
mientras mi novio se bebía solo nuestra botella de champán. A mi
regreso no le sorprendería que hubiera tardado más tiempo del
razonable sino la cara de felicidad que se me había puesto.
“Te
vas a dejar de reír”, me amenazó Rafa, como si le molestase que
me riera.
“¿No
te gusta que me ría?”.
“Me
gusta pero no entiendo de qué te ríes”.
>>Me
seguía acariciando, buscándome con su endurecido miembro que aún
con algunos copitos de nieve humedeciendo mis labios mayores entró
en mí con el ímpetu del rayo de una tormenta. Chillé como una
escandalosa.
“¿Porqué
no te ríes ahora?”
“Eres
un maldito cochino”, le dije y, aunque no lo pretendía, me reí.
Sin duda el canuto me había puesto muy imaginativa, muy cachonda y
muy alegre. Los copitos de nieve se derritieron. Me había izado
tomándome de las caderas y yo me abracé al respaldo, abandonada,
como si me hubiese partido en dos pero gozando como una perrita
viciosa. El intercambiarlo en mi fantasía con el vigilante de
seguridad incrementaba mi excitación. Me entraron tentaciones de
decírselo o dirigirle alguna expresión como si fuera aquel bruto de
casi dos metros de alto y unos músculos como los del increíble Hult
quien me estaba penetrando con tantísimo deseo pero preferí optar
por una opción que consideraba más acertada.
“¡Oh,
Rafi!”, suspiré, “sigue”.
>>Me
indicó que elevara el culo un poco más y en esa postura deliciosa
aunque algo forzada para mí, me continuó follando con el ansia de
casi cuatro meses sin vernos y el estímulo de una noche preciosa
juntos, aunque no ignoraba que en cuanto a él cabían muchas
posibilidades de que se hubiera acostado con otras chicas en ese
tiempo. Pero no me importaba. Solo quería sentirlo muy dentro de mí,
golpeándome, llegándome a un fondo donde las sensaciones más
maravillosas que pueden sentirse siendo mujer me inundaban de gozo. Y
en cambio cerrando los ojos para imaginar que era el portero de la
disco quien me lo estaba haciendo. Como allí no podía oírnos
nadie, gemí y chillé tan escandalosamente como la primera vez que
me metió su endurecida polla. Pidiéndole lo que nunca me había
atrevido a pedirle. Descarada gracias al canuto y la ayuda fantasiosa
.del tío que me había mirado con verdadera lujuria. Creo que
incluso suplicándole que me golpeara más fuerte hasta que nos
corrimos a un tiempo y entonces me abandoné, flojita y acurrucada
sobre el asiento del coche pero rogándole que me abrigara con sus
brazos y piernas.
...
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