ENTREVISTA
XXVI
PENÉLOPE-
La última noche. La última porque ya solo faltaban dos días para
irme del pueblo pero también porque desde lo que sucedió no me
atrevería a volver a acostarme en su casa.
PAULA-
Después de lo mucho y bueno que me has contado comienza a resultarme
difícil imaginar que no te atrevieses.
PENÉLOPE-
De veras, Paula, te empeñas en no creerme, pero siempre he sido una
chica muy tímida.
Sonrío
mirándole directamente a los ojos y bebo de mi taza de café
mientras le permito que me siga contando.
PENÉLOPE-
Aquella noche ya no había empezado muy bien. Cuando Montse y yo nos
fuimos a la cama, Rafa, que había salido de copas con sus amigos y
puede que amigas...
PAULA-
¿De copas por el pueblo?
PENÉLOPE-
En el pueblo hay dos bares, guapa, y te pueden servir todas las copas
que quieras.
PAULA-
Oh, Pe, no te ofendas, no pretendía... A veces no me expreso con la
claridad que deseo.
PENÉLOPE-
No me extraña. Ya dice Alex que los escritores en general -imagino
que incluye a escritoras- acostumbrados a escribir bien gracias a que
corregís, repasáis y reconstruís frases una y mil veces, no soléis
ser tan hábiles a la hora de expresaros hablando.
PAULA-
Me he ganado merecidamente este rapapolvo.
PENÉLOPE-
Te lo llevas ganando varios días.
PAULA-
A ver, a ver, explícame eso.
PENÉLOPE-
Creo que te interesa más mi idilio con Rafa.
PAULA-
Puede que lleves razón. Pero la palabra idilio se me queda corta.
PENÉLOPE-
Pues no solo no había regresado aún como ya sucediera otras noches,
sino que no lo oímos entrar.
PAULA-
Y, por cierto, también comienzan a interesarme otros temas
relacionados contigo.
PENÉLOPE-
¿Hoy piensas interrumpirme a cada frase?
PAULA-
Perdone la señorita.
PENÉLOPE-
Mi prima y yo nos entretuvimos charlando incluso ya con la luz
apagada, pero ni con esas.
>>Nos
quedamos dormidas. Aunque el muy granuja se negó a decirme la hora
intuyo que serían las tres o cuatro de la mañana. Entró en el
dormitorio de Montse y me acarició una mejilla para pedirme que me
levantase. Aún en duermevela me giré y le dije en un susurro:
“Oh,
Rafi, tengo mucho sueño”.
>>Entonces
me tomó del brazo y me zarandeó para despejarme.
“Vamos,
Pe, arriba si no quieres que me enfade”.
“Hoy
no, déjame dormir”.
>>Tiró
de la sábana hacia atrás sin importarle despertar a su hermana ni
verla desnuda, aunque la prima simulaba que seguía durmiendo, y me
ayudó a incorporarme (más bien me obligó).
“Levántate
si no quieres ganarte unos buenos azotes”.
“Eres
un asqueroso. ¿Por qué vienes tan tarde?”
“Anda,
camina”.
“Vete
yendo que ahora salgo yo”.
“Te
espero”.
“¿Si
nos ven tus padres?”.
“A
estas horas duermen como troncos”.
>>No
me permitió ni ponerme la camiseta y me sacó completamente desnuda
al pasillo.
“Estás
loco”, le dije. Y como respuesta me tomó de la cintura y me mordió
el lóbulo de la oreja.
“Has
bebido”.
“A
ti sí que te voy a dar de beber”.
>>No
iba borracho de caerse, pero olía a alcohol y cuando entramos en su
habitación se quitó la ropa en dos rapidísimos gestos, me abrazó,
y siguió diciéndome groserías aún más cochinas que otras noches
y a comportarse con cierta brusquedad.
PAULA-
¿Hablas de agresiones?
PENÉLOPE-
No. Intentó metérmela en la boca. No me apetecía y, aunque en un
principio me obligó a ponerme de rodillas y me condujo hasta su sexo
tomándome la cabeza entre las manos, cuando vio que pateaba y lo
golpeaba con los puños, rectificó colocándome a su altura, me
estrechó entre sus brazos y, tras besarme cariñosamente, me dijo:
“Solo
pretendía que la probaras, Pe. Sabe rica”.
“A
mí no me gusta”
“Ah,
¿no?”, preguntó el granuja empleando tono de sorpresa.
“Chuparla
no”
“Pues
las conozco que se cambiarían ahora mismo contigo sin pensarlo”,
me dijo con verdadera intención de mosquearme.
“Pues
que te la chupen ellas”.
>>Abrazados
nos tumbamos en la cama.
“Ten
cuidado”, le dije al oído, porque sonó con estruendo el somier y
temí que se despertaran los tíos. “Rafi, estás como una cuba,
creo que es mejor que me vaya con Montse”.
“No
te vas a ir a ningún sitio. No te has querido comer esta polla a la
que tanto le debes”, me dijo, blandiéndola en su mano contra mi
abdomen y colocándomela luego entre las piernas, “pero hoy vas a
disfrutarla a base de bien. Te la voy a meter hasta por las orejas”.
>>Me
azotó manteniendo las manos sobre mis nalgas y con la misma furia me
besó en los labios y a continuación en el cuello, donde mordió.
“¡Ay!,
eres un bestia, Rafi, me has hecho daño, déjame”.
>>Lo
empujé, me puse seria e intenté darle la espalda. Pero siguiendo de
nuevo ese juego en que tan pronto buscaba mi enfado como se desvivía
en los más deliciosos consuelos, me pellizcó suave en el culo,
volvió a estrecharme entre sus brazos y mientras me miraba con su
sonrisa pícara comenzó a acariciarme en los sitios que más me
gusta (conocía todos y cada uno de ellos) y a llamarme preciosa y
otras cosas bonitas.
PAULA-
Aún así considero muy acertada tu actitud -y estabas en tu perfecto
derecho- defendiendo ya entonces con tus quince años lo que te
apetecía y no te apetecía que te hicieran.
PENÉLOPE-
De todos modos, no creas que me quejo, porque lo que me hizo después
del intento fallido de felación, me encantaba, incluso cuando me
llamó putilla y dijo que lo volvía tan loco que iba a traspasarme.
“Asqueroso”,
le dije, “¿por qué me llamas putilla?”
“Putilla
solo para mí. Y te lo digo con cariño”.
“¿Porque
me quieres mucho?”
“Te
quiero muchísimo”, dijo mientras colocaba sus manos en el dorso de
mis muslos para separarme las piernas. Para entonces ya me había
despejado y aunque disimulara un poco para chincharlo, me había
excitado y lo deseaba tanto y más que él a mí. Encajó sus caderas
entre mis generosos muslos que se separaron cuanto podían para
acogerlo y, como si quisiera palparme, coló las yemas de sus dedos
entre los vientres de los dos, me alcanzó el sexo y lo acarició.
“Tienes
un coño divino. Es un verdadero tesoro, Pe”.
>>Pegué
mi cara a la suya y me atreví a susurrarle:
“Pues
estás de suerte, porque es todo para ti”.
...
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