ENTREVISTA
XXX
>>Yo
empecé a temblar, me moría de vergüenza y de miedo a que el tío
hubiera podido descubrirme. Le pedí que parase, pero me agarró por
las muñecas y comenzó a golpearme con embestidas veloces mientras
le suplicaba:
“Rafa,
por Dios, que puede volver, déjame”.
“Pe,
cielo”, me susurró al oído, “no me lo pidas. Estoy a punto. No
pienses y céntrate en gozar. Además si te lo encuentras en el
pasillo va a ser peor”.
>>Casi
se me escapan las lágrimas, pero el muy listo recobró la postura
que le di a entender lo mucho que me gustaba y, colocando sus manos
bajo mi culo, volvió a elevarme y comenzó a moverse despacio,
besándome en los labios y rotando sobre mi sexo con tanta suavidad y
tanto deleite que me olvidaba del tío y para cuando me preguntó,
“¿más tranquila mi encantadora novia?”, ni pude responderle que
sí, porque solo me salían las palabras, “más fuerte, oh, Rafi,
más”. Creo que también le dije, “sigue, sigue, oh dios, no
pares”. Sonrió mirándome. Me llamó pilla (o puede que dijera
golfilla) y cuando quiso recobrar el ritmo rápido lo recobró, hasta
que muy muy sofocados, convulsionando y corriéndonos como afluentes
que desembocan en el mismo río giramos y giramos sobre la cama. Yo
entre sus poderosos brazos.
>>Era
encantador. No se cansaba nunca. Y la golosa Penélope, aunque
agotada físicamente, no se cansaba tampoco. Ya no nos importaban los
ruidos del somier. Le hice un chupetón en el cuello, de puro
contenta y juguetona. Me llamó bruja y dijo que me iba a comer. Y
yo, lo único que le respondí fue:
“Me
gustaría que me comieras”.
PAULA-
La osadía y el coraje que atribuyes acertadamente a la excitación.
PENÉLOPE-
No encuentro otros motivos más lógicos ni más hermosos.
PAULA-
Oh, Pe, no miento si digo que me provocas mucha envidia.
PENÉLOPE-
Si quieres te presento a mi primo.
PAULA-
Ya no será el impulsivo joven de diecinueve.
PENÉLOPE-
No creas.
PAULA-
Ni yo acabo de cumplir los quince.
PENÉLOPE-
No considero tan importante la edad -nos sonreímos-. Y para que te
aumente la envidia, al detenernos, quedé tendida sobre él. Los
primeros rayos de sol iluminaban su mirada de chico travieso y le
dije:
“No
sabes la cara de golfo que tienes”.
>>Y
comencé a darle besos y más besos hasta que sentí que se me secaba
la boca.
PAULA-
No irás a decirme que hubo un tercero.
PENÉLOPE-
Qué más hubiera querido. Pero fue el último. Y no solo el último
de la noche.
PAULA-
Pues a pesar del susto por la presencia del tío -que no sé yo-, veo
que no resultó una mala despedida de verano.
PENÉLOPE-
Él, no creas, insistió para que compartiéramos las dos noches
siguientes, repitiendo que eran las últimas, pero yo, fuera de la
cama -y lógicamente menos excitada- había recobrado mis miedos a
que pudieran descubrirnos sus padres y lo que le dirían a la abuela
y a mamá y me negué...
Me encanta cómo cuenta sus historias esta chica tan dulce, de la que entran ganas de enamorarse de lo dulce mimosa y sexi que es.
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