SEXY ENTREVISTA
XXXIV
>>La
temperatura no subiría de uno o dos grados bajo cero. Yo, que soy
muy friolera, me había vestido pantalones vaqueros, camiseta, un
jersey de lana y encima un abrigo por debajo de las rodillas.
>>Rafa
no me había dicho que contaba con coche propio, un Golf de segunda
mano comprado por su padre, por ser buen chico y colaborar en las
labores del campo, según él (lo segundo me lo creo). Tuve que
pedirle varias veces que no corriera.
>>En
la disco, había reservado dos entradas incluyendo consumiciones y
cotillón.
PAULA-
Imagino que tu primera fiesta con chicas y chicos mayores.
PENÉLOPE-
Me sentía orgullosa. En ningún momento se me pasó por la cabeza
que fueran a prohibirme la entrada a mis dieciséis. Sin embargo,
cuando llegamos a la puerta y el chico de seguridad se me quedó
mirando fijamente a los ojos, sí temí que me la impidiera.
PAULA-
Le gustarías.
Sonríe.
PENÉLOPE-
En la pista donde bailábamos también me miraban, sobre todo los
hombres. Quizás les llamase la atención mi cara aniñada con
carnosos labios y el sudor perlándome las sienes y sin embargo no
haberme quitado el jersey, o que bailo suelto muy bien. Pero me
miraban. Bailamos hasta caernos de culo. A Rafa le gustaba tomarme de
vez en cuando por la cintura y susurrarme alguna palabra bonita
mientras me rozaba la mejilla o el cuello con sus labios. Yo reía y
seguía bailando. Intercambiamos lanzamientos de confetis y
serpentinas con otros bailarines, nos besamos cuanto nos apeteció y
brindamos con champán, ¡yo que nunca en mi vida había probado
bebidas alcohólicas! Pero entendía que aquella noche era diferente
y, aunque no es que me gustara demasiado, como todo el mundo bebía,
también quise contribuir generosamente a vaciar nuestras botellas.
PAULA-
Hablas en plural.
PENÉLOPE-
Bebimos dos. Creo que en algún momento estuve un poco piripi e hice
alguna que otra tontería. Pero divertidas todas. Cuando nos cansamos
de bailar en la pista nos sentamos en nuestra cómoda butaca de cuero
con las piernas estiradas y reclinados hacia atrás. Rafa lió un
canuto de hachís y me lo ofreció para que lo compartiéramos. Le
dije que no, pero insistió.
“No
fumo, Rafi”.
>>Pero
siguió insistiendo para que lo probara y acabamos fumando e
intercambiando caladas y jugando a pellizcarnos y besarnos. Cuando
terminamos el canuto me colocó un caramelo en la boca. Yo le di
cuatro o cinco lametones y lo coloqué en los labios para ofrecérselo
y que lo tomara con los suyos como habíamos hecho en otras
ocasiones. Ya bastante excitado, me coló una mano por debajo de la
camiseta y comenzó a jugar con mis pezones. Se me pusieron duros y
me acerqué a él cuanto pude. Sin dejar de mirarle a los ojos.
Entonces me rodeó los pechos con movimientos muy suaves y luego
descendió la mano hasta alcanzarme el vientre. Como intentaba
introducirla bajo mis pantalones vaqueros contraje los músculos de
esa zona para facilitarle el camino sin tener que soltar el botón ni
que me bajara la cremallera. Estábamos viviendo una noche increíble
-por excitante y divertida-. Separé un poco mis piernas estiradas y
él, protegido por mi largo jersey de lana, avanzó hasta alcanzarme
el ribete de las braguitas mientras la música seguía sonando a todo
volumen y un número considerable de parejas continuaban saltando en
la pista delante de nosotros sin demasiado sentido del ritmo. Comencé
a sentir cosquillas en la boca del estómago y lo abracé para
besarlo. Pensaba que me iba a masturbar. Pero en cuanto las yemas de
sus dedos alcanzaron los pelitos de mi pubis los acarició como si
los peinara, apenas si me rozó el clítoris, y luego retiró la mano
hacia zonas más templadas. Le gustaban ese tipo de juegos. Mi sexo
se había inflamado y el flujo vaginal me inundaba el espacio donde
nacen los muslos. Le mordí una oreja.
“Te
estás poniendo muy caliente”, me dijo, con las caras juntas muy
juntas.
“Me
estás poniendo caliente tú”. Y lo besé explosionando el beso en
su pabellón auditivo. “¿Por qué no nos vamos?”
“Cuando
quieras, preciosa. Necesito follarte”.
“¿Y
qué piensas que necesito yo?”.
“Te
estás convirtiendo en un verdadero diablo”.
“Diablesa
dirás”.
>>Cuando
salimos, el musculoso vigilante de la puerta de entrada volvió a
mirarme de manera aún más descarada que cuando entramos y entonces,
ruborizada, sudando, con ojos y mejillas encendidos no solo a causa
del calor en la disco, entendí las verdaderas intenciones de sus
miradas. No me importó sonreírle al responder a su amable adiós.
>>Con
las primeras luces del amanecer subimos al Golf de Rafa y emprendimos
el camino de regreso. Le pregunté si se encontraba en condiciones de
conducir. Su respuesta consistió en ceñirme el cuello y estamparme
un sonoro beso en los labios.
“Sabes
a champán”, le dije.
>>Volvió
a besarme y lamerme y susurró muy cerca de mi oído, “ahora debo
de saber a ti”.
“¿Y
si esperamos un poco?”.
...
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