ENTREVISTA
XXXVII
PAULA-
Imagino que le sacarías partido a esa semana de vacaciones.
PENÉLOPE-
Te he contado lo cotillas que son en el pueblo. Y cómo a las chicas
que íbamos de la ciudad nos consideraban medio putas.
PAULA-
Y yo te respondí que pienso que exageras.
PENÉLOPE-
Te estoy hablando de hace doce años y no exagero. Tenías que haber
oído las cosas que me decían cuando me encontraban sola por la
calle.
PAULA-
Doce años es ayer, como quien dice. Y que te piropeen no debería
extrañarte a estas alturas de película.
PENÉLOPE-
¿Recuerdas a Sonia, la chica de Madrid?
PAULA-
Recuerdo que era muy guapa y que había regresado en vuestro coche de
la fiesta.
PENÉLOPE-
Lo que no te expliqué fueron los motivos de que regresara con
nosotros.
PAULA-
Pero vas a contármelos.
PENÉLOPE-
Serían sobre las cinco de la madrugada cuando la vimos aparecer
mirando en todas direcciones a la puerta del bar donde Rafa se tomaba
su “última” copa.
>>Cuando
nos vio vino directa hacia nosotros. No se me olvida aquella cara de
susto.
>>Había
quedado por la tarde en el pueblo con otros chicos y chicas con los
que mantiene buena amistad pero le sugirieron que buscara a alguien
que la llevara porque ellos ya eran cinco. Aunque si no encontraba a
nadie podían arriesgarse viajando los seis. Luisma, amigo de Rafa
con quien las dos hablamos en alguna ocasión y, según ella, parecía
simpático, y Felipe, pariente lejano de la propia Sonia -no recuerdo
si primo de su padre o algo parecido, pero familia-, bastante mayor y
casado, se ofrecieron a llevarla en su coche y luego recogerla para
el regreso. Según su primera versión, debieron despistarse y de
pronto se vio sola y asustada porque los amigos acababan de irse. Se
le ocurrió buscar por los bares a ver si encontraba a algún
conocido y dio con nosotros.
>>Pero
al día siguiente cuando nos encontramos ella y yo a solas, me
comentó:
“Muchas
gracias, Pe, no sabes el favor que me hicisteis anoche”.
“Hija,
tampoco es para tanto. Hubiéramos traído a cualquiera”.
“Es
que delante de Rafa no me atrevía a contaros la verdad”.
“¿Sucedió
algo?”
“No
nos despistamos. Son unos cerdos”.
“¿Quiénes?”
“Tanto
Luisma como Felipe, y eso que es pariente de mi padre”.
“¿Qué
te hicieron?”.
“Ya
a la ida reímos sus “gracias” con evidentes segundas intenciones
(yo por seguirles el rollo y también porque pensaba que se trataban
de bromas de chicos) y sus referencias a lo buena que estoy y a lo
“ligeritas” (utilizaron esa palabra) que somos las “veraneantas”.
“Aparcaron
en una explanada a las afueras del pueblo”.
>>También
nosotros habíamos aparcado allí, porque con las fiestas y varias
calles peatonalizadas o estrechas, comentó Rafa que en el casco
urbano sería imposible aparcar.
“Yo
me presenté justo a la hora que habíamos acordado”, me comentó
Sonia.
>>Le
temblaba la voz.
“Me
esperaban de pie al lado del coche. Me preguntaron qué tal me lo
había pasado. Les dije que bien y ya me extrañó que mientras
Felipe se colocaba al volante, Luisma me invitara a entrar en los
asientos de atrás cuando a la ida había viajado en el de copiloto.
Pero tampoco le di mayor importancia porque pensé que quizás le
apeteciera a él ocupar ese asiento. Me mosqueó en cambio que nada
más sentarme, entrara conmigo”.
“No
arrancaban. Nos miramos. Yo sorprendida. Y de pronto Luisma comenzó
a tocarme. “Oye, ¿qué haces?”, le dije. “No vayas de
estrecha, guapa”, me respondió mientras ya manoseaba uno de mis
pechos y Felipe se reía”.
“Si
te digo que me sorprende te miento”, le dije yo, “viendo cómo me
miran cuando nos cruzamos en el pueblo y lo que murmuran tanto uno
como otro y sus amigotes, no me extraña en absoluto”.
“Creerás
entonces que una de las cosas que comentaron fue, “sabemos de sobra
que las que llegáis de fuera como la nieta de la Antonia (se
refieren a ti) y tú sois unos zorrones que a lo único que venís al
pueblo es a calentarnos a los tíos y hartaros de follar”.
“Serán
cretinos”.
“Me
puse muy nerviosa, Pe. Trataba de apartarle las manos con que
intentaba desnudarme y le suplicaba, déjame, casi sollozando, pero
el muy cerdo me colocó una en la cintura y la otra me la metió bajo
el vestido acariciándome la cara interna de los muslos hasta
alcanzarme la entrepierna donde presionó sobre el tanga con los
dedos, diciendo, “mira, bonita, no te pongas tonta, echas un polvo
con cada uno de nosotros o te dejamos aquí tirada o a mitad de
camino. En el fondo sabemos que lo estás deseando”.
“Y
Felipe, ¿no decía nada?”.
“Reírse,
el muy imbécil, dejándole la iniciativa al Luisma pero dispuesto a
participar en lo que pensaban hacerme”.
“Pero
si estás empapada, zorrita”, dijo Luisma mientras me introducía
dos dedos el muy cerdo.
“Yo
junté fuerte las piernas sollozando y él me babeaba lamiéndome con
su asquerosa lengua el cuello y la cara. Ya me había convencido de
que me iban a violar cuando me dio por empujarlo en el pecho. Como si
no se lo esperase, el muy cretino se quedó paralizado un segundo que
aproveché para alcanzar la manilla de la puerta y salir gritando,
socorro. Miraba hacia atrás, corría y solo cuando comprobé que se
habían quedado en el coche, decidí buscar por los bares a alguien
conocido, muerta de miedo y palpitándome el corazón. Por suerte os
encontré a vosotros”.
>>En
ese momento a la pobrecilla se le escapaban las lágrimas. Yo la
abracé y le dije:
“Tranquila,
Sonia, no llores, ¿por qué no los denuncias?”.
“¿Piensas
que va a servirme de algo si alego que intentaron violarme a las
cinco de la mañana en su coche, después de un fiesta, sin testigos
ni señales en mi cuerpo que me avalen?”
>>La
mantuve entre mis brazos y la acaricié hasta que conseguí que se
calmara...
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