ENTREVISTA
XXVII
>>Y
es que me había puesto muy muy cachonda. La noche que más, como si
hubiéramos bebido juntos. Yo misma notaba mi sexo abriéndose a sus
caricias como el capullo de una rosa bajo los influjos de los rayos
del sol.
>>Mientras
jugaba con la punta de su duro miembro sobre él, me dijo en un tono
que sonaba a celos:
“Esta
tarde te he visto con Santi”.
“Y
te cogía del brazo para acercarse a tu oído y reías”.
“No
seas tonto. Solo me estaba pidiendo disculpas”.
“Ese
hijoputa te acabará follando, Pe”.
“Rafi,
¿quién piensas que soy? Si lo hago contigo es porque te quiero. No
pienso hacerlo con nadie más”.
“Qué
bien mientes, golfilla”
“No
te miento”.
>>La
verdad es que no había parado con Santi ni cinco minutos. Nos
encontramos casualmente en la plaza del pueblo. Pensaba saludarlo con
un simple adiós y seguir mi camino porque lo seguía teniendo miedo
después de lo que me contaron de él, pero se acercó para
disculparse por cómo había terminado nuestro baile en la verbena y
no supe esquivarlo. No le mentía a Rafa. Me dijo también (Santi)
que le había fastidiado (jodido, fueron sus palabras) que no nos
fuésemos juntos porque lo hubiéramos pasado muy bien. Le había
gustado mucho cómo bailamos. “Tú y yo nos compenetramos, estamos
hecho el uno para el otro. Tenemos que vernos una noche”, me dijo
con una media sonrisa que resultaba seductora en su cara de golfo.
Aseguró que no me iba a arrepentir. Incluso propuso que nos viéramos
aquella noche y se ofreció a pasar a recogerme después de cenar. Yo
sonreí pero dándole largas y fue cuando se me acercó al oído
rozando mi mejilla para decirme, “que no se entere tu primo”,
como si diera por hecho que lo aceptaba, “ese capullo me consta que
está colado por ti y el muy gilipollas es capaz de cualquier cosa si
considera que le pones los cuernos”. Pero claro eso no se lo iba a
decir a Rafa.
“Entonces
¿por qué le dejabas que se acercara tanto?”
“No
lo dejaba, Rafi. Son imaginaciones tuyas.”.
“Solo
le faltó morrearte. Ese tío te pone caliente, primita”.
>>No
supe contestar. Y entonces él, furioso, creo que ciego de celos,
murmuró algo cochino entre dientes a lo que prefería no responderle
y de un solo impulso me la metió hasta el fondo.
“Bruto”,
le dije, “me has hecho daño”. Y con el puño cerrado lo golpeé
en la espalda.
...
No hay comentarios:
Publicar un comentario