EMOCIONES
A
la tarde siguiente, sin embargo y como imaginé en las pocas horas de
desvelo recreando cada segundo de aquella noche, el guapísimo y
apasionado profe apareció a última hora por la floristería.
Aunque
me encontraba sola, se acercó con sigilo, me tomó del brazo con la
delicadeza que hubiese tomado un ramo de flores y me susurró al
oído, “te paso a recoger cuando salgas”. Sin tiempo para
responderle, más insegura que el día anterior, quizás porque ya no
podía buscarme excusas sobre los motivos para encontrarnos ni sobre
cuáles eran nuestros verdaderos deseos y nuestras intenciones, me
encogí de hombros. Azorada, pero permitiendo a mi exaltado corazón
que diera los saltitos de loca que yo no me atrevía.
Si
ya me había resultado difícil controlar los nervios desde que a
primeras horas de la mañana me propuse en la ducha, “no voy a
volver a verlo, no voy a volver a verlo”, no digo nada desde que
recibí su ansiada visita. Se me encogió el estómago, me aletearon
mariposas, no paraba de moverme, cada cinco minutos miraba el reloj…
Recordé que menos mal que a mediodía me había sentado en el sofá
mirando la tele y, aunque no soy de las que duermen la siesta, a los
dos segundos me quedé dormida hasta que mi compañera de piso me
despertó:
-Penélope,
¿no piensas volver hoy al trabajo?
-¿Qué
hora es? –dije un poco alarmada.
-Las
cuatro y media.
-Oh,
Dios.
Mi
horario de tarde comienza a las cinco.
Pero
después de la visita del profe agradecí con toda el alma ese sueño,
porque imaginaba que tampoco iba a dormir demasiadas horas la próxima
noche y no acostumbro a pasarme dos noches seguidas en vela por
gratificantes que sean las compensaciones que recibo.
Para
colmo una de las clientas habituales de la tienda, me dijo mientras
la atendía:
-Penélope,
¿qué le sucede?, ¿no se encuentra bien?
-Me
encuentro perfectamente, gracias.
-Es
que la veo un poco pálida.
-Soy
pálida.
-Más
pálida que de costumbre. No habrá dormido lo que se debe dormir a
su edad.
-Lo
cierto es que no –le mentí, ¡vaya cotilla!-. Me entretuve leyendo
hasta tarde y cuando me paso de cierta hora, me cuesta conciliar el
sueño.
-Pues
yo, hija, si abro un libro en la cama, no he pasado la primera hoja y
ya se me cierran los ojos.
“Qué
suerte”, pensé, pero no dije nada.
Para
acabar de complicarlo, media hora antes del cierre, apareció el
marido de mi jefa, un tipo gordo y rijoso que no me había gustado
desde el día que lo conocí pero que, en cambio, recibía una
impresión muy diferente de mi aspecto.
-Hola,
Penélope, guapa, ¿la señora?
-Acaba
de salir a tomarse un café. Pero dijo que regresaba enseguida.
-Y
usted tan hermosa como siempre. Que digo, mucho más.
Si
me hubiera leído los pensamientos se habría callado, pero así, el
muy cretino continuó.
-Ya
le habrá salido novio.
-Todavía
no.
-Pues
será porque no quiere, porque con lo guapa que es, estoy seguro de
que los pretendientes hacen cola a la puerta de su casa.
No
quise responderle, pero tampoco eso lo desanimó.
-Además
hoy la veo a usted más atractiva. Le favorecen esas faldas tan
cortas.
La
falda que llevaba puesta no subía ni tres dedos por encima de las
rodillas, pero el muy cerdo no había dejado de mirarme las piernas
desde que entró. Es uno de esos tíos verdes que te desnudan con la
mirada.
Como
seguía sin interrumpirlo nadie, aún tuvo la osadía, de acercárseme
hasta que olí su asqueroso aliento, para decirme:
-Hace
usted muy bien, diga que sí. Yo de eso entiendo -y el muy cretino me
guiñó un ojo-. Hay que mostrar las armas de que dispone uno. Y esas
piernas suyas son una auténtica bomba.
Menos
mal que en ese preciso instante apareció su mujer y el muy cínico,
se dirigió hacia ella abriendo los brazos para estamparle dos besos
y decirle:
-Bueno,
cariño, aquí me tienes –y dirigiéndose a mí-: Penélope, ¿me
permite que me la lleve hoy unos minutos antes?
-Pueden
irse tranquilos cuando quieran –les dije. No sabían bien el alivio
que representaba para mí y más aquella tarde en que me hubiera
muerto de vergüenza si el profe acude a recogerme con ellos delante.
La
jefa colgó su bolso, me impartió dos o tres prescindibles consejos
y se marcharon, aunque el muy cretino aún se dirigió a mí desde la
puerta:
-Adiós,
Penélope, guapa. Y recuerde lo que le he dicho. Tiene que buscarse
un buen un novio.
-Argi,
no le digas esas cosas a la chiquilla, no ves que le sacas los
colores.
-Las
mujeres necesitáis siempre un hombre al lado que os proteja.
-No
seas machista, Argi –y dirigiéndose a mí-: No le haga caso,
Penélope, le encantan las bromas.
Qué
sabrán ellos lo que es una broma...
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