EMOCIONES...
A
las ocho menos cinco, después de la tarde odiosa que había tenido
que soportar, vislumbré tras los cristales del escaparate a mi chico
y, recobrando de golpe la alegría, le hice señas con la mano para
que pasara.
Nos
dimos dos besos. Las impertinencias de mi última clienta y del
marido de la jefa me pusieron muy cariñosa, aunque suelo ser
cariñosa sin ayudas extras.
Esa
tarde, mi profe vestía con un estilo deportivo, cazadora de ante en
tono marrón claro, polo verde de Lacoste, náuticos y pantalón de
lino en negro. Me pareció aún más guapo que con traje.
Aunque
la distancia de la floristería a su casa no llega a un quilómetro
pasó a recogerme en su flamante automóvil. Me sorprendió, porque
no me pegaban en él ese tipo de gestos ostentosos. Pero me halagaba
que un hombre de su clase quisiera impresionar a una chica como yo.
Entramos al garaje para subir directamente a su apartamento sin
pausas. Sus modales, delicados todavía, me resultaron un poquito
autoritarios con respecto a la noche, como si pensara que haberme
echado unos magníficos polvos le otorgaba algún poder sobre mí.
Mentiría, sin embargo, si digo que me sentía molesta cuando me
indicaba, sube, vamos, entra, o, tomándome de la cintura en el
ascensor, me besaba en la boca sin tan siquiera haberme tocado antes,
como se dice, ni un pelo. Y es que reconozco, sin falsas excusas, que
desde que mis nalgas se posaron sobre el cálido asiento de cuero
climatizado de su coche, no sólo las caras internas de mis muslos,
sino mi propio clítoris (¡dios mío!, dije entonces, ¡qué
vergüenza!) comenzaron a temblar y me sentí tan excitada y húmeda
que, aunque parezca un poco tonta, tuve miedo a ensuciarle la
inmaculada tapicería de un azul cielo casi blanco de su deportivo.
De hecho, coloqué las manos entre las piernas y las apreté muy
fuerte como si ese gesto me sirviera de alguna ayuda para
controlarme.
Creo
que se percató de lo que me sucedía, porque acercó su mano a mis
rodillas y dijo:
-Tranquila,
cariño, te veo un poquito nerviosa.
-No
estoy precisamente nerviosa –le dije.
-Imagino
como estás.
Y
todas las tonalidades del rojo encendieron mi cara como siempre que
algo imprevisto o malicioso me sorprende.
Cuando
entramos en su lujoso apartamento, reposaban sobre la mesa cuadrada
de su comedor, decorada con mantel y dos velas de luz eléctrica,
varios platos para una cena fría que había encargado a un servicio
de cáterin. Abrió una botella de vino blanco también muy frío y
nos sentamos, mirándonos a los ojos como dos amantes. En una mano
elevó su copa y con la otra mi barbilla, para decirme, “brindemos”.
Yo,
que apenas probaba alcohol, bebí tres o cuatro copas a lo largo de
la riquísima cena de la que no dejé ni pizca en el plato.
-Me
encanta verte comer con ese apetito engañoso ¿Podrías explicarme
donde metes todo lo que comes?
-Adivina.
-Imagino
que lo distribuyes con exquisita precisión a lo largo de ese
precioso cuerpo. Pero descuida, lo descubriré esta noche.
Sonreí.
Tras
el último sorbo, me invitó a que me pusiera en pie entrelazando sus
dedos a los míos. Me besó mientras ceñía mi cintura. Y allí
mismo me indicó que elevara los brazos por encima de la cabeza para
facilitarle que sacara mi jersey fucsia de pico. ¿Pensará que estoy
demasiado caliente?, pensé. Lo cierto es que seguía ruborizada
aunque entonces sobre todo a causa del vino. Pero no pretendía
refrescarme. Comenzó a desabotonar los botones de la blusa y se
sorprendió con gusto de que no llevara sujetador y yo me puse aún
más colorada cuando insinuó los motivos de su sorpresa, que no me
atreví a negarlos, aunque mientras me duchaba a primera hora de la
mañana intenté convencerme de que no volveríamos a vernos.
Sólo
sintiendo los roces voluntarios e involuntarios en mi piel ya me
estaba incendiando y me sentía muy excitada, húmeda antes incluso
de que me bajara la falda y las preciosas braguitas de las que
tampoco precisé explicarle la buena excusa para elegirlas. El muy
pillo situó todos sus dedos bajo el elástico, apuntando las yemas
hacia mi vientre, y comenzó a girarlos, primero en círculo y luego
en espiral, consiguiendo así bajármelas con infinita lentitud y
delicadeza. Cuando llegó a la hendidura de las nalgas, apoyó sus
manos y me atrajo impetuosamente hacia él.
-Ohhh
–dije, suspirando. Pero me hallaba tan aturdida que no supe
reaccionar e incapaz tan siquiera de abrazarlo, permanecí
completamente inmóvil, permitiéndole que actuara a su entero
capricho (para eso es el profe, pensé con cierta malicia).
Mientras
me las seguía bajando, me rozaba a propósito la cara interna de los
mulos, las pantorrillas y las plantas de los pies (los zapatos los
arrojó lejos como si le estorbaran), pero cuidándose muy mucho de
no tocarme siguiera uno de los pelitos que cubren mi sexo.
Cuando
ya me tenía completamente desnuda, colocó ambas manos en torno a mi
cara y me besó en los labios con fuerza...
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