EMOCIONES
Me
sentía muy contenta en sus brazos aunque con los nervios
estallándome en numerosas partes del cuerpo como si, aún virgen, me
encontrara a punto de perder mi virginidad con un hombre al que sólo
conocía de aquella misma tarde enviando un ramo de flores a su
esposa. Un hombre maduro, guapo guapísimo, con mucha clase e imagino
que experiencia con mujeres y que, aunque se mostraba tan delicado
conmigo, seguía provocándome una extraña mezcla de miedo y
excitación que me conmovía hasta los tuétanos.
Cuando
llegamos al dormitorio me depositó sobre una alfombra suave con
largos hilos de lana y dijo:
-Ahora
quiero que me quites la ropa.
Sentía
un comprensible pudor. Desnudarlo me provocaba fantasías como si lo
fuese a violar. Iba a sugerirle que se desnudara solo. Necesitaba
acudir al baño con urgencia. Me habían entrado ganas de hacer pis y
el hormigueo que descendía por mi cuerpo desde la nuca amenazaba
seriamente mi equilibrio. Incluso se me nubló por unos segundos la
vista como si me amenazara una ligera lipotimia debido a la tensión
y a que no estoy acostumbrada a beber bebidas alcohólicas.
-¿Qué
sucede? –me preguntó.
-Perdona.
¿Permites que entre un segundo al baño?
-¿Justo
cuando más deseo que permanezcas junto a mí?
-Es
que me meo, de veras.
Acarició
suavemente mi melena -sonriendo con sonrisa pícara-, luego mis
enrojecidas mejillas, y dijo:
-Anda,
corre, pero no tardes.
Mientras
me giraba, me palmeó el culito y yo dije, “ay”, pero tan
orgullosa que a punto estuve de alejarme corriendo dando brincos de
locuela.
El
cuarto de baño era más grande que mi dormitorio, con sauna, jacuzzi
y una ducha en que entrarían seis o siete personas. Casi me daba
reparo sentarme en la taza, y con los nervios me costaba que saliera
el pis.
-Vamos,
cielo –chilló desde la habitación en un tono casi de burla- que
vas a quedarte fría.
Hasta
el papel higiénico era tan suave que apenas sentía que me limpiaba.
Regresé
a su lado, dispuesta a portarme como una chiquilla obediente. Nos
miramos. Aunque me temblaban los dedos, fui desabrochando los botones
de su camisa. Luego le apoyé las palmas de mis manos en pecho y
hombros que, a pesar de que es muy delgado, me parecieron firmes y
duros como si los sometiera a intensos ejercicios físicos, y se la
fui deslizando con una lentitud no premeditada (¡lo juro!) hasta que
cayó al suelo.
-Eres
muy buena desnudando.
Me
subieron por enésima vez los colores a la cara, pero le respondí:
-No
creas que tengo mucho entreno desnudando.
-Pues
improvisas de maravilla –. Bajó el tono de voz y, casi en
susurros, me dijo: -Ahora toca la cadena.
Embelesada
como una boba muy boba, levanté los brazos para alcanzarle el broche
de apertura en la zona posterior del cuello.
-Vaya,
no parecía que fueras tan alto –le dije, y al decirlo, las puntas
de mis pechitos rozaron como por descuido en su pecho y, para mi
sorpresa, comprobé cómo se estremecía en un breve pero entrañable
respingo. No se lo esperaba. A mí se me pusieron muy duros los
pezones y, aunque coquetamente tímida, porfié algo más de lo
necesario con aquel broche, teniendo en cuenta lo habilidosa que soy.
Mis
neuronas se estaban alterando. Muy contenta. Deseaba abrazarlo pero
como soy muy tímida no me atreví.
Le
entregué su cadena de oro, que arrojó con displicencia a un sofá,
y luego condujo mis manos a la hebilla de su cinturón. Tampoco me
resultó demasiado difícil soltárselo, pero el sonido de los
dientes de la cremallera de sus finos pantalones mientras se la
bajaba, aceleraron el pulso de mi sangre a la altura de las muñecas
(¡Dios mío!, exclamé para mis adentros, ¡cuántas nuevas
sensaciones en una sola noche!)...
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