EMOCIONES ÍNTIMAS
Intuyendo
la zozobra en que me debatía, acarició con ternura las raíces de
mi pelo, la sensible zona detrás de mis orejas, mis hombros
desnudos, y comentó:
-Causa
un poco de miedo acariciar esta piel tan fina y tan blanca, pero
cuando te sonrojas se me quita el miedo. Eres la niña más dulce y
encantadora que he visto en toda mi vida.
Iba
a reprocharle que me llamara niña, pero lo miré y se me puso un
nudo en la garganta.
-Eso
también tienes que quitarlo –me dijo.
No
me atrevía a bajarle los calzoncillos, unos slips ajustadísimos que
dejaban muy poco espacio a la imaginación –con alas o sin ellas-.
Pero, como el resto de la noche, obedecí, aunque para estimularme
comencé a besarlo en el pecho mientras mis deditos de niña –ellos
sí, largos pero tan finos como los de una niña- descendían
temblorosos por sus piernas suaves, depiladas como las de una mujer.
Aunque
parezca increíble fue ese el detalle que más me excitó,
considerando que ya estaba excitada como una conejita muy viciosa.
Recuerdo
que me situaba de rodillas para terminar de quitarle el slip cuando
apoyó sus manos en mi cabeza y, con una voz entre autoritaria y
amable a la que poco a poco me iba acostumbrando, sugirió:
-Ya
que estás en esa postura, podrías probarme.
Me
quedé helada. Mis manos buscaron sus muslos como punto de apoyo y,
recobrando algunas fuerzas, le dije:
-Profe,
por favor, no me pidas eso.
-Te
aseguro que cuido de la higiene de mis partes íntimas tanto y más
que de otra cualquiera.
-No
lo dudo, pero es que… No sé cómo explicártelo… Compréndeme,
por favor te lo pido.
Aunque
para compensarle por mi negativa, acerqué a mis labios su endurecido
y limpísimo pene y se lo besé. Desde la punta hasta que mis
pestañas rozaron el vello de su pubis.
En
ese preciso momento, después de varios besos y mientras lo seguía
mirando con verdadera carita de lástima, llevó sus manos a mis
axilas y con un enérgico impulso me elevó en el aire. Nuestras
bocas se encontraron a la misma altura. Antes de que mis pies tocaran
en el suelo, me besó y yo me abracé a su espalda con todas mis
energías de chiquilla valiente. Tanto que mis pechos se estrujaban
contra su pecho y los latidos de nuestros corazones se confundían
latiendo uno sobre el otro.
Tan
agradecida me sentía que, venciendo mi timidez, me atreví a
susurrarle al oído:
-Perdóname
que sea una boba. Tienes que darme tiempo.
-Te
voy a dar todo lo que tú quieras y un poquito más.
Me
gustaba que me hablase en tono pícaro. Volvimos a abrazarnos como si
deseáramos rompernos, yo combando adrede mi cintura hacia delante
para sentirlo cerca, casi dentro de mí, y él sosteniéndome por las
nalgas y restregándose con tanta lentitud que mis pezones se
pusieron duros y me derretía en la entrepierna. Le suspiré al oído
porque no me atrevía a pedirle que me penetrase ya...
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