EMOCIONES...
Luego
nos miramos, me recogió el pelo detrás de las orejas y apoyó mi
cara en su pecho mientras me acariciaba la melena y yo lo ceñía por
la cintura. Podría haberme retirado a causa del sonrojo cuando
comprobé cómo su miembro crecía y continuaba poniéndose duro bajo
la presión de mi abdomen, pero, como no alcanzaba a verme los
colores, seguí apretando y apretando (¡fuerte!, ¡muy muy
fuerte!)), como si pretendiera demostrarle todo mi cariño, aunque lo
que deseaba era otra cosa. Hasta que elevando mi barbilla volvió a
besarme y decidió que debíamos separarnos.
“Es
precioso. Y delicado”, pensé. “Y me desea”. Me sentía muy
emocionada.
Las
yemas de sus dedos aún trazaron un semicírculo a lo largo de mi
frente, sien y mejilla. Me atreví a elevar la cabeza para mirarlo.
Con ojitos húmedos que imagino revelaban tanta sorpresa como súplica
mientras deliciosas hormigas revoloteaban en mi estómago, alcanzando
en segundos la delicada zona del pubis y los pliegues de mis labios
mayores. Todo mi cuerpo era un volcán en erupción. Me tomó de la
mano como se haría con una niña que se conduce por una senda
sinuosa u oscura y dijo:
-¿Vamos?
El
corazón me latía tan fuerte que no pude responderle. Eso sí,
avancé a su lado hasta situarnos al borde de la cama. Flexioné las
rodillas para que pudiera tomarme en brazos, y me depositó con la
delicadeza que un orfebre colocaría en su expositor la más preciada
de las joyas, sobre aquella cama de matrimonio (una cama de estilo
antiguo con barrotes de bronce) que compartiría con su mujer -a la
que en un alarde de masoquismo quise imaginarme guapa, sensual y
elegante como una modelo-. Si me preguntan juraría que entraba en el
paraíso.
Aún
me ayudó a colocarme en la postura que le apetecía tomando mis
hombros entre sus manos, y luego me separó las piernas, me recorrió
uno de los muslos hacia arriba y con las yemas de sus dedos separó
los pelitos de mi pubis como si se tratara de una maniobra necesaria
antes de penetrarme. Cerré los ojos y me mordí un labio.
-Eres
preciosa, Penélope.
Apenas
si podía moverme cuando todo mi interior se agitaba en un auténtico
torbellino. Pero entorné ligeramente los párpados para sonreírle.
Permanecía de pie, mirándome con increíble expresión de deseo.
Ya
tendida sobre la finísima sábana, me besó en la frente, luego en
la base del cuello y en los hoyos de mis clavículas.
Las
suaves sensaciones y el orgullo por lo que me estaba sucediendo no
paliaban la falta de aire y comencé a inspirar profundo (muy muy
profundo).
Completamente
inmóvil, salvo las paredes de mi tórax que se expandían a cada
bocanada, percibí la punta de su dedo índice acercándose de nuevo
a mi sexo y presionando sin introducirse en mi vagina que, en
cambio, se abrió como las valvas de una ostra. Los ojos se me
volvieron a cerrar y se me escapó entre dientes, otro de mis débiles
“¡ay!”, porque no sabía qué decir, o puede que quisiera usarlo
de contraseña para indicarle que podía avanzar con ese dedo, que me
había gustado mucho cuando me lo introdujo en el salón. Pero el muy
listo, en lugar de metérmelo, acarició en círculos realmente
mágicos sobre mi clítoris, que percibí cómo crecía obligándome
a moverme hacia arriba de puro gusto.
Se
había situado con ambas rodillas a mis costados. Descendiendo su
boca hasta mi oído susurró cuánto me deseaba y también dijo:
-Me
encantan las chicas que sabéis disfrutar.
Al
oírlo abracé instintivamente con todas mis fuerzas su cuerpo alto y
esbelto que casi flotaba sobre mis muslos, mi vientre, rozando con su
tibia piel en mis pezones que volvieron a ponerse tan duros y
sensibles como cuando le había soltado la cadena del cuello. Rodeé
sus piernas con las mías y, mientras me penetraba con una delicadeza
propia de los ángeles, se me escaparon las lágrimas.
-¿Qué
sucede, cielo? –me preguntó-. No llores-, pensando que lloraba
porque me sentía dolida o poco satisfecha con su manera de amarme,
cuando en realidad lloraba de alegría recordando los meses que
llevaba sin mantener relaciones sexuales con un hombre y dándole las
gracias a Dios porque aquel catedrático de finos modales masculinos
supiera lo que debe hacerse con una chica para que se sienta feliz.
Completamente feliz...
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