jueves, 29 de enero de 2015

EMOCIONES ÍNTIMAS


Mientras ordeno el abundante material de mi entrevista con Penélope, quiero hablar de épocas apasionantes de su vida, ya un poquito mayor, recién terminada la carrera y cuando busca emociones más y más íntimas.
                                                        I
Después de un tiempo que siendo benévola puedo considerar bastante movido tanto en lo que se refiere a mis tempranas experiencias afectivas como sexuales, mi vida experimentó un brusco cambio los últimos años de carrera. Comencé a centrarme en mis estudios, apenas salía de fiesta con las amigas ni con chicos y la Penélope tímida y prudente comenzó de nuevo a regir mis destinos.
Creo que influyeron en ese cambio de actitud el divorcio de mis padres, la decepción al sentirme abandonada por Jose Luis, después de una turbulenta pero apasionada relación, y puede que también la tendencia innata de mi carácter a la melancolía.
Una vez conseguido el título de psicóloga me pasé dos largos y tediosos años preparando los exámenes de acceso al P.I.R. y, tras sendos fracasos, decidí ponerme a trabajar de dependienta en una floristería. Tuve la inmensa suerte de encontrar una chica tan encantadora como Raquel para compartir piso.
Raquel trabaja de enfermera a turnos en un hospital y, aunque contaba con sus propias amigas, congeniamos tan bien que de vez en cuando salíamos de copas y no se cansaba de animarme viendo lo que ella definía como “lo aburrida que soy”.
-No soy aburrida, Raquel. Es que me encuentro en una etapa de mi vida en que no me apetecen las fiestas.
-¿Con veintitantos años no te apetecen las fiestas?, cielo.
Le sonreí.
La mayoría de las veces accedía a sus amables invitaciones.
Me encontraba con ella cuando conocí a Leo.
Aunque no puedo considerarme una puritana ni tampoco alguien que pone demasiado énfasis en que sus principios no colisionen con su pasión, me había propuesto que si volvía a salir con un chico habría de ser alguien que además de complacer mi cuerpo y mis sentidos, me llegase al fondo del alma. Vamos, que sintiese verdadero amor hacia él. Por eso quise que quedara perfectamente delimitado desde un principio el terreno en que iban a desarrollarse nuestras relaciones.
-Eres curiosa, ¿verdad?
-¡No soy curiosa!
-Entonces, ¿a qué vienen ese tipo de preguntas?
-Leo, necesito convencerme de que no buscas una simple aventura, que pretendes algo más que acostarte de vez en cuando conmigo y que hagamos el amor.
-¿No te gusta cómo hacemos el amor?
-Me gusta.
-¿Cuánto?
-Mucho, mucho, mucho. Pero no quiero convertirme en una… En una de esas amigas….
-¿Folla-amigas?
-Eso, no quiero convertirme en tu folla-amiga.
-Entonces no te preocupes, me encantan las folla-amigas, pero también las chicas que tienen claro lo que quieren.
-Pues elige -le pellizqué los abdominales, mientras me acurrucaba como una gatita mimosa, descansando mi cabeza sobre su fuerte pecho desnudo-. Necesito conocer la clase de hombre a quien estoy a punto de abrirle las puertas de mi corazón -le dije-. ¡No te rías! Me cortejas…
-Oh, ¿sigue existiendo esa palabra?
-Me invitas a cenar, me traes a tu casa y nos amamos como a una chica le gusta que la amen.
-Vaya, menos mal que te gusta cómo “te amo”.
- En serio, Leo, intuyo que nuestra relación... Vamos, que me estoy enamorando de ti, aunque te considere un poquito gamberro.
Recuerdo que empezaba a amanecer. Habíamos pasado una de las noches más maravillosa de mi vida. Al menos de los últimos años. Me miró a los ojos y mientras me estrechaba por la cintura, acarició mi encendido rostro con su otra mano y nos besamos. Después de los besos, me dijo:
-Yo también te quiero, preciosa.
-¿Me lo vas a contar? - le pregunté.
-Si insistes.
-No me gusta liarme con hombres casados, que lo sepas.
Aquella primera noche que compartimos como comparten dos bocas un mismo dulce, no es que se mostrara demasiado explícito, sin embargo sus alusiones a quien no me acostumbro a referirme por otro nombre que doctora Gwendoline me ofrecían sobradas pistas de que la relación con la mujer con quien Leo había cometido el error de casarse, no es que se encontrara en dificultades o una de esas etapas que se conceden algunas parejas para comprobar si pueden vivir el uno sin el otro, sino a punto de romperse en mil pedazos.
No acostumbro a alegrarme del mal ajeno. Pero mentiría si digo que no me alegré...


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