miércoles, 28 de enero de 2015

Sexientrevista


ENTREVISTA XXXVII
PAULA- Imagino que le sacarías partido a esa semana de vacaciones.
PENÉLOPE- Te he contado lo cotillas que son en el pueblo. Y cómo a las chicas que íbamos de la ciudad nos consideraban medio putas.
PAULA- Y yo te respondí que pienso que exageras.
PENÉLOPE- Te estoy hablando de hace doce años y no exagero. Tenías que haber oído las cosas que me decían cuando me encontraban sola por la calle.
PAULA- Doce años es ayer, como quien dice. Y que te piropeen no debería extrañarte a estas alturas de película.
PENÉLOPE- ¿Recuerdas a Sonia, la chica de Madrid?
PAULA- Recuerdo que era muy guapa y que había regresado en vuestro coche de la fiesta.
PENÉLOPE- Lo que no te expliqué fueron los motivos de que regresara con nosotros.
PAULA- Pero vas a contármelos.
PENÉLOPE- Serían sobre las cinco de la madrugada cuando la vimos aparecer mirando en todas direcciones a la puerta del bar donde Rafa se tomaba su “última” copa.
>>Cuando nos vio vino directa hacia nosotros. No se me olvida aquella cara de susto.
>>Había quedado por la tarde en el pueblo con otros chicos y chicas con los que mantiene buena amistad pero le sugirieron que buscara a alguien que la llevara porque ellos ya eran cinco. Aunque si no encontraba a nadie podían arriesgarse viajando los seis. Luisma, amigo de Rafa con quien las dos hablamos en alguna ocasión y, según ella, parecía simpático, y Felipe, pariente lejano de la propia Sonia -no recuerdo si primo de su padre o algo parecido, pero familia-, bastante mayor y casado, se ofrecieron a llevarla en su coche y luego recogerla para el regreso. Según su primera versión, debieron despistarse y de pronto se vio sola y asustada porque los amigos acababan de irse. Se le ocurrió buscar por los bares a ver si encontraba a algún conocido y dio con nosotros.
>>Pero al día siguiente cuando nos encontramos ella y yo a solas, me comentó:
“Muchas gracias, Pe, no sabes el favor que me hicisteis anoche”.
“Hija, tampoco es para tanto. Hubiéramos traído a cualquiera”.
“Es que delante de Rafa no me atrevía a contaros la verdad”.
“¿Sucedió algo?”
“No nos despistamos. Son unos cerdos”.
“¿Quiénes?”
“Tanto Luisma como Felipe, y eso que es pariente de mi padre”.
“¿Qué te hicieron?”.
“Ya a la ida reímos sus “gracias” con evidentes segundas intenciones (yo por seguirles el rollo y también porque pensaba que se trataban de bromas de chicos) y sus referencias a lo buena que estoy y a lo “ligeritas” (utilizaron esa palabra) que somos las “veraneantas”.
“Aparcaron en una explanada a las afueras del pueblo”.
>>También nosotros habíamos aparcado allí, porque con las fiestas y varias calles peatonalizadas o estrechas, comentó Rafa que en el casco urbano sería imposible aparcar.
“Yo me presenté justo a la hora que habíamos acordado”, me comentó Sonia.
>>Le temblaba la voz.
“Me esperaban de pie al lado del coche. Me preguntaron qué tal me lo había pasado. Les dije que bien y ya me extrañó que mientras Felipe se colocaba al volante, Luisma me invitara a entrar en los asientos de atrás cuando a la ida había viajado en el de copiloto. Pero tampoco le di mayor importancia porque pensé que quizás le apeteciera a él ocupar ese asiento. Me mosqueó en cambio que nada más sentarme, entrara conmigo”.
“No arrancaban. Nos miramos. Yo sorprendida. Y de pronto Luisma comenzó a tocarme. “Oye, ¿qué haces?”, le dije. “No vayas de estrecha, guapa”, me respondió mientras ya manoseaba uno de mis pechos y Felipe se reía”.
“Si te digo que me sorprende te miento”, le dije yo, “viendo cómo me miran cuando nos cruzamos en el pueblo y lo que murmuran tanto uno como otro y sus amigotes, no me extraña en absoluto”.
“Creerás entonces que una de las cosas que comentaron fue, “sabemos de sobra que las que llegáis de fuera como la nieta de la Antonia (se refieren a ti) y tú sois unos zorrones que a lo único que venís al pueblo es a calentarnos a los tíos y hartaros de follar”.
“Serán cretinos”.
“Me puse muy nerviosa, Pe. Trataba de apartarle las manos con que intentaba desnudarme y le suplicaba, déjame, casi sollozando, pero el muy cerdo me colocó una en la cintura y la otra me la metió bajo el vestido acariciándome la cara interna de los muslos hasta alcanzarme la entrepierna donde presionó sobre el tanga con los dedos, diciendo, “mira, bonita, no te pongas tonta, echas un polvo con cada uno de nosotros o te dejamos aquí tirada o a mitad de camino. En el fondo sabemos que lo estás deseando”.
“Y Felipe, ¿no decía nada?”.
“Reírse, el muy imbécil, dejándole la iniciativa al Luisma pero dispuesto a participar en lo que pensaban hacerme”.
“Pero si estás empapada, zorrita”, dijo Luisma mientras me introducía dos dedos el muy cerdo.
“Yo junté fuerte las piernas sollozando y él me babeaba lamiéndome con su asquerosa lengua el cuello y la cara. Ya me había convencido de que me iban a violar cuando me dio por empujarlo en el pecho. Como si no se lo esperase, el muy cretino se quedó paralizado un segundo que aproveché para alcanzar la manilla de la puerta y salir gritando, socorro. Miraba hacia atrás, corría y solo cuando comprobé que se habían quedado en el coche, decidí buscar por los bares a alguien conocido, muerta de miedo y palpitándome el corazón. Por suerte os encontré a vosotros”.
>>En ese momento a la pobrecilla se le escapaban las lágrimas. Yo la abracé y le dije:
“Tranquila, Sonia, no llores, ¿por qué no los denuncias?”.
“¿Piensas que va a servirme de algo si alego que intentaron violarme a las cinco de la mañana en su coche, después de un fiesta, sin testigos ni señales en mi cuerpo que me avalen?”
>>La mantuve entre mis brazos y la acaricié hasta que conseguí que se calmara...



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