viernes, 30 de enero de 2015

EMOCIONES ÍNTIMAS

EMOCIONES II
La noche que nos conocimos –no la que nos acostamos- yo conversaba con amigas de Raquel -y ya mías- en un bar que pone la música a un volumen aceptable para mantener conversaciones y Leo se fijaba descaradamente en mí. Cuando nuestras miradas coincidían, sensaciones entre tiernas y excitantes me palpitaban en la boca del estómago.
-Está buenísimo -comentó la propia Raquel.
-¿Cómo dices?
-No te hagas de nuevas, guapa, te come con los ojos.
Me considero pudorosa y, aunque me guste un chico, me cuesta transmitirle ese tipo de información. Pero pronto comprendí que aquel no era de los que precisan que una se insinúe. Justo cuando regresaba del baño se me acercó de un modo absolutamente descarado para dedicarme un piropo que sonaba a medias entre provocativo y grosero.
Se me encendieron las mejillas y sentí un brusco acceso de calor.
-Te has puesto roja –dijo con un tono como si le gustara.
Oh, imagino lo colorada que me puse, pues me suele suceder incluso cuando la más inocente de las emociones perturba mi ánimo.
Mi amiga sonrió.
-No pretendía sonrojarte, pero la verdad es que eres un auténtico bombón.
Guardé un pudoroso silencio, simulando una indiferencia absurda a todas luces. No pude, sin embargo, evitar fijarme en su cuerpo de atleta y en la pícara mirada de sus grandes ojos. Nunca había visto a un chico tan guapo y eso que había conocido chicos guapos. Ni tan seguro de sí mismo.
Recuerdo que vestía vaqueros ajustados a sus poderosos muslos y una camisa en tonos azules que, aun no pudiendo calificarse de estrecha, le marcaba los pectorales. Imaginé lo delicioso que resultaría sentirse desnuda entre sus brazos, rodando entre cálidas sábanas, el contraste de su fuerza casi animal sobre mi figura delicada y flaquita como una rama joven de cerezo, cómo me defendería de sus caricias que, en un alarde de masoquismo, llegué a imaginarme entre halagadoras y violentas. Esa imagen me excitó. Sin embargo, retrocedí un paso hacia atrás porque me sentía intimidada con su manera de acercarse susurrando piropos a mi oído.
-¿Te doy miedo?
-¿Cómo dices?
-¿Si te dan miedo los hombres?
No supe responderle, porque por un lado le hubiera estampado con gusto un bofetón, pero por otro, un impulso, hasta cierto punto comprensible considerando lo que estaba aconteciendo en mis neuronas, me animaba a sentirlo más y más cerca de mí. Bajé la vista e imagino que de nuevo mi cara se encendió como si la alcanzara el fuego.
-Veo que eres demasiado tímida para lo que se estila hoy entre las chicas de tu edad.
-Es que me parece… -dije balbuceando.
-No te preocupes, me encantan las chicas tímidas.
Cuando pronunció esas palabras ya se encontraba tan próximo que pude olerlo y el aroma de su piel me puso aún más nerviosa. No olía a colonia sino a una mezcla de frescura y erotismo que contrariando mis precauciones, me excitaba poderosamente. ¡Dios mío!, pensé, ¿qué me sucede? Nunca en mi vida (bueno, puede que exagere, pero casi nunca) los simples intentos de un hombre por seducirme me habían enardecido hasta esos límites. Me temblaban las piernas y varias zonas de mi cuerpo –no sólo el corazón- palpitaban a un ritmo desenfrenado.
Sin duda se estaba percatando de lo que sucedía dentro de mí, por muchos disimulos de niñita ingenua a que me entregara, y eso lo animó a continuar con sus atrevidos coqueteos.
-Por favor… –le dije cuando me tomó de la cintura, pero con una vocecilla muy poco convincente y permitiendo que me estrechara. Tampoco me retiré cuando acercó de nuevo sus labios para susurrarme… Bueno, ya no recuerdo las groserías que me dijo, y las que recuerdo me avergüenza repetirlas porque por muy halagadoras que resulten para una chica, incluían piropos y proposiciones que no había recibido nunca con un lenguaje tan -¿cómo definirlo?, ¡oh, Dios!-.
Por primera vez en la noche le sonreí. Creo que la sonrisa respondía a un débil mecanismo de defensa.
-Eso ya me gusta un poquito más.
-¿Qué es lo que tanto te gusta? –le dije porque, aunque seguía intimidada, la excitación y las ganas de coquetear me iban soltando la lengua.
-La sonrisa tan encantadora que tienes –dijo el muy granuja, mientras se acercaba al lóbulo de mi oreja y lo rozaba con sus labios para insinuarme-: ¿te gustaría pasar la noche conmigo?
-No soy de las que se acuestan con alguien la primera noche –me apresuré a decirle.
-¿No? –preguntó, como si se extrañara.
-Por supuesto que no, ¿acaso te extraña?
A esa respuesta (¿pregunta?) sus labios esbozaron su propia e irónica sonrisa.
-Creo que te has equivocado eligiendo chica –le dije.
-Nunca me equivoco con las chicas.

...

No hay comentarios:

Publicar un comentario