ENTREVISTA
IX
PAULA-
No quiero ser mala pero me parece que ya entonces te comportabas como
esa seductora mimosa que tan buenos resultados consigue.
Sonríe.
PENÉLOPE-
Rafa se encargaba de las indicaciones. Yo me limitaba a comportarme
como una chiquilla obediente.
PAULA-
Lo ves.
PENÉLOPE-
No seas pícara, Paula. Nos sentamos muy juntos, me colocó una mano
sobre el hombro para estrecharme contra él y con la otra me retiró
el pelo detrás de la oreja. Luego la descendió acariciando con el
dorso de los dedos mi mejilla y me tomó del mentón para mirarme a
los ojos que imagino se me humedecieron de lo mimosa -lo reconozco-
que me puse. Recuerdo que los suyos brillaban.
“Tienes
una carita angelical. Nunca he visto nada tan hermoso”.
>>Cuando
pronunció esas palabras tan dulces, mis ateridas manos, que hasta
entonces reposaban indolentes sobre mi regazo, le ciñeron la
cintura, sonreí y le dije, “tú también eres muy guapo” y la
mano del hombro descendió a mi espalda para estrecharme aún más
fuerte y la que había quedado libre tras las caricias palpó uno de
mis pechitos, luego tomó la mía para colocarla sobre su erección y
acto seguido la coló entre mis piernas separándolas. Ardía.
Imagino lo colorada que me puse. Procuré abarcársela por encima de
los vaqueros y se la recorrí de adelante hacia atrás. “Sigue”,
me indicó. Yo entorné los párpados -completamente abandonada-, con
la mano casi temblando y en espera de los besos de aquellos labios
suyos que ya había observado que eran tan rojos y grandes como los
míos.
“Eres
preciosa, Penélope”, dijo mientras las puntas de sus dedos
alcanzaban la entrepierna de mis braguitas.
“¡Ay!”,
chillé entrechocando las rodillas y tensando los muslos. Pero al
darme cuenta de que solo pretendía acariciarme volví a separarlas
para permitir que me acariciase.
>>Acariciaba
despacio. Siempre por encima de la tela aunque presiento que debía
encontrarse completamente empapada. Multitud de mariposas recorrieron
todo mi cuerpo. Y, estremecida, colé la mano que reposaba sobre su
miembro por debajo de su camiseta y le recorrí los endurecidos
abdominales. Me notaba húmeda y muy, muy caliente. Ahora era él
quien sonreía. Se me aceleraba la respiración. Y creí que iba a
estallarme el pecho cuando me susurró:
“Voy
a llevarte a un sitio, ¿sabes?”.
“¿Adónde?”,
le pregunté.
“Es
una sorpresa pero ya verás como te gusta”.
>>Nunca
había deseado a un chico como estaba deseando a Rafa. Y no sabía ni
quería negarme a ninguna de sus proposiciones. Nos incorporamos para
que me llevase a donde decía y ya en pie me estrechó con fuerza
entre sus brazos. Estoy segura de que pensaba besarme porque ya me
rozaba con los labios la mejilla, cuando sonó la puerta y me soltó.
“¡Esta
imbécil!”, le oí gritar mientras salía apresurado al pasillo,
“pero, ¿qué fuiste, corriendo?, boba”.
>>También
a mí me parecía que Montse había corrido demasiado para
reencontrarse con nosotros porque el estanco queda lejos de su casa.
De hecho le caían por las sienes gotas de sudor. Era un verano
caluroso pero tampoco creo que tanto como para que sudara de aquella
manera que consideré asquerosa.
>>Me
estiré el vestido, recompuse mi linda melena y cuando entró a la
cocina la miré como la más formalita de las chicas, aunque sentía
mucha rabia hacia ella.
>>Lo
que no podía entender era haber ido a visitarlos con muchísimas
ganas de reencontrarme con mi prima y en cambio también a mí me
disgustaba que hubiese regresado. Deseaba perderla de vista. Aunque
cuando me dijo, “¿vienes?, nos esperan Anita y Conchi -dos chicas
de nuestra edad-”, yo me encogiera de hombros y la seguí.
>>Mientras
salíamos, con Montse gritándome ya desde el medio de la calle,
“vamos, Pe”, aún dirigí una última mirada a Rafa, que me
retuvo por una muñeca para susurrarme al oído:
“Mañana
a las once en punto paso por casa de la abuela. No te duermas ni
salgas aunque alguna amiga te busque”.
>>Entendía
que él mismo se encargaría de Montse. Cuando regresamos a la hora
de la comida y nos despedimos, comentó, sin importarle que estuviera
su hermana presente:
“Pe,
¿recuerdas lo que te dije?”
“Sí”.
“Entonces,
no te olvidas”.
“No”.
“Vale”.
“¿Qué
te ha dicho?”, me preguntó Montse, visiblemente mosqueada.
>>Y
él respondió por mí:
“A
ti qué te importa, cotilla”.
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