viernes, 5 de diciembre de 2014

Entrevista a Penélope


ENTREVISTA IX
PAULA- No quiero ser mala pero me parece que ya entonces te comportabas como esa seductora mimosa que tan buenos resultados consigue.
Sonríe.
PENÉLOPE- Rafa se encargaba de las indicaciones. Yo me limitaba a comportarme como una chiquilla obediente.
PAULA- Lo ves.
PENÉLOPE- No seas pícara, Paula. Nos sentamos muy juntos, me colocó una mano sobre el hombro para estrecharme contra él y con la otra me retiró el pelo detrás de la oreja. Luego la descendió acariciando con el dorso de los dedos mi mejilla y me tomó del mentón para mirarme a los ojos que imagino se me humedecieron de lo mimosa -lo reconozco- que me puse. Recuerdo que los suyos brillaban.
“Tienes una carita angelical. Nunca he visto nada tan hermoso”.
>>Cuando pronunció esas palabras tan dulces, mis ateridas manos, que hasta entonces reposaban indolentes sobre mi regazo, le ciñeron la cintura, sonreí y le dije, “tú también eres muy guapo” y la mano del hombro descendió a mi espalda para estrecharme aún más fuerte y la que había quedado libre tras las caricias palpó uno de mis pechitos, luego tomó la mía para colocarla sobre su erección y acto seguido la coló entre mis piernas separándolas. Ardía. Imagino lo colorada que me puse. Procuré abarcársela por encima de los vaqueros y se la recorrí de adelante hacia atrás. “Sigue”, me indicó. Yo entorné los párpados -completamente abandonada-, con la mano casi temblando y en espera de los besos de aquellos labios suyos que ya había observado que eran tan rojos y grandes como los míos.
“Eres preciosa, Penélope”, dijo mientras las puntas de sus dedos alcanzaban la entrepierna de mis braguitas.
“¡Ay!”, chillé entrechocando las rodillas y tensando los muslos. Pero al darme cuenta de que solo pretendía acariciarme volví a separarlas para permitir que me acariciase.
>>Acariciaba despacio. Siempre por encima de la tela aunque presiento que debía encontrarse completamente empapada. Multitud de mariposas recorrieron todo mi cuerpo. Y, estremecida, colé la mano que reposaba sobre su miembro por debajo de su camiseta y le recorrí los endurecidos abdominales. Me notaba húmeda y muy, muy caliente. Ahora era él quien sonreía. Se me aceleraba la respiración. Y creí que iba a estallarme el pecho cuando me susurró:
“Voy a llevarte a un sitio, ¿sabes?”.
“¿Adónde?”, le pregunté.
“Es una sorpresa pero ya verás como te gusta”.
>>Nunca había deseado a un chico como estaba deseando a Rafa. Y no sabía ni quería negarme a ninguna de sus proposiciones. Nos incorporamos para que me llevase a donde decía y ya en pie me estrechó con fuerza entre sus brazos. Estoy segura de que pensaba besarme porque ya me rozaba con los labios la mejilla, cuando sonó la puerta y me soltó.
“¡Esta imbécil!”, le oí gritar mientras salía apresurado al pasillo, “pero, ¿qué fuiste, corriendo?, boba”.
>>También a mí me parecía que Montse había corrido demasiado para reencontrarse con nosotros porque el estanco queda lejos de su casa. De hecho le caían por las sienes gotas de sudor. Era un verano caluroso pero tampoco creo que tanto como para que sudara de aquella manera que consideré asquerosa.
>>Me estiré el vestido, recompuse mi linda melena y cuando entró a la cocina la miré como la más formalita de las chicas, aunque sentía mucha rabia hacia ella.
>>Lo que no podía entender era haber ido a visitarlos con muchísimas ganas de reencontrarme con mi prima y en cambio también a mí me disgustaba que hubiese regresado. Deseaba perderla de vista. Aunque cuando me dijo, “¿vienes?, nos esperan Anita y Conchi -dos chicas de nuestra edad-”, yo me encogiera de hombros y la seguí.
>>Mientras salíamos, con Montse gritándome ya desde el medio de la calle, “vamos, Pe”, aún dirigí una última mirada a Rafa, que me retuvo por una muñeca para susurrarme al oído:
“Mañana a las once en punto paso por casa de la abuela. No te duermas ni salgas aunque alguna amiga te busque”.
>>Entendía que él mismo se encargaría de Montse. Cuando regresamos a la hora de la comida y nos despedimos, comentó, sin importarle que estuviera su hermana presente:
“Pe, ¿recuerdas lo que te dije?”
“Sí”.
“Entonces, no te olvidas”.
“No”.
“Vale”.
“¿Qué te ha dicho?”, me preguntó Montse, visiblemente mosqueada.
>>Y él respondió por mí:

“A ti qué te importa, cotilla”.

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