ENTREVISTA
VII
PENÉLOPE- Verás, me desperté sobre las ocho menos cuarto y salté materialmente de la cama, me vestí y entré en la cocina dispuesta a prepararme el desayuno. Quería ofrecerle apariencia de normalidad. Él aún dormía. Pero a los pocos segundos ya la tengo a mi espalda, abrazándome y prodigándome cariñosos besos. “Con este hombre es para volverse loca”, pensé.
“¿Sigues
empeñada en ese rollo de los estudios?”.
“Sebas,
cariño, es necesario que vaya, si no mis padres me matan”.
“De
acuerdo, pero entonces te llevo yo”.
“Vale”,
le dije, sonriendo y abrazándolo para que pensara que ese detalle me
ponía muy contenta.
“Y
hablando de tus papis, les tienes que informar que vas a venirte a
vivir a esta casa conmigo”.
>>Regresaba
el pánico a alterarme los nervios.
“Oh,
Sebas, lo intentaré, pero son muy estrictos, no creo que lo
consientan”.
“Una
chica tan lista como tú consigue lo que quiere. Y si no, me traes a
la mami que verás cómo la convenzo yo”
“¿Vas
a empezar otra vez con lo de mamá?”, le pregunto simulando tono de
broma. “Voy a acabar sintiendo celos de ella”.
“Existen
muchas posibilidades”, me dice el muy canalla.
>>A
las nueve menos veinte, sin embargo, accede a llevarme a la facultad
en su coche, un BMW impresionante de no sé cuantos caballos con los
asientos de cuero y un equipo de música como el de la mejor
discoteca y que, por cierto, consigue que suene al mismo volumen.
>>En
todo el recorrido siento ya que el corazón se me sale por la boca
ideando estrategias a las que siempre les veo escasas posibilidades
de éxito. Conduce muy deprisa, lo que, en cambio, no le impide
mirarme y con una de sus manazas pellizcar la cara interna de mi
muslo.
“Con
estos pantaloncitos vas a poner muy cachondos a tus colegas y hasta a
los maestros más carcas”.
“¿Celoso?”.
>>Me
deja a la entrada de biológicas porque le indico que esa es mi
facultad, en un inocente recurso de despiste.
“¿A
qué hora sale mi niña?”
“A
las dos”.
“Perfecto,
esta mañana tengo bastantes asuntos que resolver, pero a las dos en
punto me tienes aquí. No te muevas hasta que llegue”.
“Vale”,
le digo, y le doy un cariñoso beso para que me crea.
>>Como
esperaba, no se conforma con ese tipo de beso. Me ciñe por la
cintura y me morrea con pasión, metiéndome la lengua, succionando
mis labios con tal ansia que temo que vuelva a excitarse y pretenda
tirarme en el coche.
PAULA-
¿Temías o deseabas?
PENÉLOPE-
No seas mala, Pau.
>>Lo
único bueno que tiene el muy capullo es que se siente tan seguro de
sí mismo que, como ya comprobé la tarde que nos encontramos en la
calle, no resulta demasiado difícil engañarlo.
>>Entro
en Biológicas, me coloco detrás de las cristaleras para expiarlo y
observo que permanece en el coche sin moverse de una zona con señales
de aparcamiento prohibido. Creo que el muy imbécil espera
sorprenderme en algún renuncio.
PAULA-
O puede que confirmar sus dotes de macho al que se le rinden las
hembras.
PENÉLOPE-
Tampoco me parece mala apreciación para él. Lo que yo hago es
quedarme una media hora recorriendo los pasillos de la facultad y
cuando compruebo que se ha ido, vuelvo a salir para dirigirme a mi
casa. Como no soy tan tonta, cruzo el campus en dirección contraria
a la que habíamos llevado. Y menos mal, porque desde lejos observo
su coche aparcado disimuladamente entre otros dos, a la esquina del
edificio de Farmacia.
>>Corro
a todo correr en los tramos sin bus. No sabes el alivio que me invade
cuando oigo cerrarse la puerta del piso a mis espaldas.
PAULA-
Lo imagino.
PENÉLOPE-
Una de mis compis de piso se llama Paula también como tú.
PAULA-
Lo sé.
PENÉLOPE-
Sudaba, me temblaban las piernas y el corazón me seguía latiendo a
lo loco. Ella era la única que se encontraba en casa a esas horas.
“¿Qué te sucede?”, me preguntó. “Un maldito loco creo que me
sigue y he echado a correr”, le dije. “¿Otra vez la Penélope
miedica viendo violadores por las esquinas?”. No le respondí. Me
encerré en mi cuarto y me puse a llorar hasta que rendida en la cama
se me cerraron los ojos.
PAULA-
No voy a preguntarte cómo resolviste el problema porque en buena
medida ya lo conocemos, pero me gustaría saber si ese suceso influyó
para que te liaras con Javi.
PENÉLOPE-
Entonces pensaba que no. Javi era un tío muy interesante, rico,
educado y, aunque un poco chulo también, creo que nos enamoramos.
Por supuesto, ese mes no volvería a pisar terreno universitario.
Sabía que a tales alturas tampoco iba a influir en mi expediente
académico. Y que Javi se quedara a pasar las noches conmigo no niego
que me proporcionaba cierta seguridad. Pensándolo ahora no me
costaría en cambio darte la razón en que puede que buscara en él
un “guardaespaldas” más que un amante. Pero lo cierto es que
hasta la noche en que Marta me comunicó en otra de esas divertidas
fiestas que preparaba para mí, que al cerdo de Sebas lo habían
enchironado y le habían caído, si no recuerdo mal, unos diez años
de cárcel, no me sentí verdaderamente tranquila.
PAULA-
En nuestras conversaciones previas para el borrador de “Emociones
Íntimas”, me iba percatando de que resulta difícil encontrarte
con una pareja de tu misma edad. En la mayoría de los casos te
gustan mayores (incluso muy mayores para ti, diría yo).
Sonríe.
PENÉLOPE-
Bueno, también cuenta David que es ocho años más joven.
PAULA-
Reconocerás que se trata de una excepción. Si no he echado mal las
cuentas Sebas y Javi te sacaban entre siete y diez y no digamos nada
de Richard, Jose Luis (tu profe de antropología) o el mismo Alex,
que sobrepasan de largo la diferencia de veinte.
PENÉLOPE-
Alex no. Solo me lleva dieciséis.
Ahora
la que sonrío soy yo.
PAULA-
En todo caso David confirmaría que las que te llenan son relaciones
que huyen de compañeros de cole o facultad, chicos de edades
cercanas a la tuya. ¿Van por ahí los tiros?
PENÉLOPE-
Para ti no es nuevo que el verano de mis diecisiete añitos tuve un
novio del pueblo de mi abuela apenas unas semanas mayor.
PAULA-
Lo recuerdo.
PENÉLOPE-
También sabes que estábamos muy enamorados y todo resultaba
maravilloso, mantuviéramos la más tonta de las conversaciones o
paseáramos por sendas ya recorridas cientos de veces.
PAULA-
Suele ser lo habitual a esos años.
PENÉLOPE-
Pero cuando mantuvimos nuestra primera -y última- relación sexual,
resultó tan decepcionante, que a los pocos días rompimos. Puede que
no te falte razón. Lo que hemos vivido en la adolescencia siempre
nos marca.
PAULA-
Aún así mantengo mi tesis de que los buscas mayores, Pe. ¿ No hay
algo más?
Veo
que se ruboriza. Me toma las manos en un gesto que se está
convirtiendo en costumbre entre nosotras.
PENÉLOPE-
Puede que haya algo más.
PAULA-
¿Vas a contarme?
PENÉLOPE-
Oh, Paula, nunca he hablado de esto con nadie, es como un secreto que
llevo muy guardadito en el fondo en mi corazón y me da un poco de
apuro sacarlo. Pero como veo que eres una curiosona, te lo contaré.
PAULA-
Que conste que no pretendo coaccionarte.
PENÉLOPE-
Ah, ¿no?, pues yo ya me siento como si estuviera sometida a la
máquina de la verdad.
PAULA-
No seas pilla.
PENÉLOPE-
¿Lo soy?
PAULA-
¿Esa sonrisa traviesa?
PENÉLOPE-
Serán nervios. Recordar lo que estoy recordando me pone un poquito
nerviosa.
PAULA-
En todo caso, habla solo de aquello que te sale, sin censura pero sin
coacciones, ni externas ni internas. Lo prefiero.
PENÉLOPE-
Lo decía en broma, bonita. Tú eres la única persona que puede
entenderme, nunca juzgas mis actos por horribles que suenen y pienso
que me ayudará verbalizarlos. Mi propio psicoanálisis con mi
biógrafa, qué bien, ¿no?
PAULA-
De todas maneras, no me importa que eludas detalles que puedan
resultarte incómodos. Y en cuanto a tu comportamiento, nada, ni lo
que conozco ni intuyo, lo considero horrible. Ni creo que quien posea
un mínimo de sentido común puede considerarlo horrible.
PENÉLOPE-
Gracias. Y descuida, lo único que quiero es mostrarme sincera
conmigo misma. Diré lo que me salga del alma.
PAULA-
Esa me parece una decisión inteligente.
PENÉLOPE-
Desde pequeñita he pasado cada verano en el pueblo de los abuelos,
en la casa que hoy es mi casa. Disfrutaba mucho de la sensación de
libertad que se respira en las calles, de los juegos con mis primas y
otras niñas y niños que también pasaban allí sus vacaciones y del
cariño de mi abuela que me quería mucho ¿Tú no desciendes de
pueblo?
PAULA-
No, y bien que lo siento, porque no eres la primera a quien oigo
maravillas de ese tipo de infancia libre, en la calle todo el día
jugando y descubriendo los inocentes pero maravillosos secretos que
nos ofrece la vida a esos años y lejos del agobio de los padres.
PENÉLOPE-
Para mí han sido, sin duda, los más felices.
PAULA-
¿Tienes muchos primos?
PENÉLOPE-
Las hijas de mis abuelos son tres: mi tía Araceli, que es la mayor y
de ella nacieron mi primo Rafa, mi prima Montse de la que ya te he
facilitado noticias (somos del mismo año y la considero como una
hermana para mí), luego viene mamá (creo que aún no te he dicho
que se llama María) y la pequeña, Micaela, la madre de Miqui (un
año menos que Montse y que yo) y de los mellizos, Roberto y Noé.
PAULA-
Vaya, solo con ellos ya podíais formar una buena pandilla.
PENÉLOPE-
En realidad, mi compi de juegos era Montse. Rafa nos lleva cuatro
años. Aunque no es muy alto, sí fuerte y un poco bruto y todos
-incluida yo- le echábamos veintitantos. Además la jovencita
Penélope reconozco que siempre ha sido un poco infantil.
>>A
su hermana, Rafa le contestaba con groserías y a veces le llamaba
gorda para hacerla rabiar. Pero yo no puedo quejarme porque conmigo
siempre fue muy cariñoso y amable. Ya decía mi abuela, “Pe, tu
primo Rafael es un poco granuja”. “¿Granuja, yo?”, le
preguntaba el muy pillo mientras le estampaba un beso en la cara
-también era un adulador cuando se lo proponía, incluso con la
abuela-. “Pero como ves, es muy cariñoso y desde pequeñita has
sido su ojito derecho, ya puedes quererlo” .
No hay comentarios:
Publicar un comentario