miércoles, 18 de febrero de 2015


EMOCIONES...

A las ocho menos cinco, después de la tarde odiosa que había tenido que soportar, vislumbré tras los cristales del escaparate a mi chico y, recobrando de golpe la alegría, le hice señas con la mano para que pasara.
Nos dimos dos besos. Las impertinencias de mi última clienta y del marido de la jefa me pusieron muy cariñosa, aunque suelo ser cariñosa sin ayudas extras.
Esa tarde, mi profe vestía con un estilo deportivo, cazadora de ante en tono marrón claro, polo verde de Lacoste, náuticos y pantalón de lino en negro. Me pareció aún más guapo que con traje.
Aunque la distancia de la floristería a su casa no llega a un quilómetro pasó a recogerme en su flamante automóvil. Me sorprendió, porque no me pegaban en él ese tipo de gestos ostentosos. Pero me halagaba que un hombre de su clase quisiera impresionar a una chica como yo. Entramos al garaje para subir directamente a su apartamento sin pausas. Sus modales, delicados todavía, me resultaron un poquito autoritarios con respecto a la noche, como si pensara que haberme echado unos magníficos polvos le otorgaba algún poder sobre mí. Mentiría, sin embargo, si digo que me sentía molesta cuando me indicaba, sube, vamos, entra, o, tomándome de la cintura en el ascensor, me besaba en la boca sin tan siquiera haberme tocado antes, como se dice, ni un pelo. Y es que reconozco, sin falsas excusas, que desde que mis nalgas se posaron sobre el cálido asiento de cuero climatizado de su coche, no sólo las caras internas de mis muslos, sino mi propio clítoris (¡dios mío!, dije entonces, ¡qué vergüenza!) comenzaron a temblar y me sentí tan excitada y húmeda que, aunque parezca un poco tonta, tuve miedo a ensuciarle la inmaculada tapicería de un azul cielo casi blanco de su deportivo. De hecho, coloqué las manos entre las piernas y las apreté muy fuerte como si ese gesto me sirviera de alguna ayuda para controlarme.
Creo que se percató de lo que me sucedía, porque acercó su mano a mis rodillas y dijo:
-Tranquila, cariño, te veo un poquito nerviosa.
-No estoy precisamente nerviosa –le dije.
-Imagino como estás.
Y todas las tonalidades del rojo encendieron mi cara como siempre que algo imprevisto o malicioso me sorprende.
Cuando entramos en su lujoso apartamento, reposaban sobre la mesa cuadrada de su comedor, decorada con mantel y dos velas de luz eléctrica, varios platos para una cena fría que había encargado a un servicio de cáterin. Abrió una botella de vino blanco también muy frío y nos sentamos, mirándonos a los ojos como dos amantes. En una mano elevó su copa y con la otra mi barbilla, para decirme, “brindemos”.
Yo, que apenas probaba alcohol, bebí tres o cuatro copas a lo largo de la riquísima cena de la que no dejé ni pizca en el plato.
-Me encanta verte comer con ese apetito engañoso ¿Podrías explicarme donde metes todo lo que comes?
-Adivina.
-Imagino que lo distribuyes con exquisita precisión a lo largo de ese precioso cuerpo. Pero descuida, lo descubriré esta noche.
Sonreí.
Tras el último sorbo, me invitó a que me pusiera en pie entrelazando sus dedos a los míos. Me besó mientras ceñía mi cintura. Y allí mismo me indicó que elevara los brazos por encima de la cabeza para facilitarle que sacara mi jersey fucsia de pico. ¿Pensará que estoy demasiado caliente?, pensé. Lo cierto es que seguía ruborizada aunque entonces sobre todo a causa del vino. Pero no pretendía refrescarme. Comenzó a desabotonar los botones de la blusa y se sorprendió con gusto de que no llevara sujetador y yo me puse aún más colorada cuando insinuó los motivos de su sorpresa, que no me atreví a negarlos, aunque mientras me duchaba a primera hora de la mañana intenté convencerme de que no volveríamos a vernos.
Sólo sintiendo los roces voluntarios e involuntarios en mi piel ya me estaba incendiando y me sentía muy excitada, húmeda antes incluso de que me bajara la falda y las preciosas braguitas de las que tampoco precisé explicarle la buena excusa para elegirlas. El muy pillo situó todos sus dedos bajo el elástico, apuntando las yemas hacia mi vientre, y comenzó a girarlos, primero en círculo y luego en espiral, consiguiendo así bajármelas con infinita lentitud y delicadeza. Cuando llegó a la hendidura de las nalgas, apoyó sus manos y me atrajo impetuosamente hacia él.
-Ohhh –dije, suspirando. Pero me hallaba tan aturdida que no supe reaccionar e incapaz tan siquiera de abrazarlo, permanecí completamente inmóvil, permitiéndole que actuara a su entero capricho (para eso es el profe, pensé con cierta malicia).
Mientras me las seguía bajando, me rozaba a propósito la cara interna de los mulos, las pantorrillas y las plantas de los pies (los zapatos los arrojó lejos como si le estorbaran), pero cuidándose muy mucho de no tocarme siguiera uno de los pelitos que cubren mi sexo.

Cuando ya me tenía completamente desnuda, colocó ambas manos en torno a mi cara y me besó en los labios con fuerza...

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